JORGE MALPARTIDA TABUCHI
Eloy Cacya se hizo conocido en el 2011 cuando encontró el cuerpo del joven Ciro Castillo Rojo en las profundidades del Cañón del Colca. Hace unos días ubicó el cadáver del universitario Olivier Toledo en las pampas de La Joya.
En medio de las áridas pampas que conducen al santuario de la Virgen de Chapi, Cacya se siente en su hábitat natural. Camina tranquilo y disfruta del paisaje, pero siempre alerta y concentrado en lo que puede haber unos pasos más allá. “Nunca hay que confiarse. Me gusta buscar detalles en la naturaleza, por ejemplo, huellas de animales y plantas que puedan tener poderes curativos”, nos dice este experimentado guía de alta montaña mientras transita cerca de la ruta en donde Olivier Toledo se extravió el pasado 1 de mayo y, por desgracia, encontró la muerte.
¿Cuál fue el primer sentimiento que lo embargó luego de ubicar el cuerpo de Olivier Toledo? El de haber cumplido con la tarea que me encomendó la familia de Olivier. Ellos depositaron su confianza en mí, y aunque no terminó como uno hubiera querido, queda el hecho de haber cumplido con el trabajo. De mi padre me viene esto de que cuando alguien me confía una tarea siento un gran peso en la conciencia hasta que no la culmine.
¿Creía usted que era posible encontrar a Olivier con vida? Nuestro peor enemigo era el tiempo. Tenía un 60% de seguridad de ubicarlo, no necesariamente vivo, aunque la esperanza nunca se pierde. Vivo o muerto, pero había que ir en la búsqueda porque la familia puso sus esperanzas en mí, y ese para mí es el reto más grande que uno puede tener.
¿Conocía la ruta al santuario de la Virgen de Chapi? A los 16 años fui a peregrinar al santuario para expiar mis culpas y me perdí. Salí de noche solo y caminaba siguiendo las antorchas de la gente. Por querer acortar camino, antes de llegar al sector de Siete Toldos, crucé entre los cerros y quedé atrapado entre quebradas y rutas sin salida. Arrepentido por mi decisión, empecé a escuchar las voces de los peregrinos en medio de las tinieblas y con eso pude guiarme. Tardé cerca de tres horas para regresar al camino. Ahí aprendí que uno jamás debe confiarse en las expediciones o caminatas por las montañas.
¿Cómo se inició en este oficio? Soy de Pinchollo, un centro poblado ubicado a 3.600 metros, en el corazón del valle del Colca, así que he crecido en medio del campo, trepando cerros y correteando a los cóndores. A esa zona veía llegar a muchos turistas al lado de guías que no eran del Colca y que no daban informaciones exactas. Entonces, me pregunté por qué no podía ser guía si me gustaba trepar los nevados y ya conocía muchos de los caminos.
¿Qué fue lo más difícil durante sus primeros años como guía? Este oficio es complicado porque los equipos son muy costosos y la capacitación solo se realiza en Huaraz. Pero lo que más me costó, sin duda, fue alejarme de mis hijos. Tenía 28 años cuando decidí ir a la escuela de guías de alta montaña. Mi primer examen fue tres días después de que naciera Flor, mi hija mayor. Aprobé, pero a la semana siguiente ya debía irme a Huaraz para tentar una vacante en los cursos básicos de instrucción.
¿Qué otras dificultades encontró en ese comienzo? Cuando llegué a Huaraz, los otros postulantes tenían los equipos necesarios para las pruebas de escalada de montaña y para enfrentar los caminos empinados. Yo no tenía nada, solo una bolsa con mi ropa. Los instructores se sorprendieron porque había llegado hasta ahí, a pesar de que me faltaban cosas básicas como una carpa o una bolsa de dormir. “Has tenido cojones, te prestaremos los equipos pero en el campo todo dependerá de ti”, me dijo un instructor. Así comencé las pruebas, con ese peso en la conciencia por no decepcionarlos. Al final, quedé entre los seleccionados y realicé el curso.
¿Qué dice su familia de este trabajo de alto riesgo? Aunque estoy siempre trabajando en pendientes y en zonas peligrosas, ellos saben que me gusta la adrenalina y que si no hiciera esto me aburriría mucho. Mis hijos, aunque todavía son pequeños, son guerreros y no tienen miedo. Tienen mucha confianza en mí y solo me piden que me cuide. A veces estoy varios meses lejos de ellos, por lo cual conecto rápidamente con las historias de las familias que han perdido a sus hijos. Cuando uno está lejos de sus seres queridos se da cuenta de lo importante que son y los empieza a valorar más.
¿Por qué ubicó usted a estas personas que nadie podía encontrar? Esto no viene simplemente de un golpe de suerte, viene de una formación previa. Tiene que ver con esa vocación de servicio que también me inculcó mi padre. Pero a la vez este es un trabajo profesional que se hace con información, conocimiento del terreno y del clima al que te estás enfrentando. Muchos suelen confiar en sus capacidades, pero hay que respetar a la naturaleza. La naturaleza ama al hombre y te va a dar su ayuda si la respetas.
Esta entrevista se publicó en la sección Posdata de nuestra edición de El Comercio Arequipa el 18 de mayo.