JAVIER LIZARZABURU

Mientras usted lee esta nota, es posible que en Montreal haya una persona observando al pulpo moche. Poco sabrá ese visitante del Museo de Bellas Artes de la ciudad canadiense que esa pieza de oro, de unos 2.000 años de antigüedad, ha tenido una corta vida desde que fue saqueada en Lambayeque en 1988, hasta que fue devuelta al Perú en el 2006. Ese pulpo, que en realidad es un tocado frontal de 28,5 cm de alto y 41,4 cm de ancho de la cultura Moche, es un símbolo de lo que la directora general de la Unesco, Irina Bokova, describió cómo “el frenesí universal y sin precedentes por la compra de objetos culturales”.

Si bien es difícil cuantificar el valor de lo que circula en el mercado, se cree que el tráfico ilícito de bienes culturales mueve entre seis y ocho mil millones de dólares al año. Suficiente para que la ONU lo considere el tercer delito en importancia, detrás del tráfico de armas y del narcotráfico. Y lo que es más, esto no solo significa una pérdida irreparable para las naciones creadoras sino que, según datos de esa organización, solo un 5% de los bienes robados es restituido a su país de origen.

Por eso es que la captura de Leonard Patterson, el 28 de marzo en Madrid, adquirió interés. Este costarricense-alemán es un conocido traficante de tesoros. Justamente, ese pulpo moche que hoy ven en Canadá estuvo en sus manos durante más de diez años, y estuvo a punto de perderse para siempre. El Gobierno Peruano ha señalado que pedirá la extradición de Patterson por considerarlo responsable del robo de cientos de piezas peruanas, pero más allá de ese gesto, ¿por qué nos encontramos siempre en esta situación de pérdida?

VISIÓN Y DECISIÓN “Esto es puro discurso, porque nadie invierte”, se lamenta Natalia Majluf en conversación telefónica desde Santiago de Chile. Ella es directora del MALI, el Museo de Arte de Lima. “Lloramos y nos rasgamos las vestiduras diciendo ‘hay que rescatar’, pero la verdad es que no se ponen los recursos para hacerlo”. Lo irónico, o perverso, es que el turismo es la segunda fuente de divisas. “Es como si el ministro de Transportes dijera todo el tiempo ‘hay que construir carreteras’, y no construyera ni una. Es así de grave, y eso pasa en cultura”, dice.

Los expertos que hablaron para esta nota dejaron en claro que opciones para mejorar la situación existen desde hace años. Una opción muy precisa, indicó Paloma Carcedo, ex directora general de Cultura, es la creación de una brigada especializada en delitos contra el patrimonio. Es decir, un grupo que se dedique el cien por ciento de su tiempo a este tema. “No solamente en delitos contra el tráfico y repatriación de piezas, sino también para cualquier otro delito relacionado con el patrimonio material mueble e inmueble”, precisa, como destrucción de huacas, iglesias, etc. Es un modelo que existe en España e Italia, donde la experiencia indica que con un grupo especializado se pueden conseguir importantes éxitos.

Es cuestión de decisión, de voluntad política y de visión. Siempre se repite. Para Natalia Majluf, hasta se puede medir: “Si invertimos en cultura, en cinco años se puede revertir la actual situación”. Puntos fundamentales de esta visión incluyen una mayor profesionalización; el otorgamiento de becas internacionales; poner en valor lo que se tiene en depósitos y un punto del que no se suele hablar: “Hace más de 50 años que el Estado no compra obras”, señala. De hacerlo, se estaría incrementando el valor de las colecciones peruanas y limitando su fuga hacia el mercado negro. “Tenemos que preocuparnos de lo que está acá, y no solo de lo que ya salió. Sin promoción, se va a seguir destruyendo, robando”, añade.

CREERNOS EL CUENTO Pero el tema del tráfico se mueve en dos escenarios. Además de lo interno, está lo internacional. A ese nivel existe la Convención de la Unesco de 1970, que debería proteger a los países del tráfico ilícito. “Pero tiene una debilidad gravísima –señala Cecilia Bákula, ex directora del INC y hoy a cargo del Museo del Banco Central de Reserva–, la convención solo da cobertura a lo registrado. El asunto es qué pasa con las piezas no registradas, que son la mayoría”, refirió.

En 43 años de existencia, nunca se ha modificado el documento. “Ni Estados Unidos ni Europa occidental han considerado conveniente ni necesario actualizar la convención”. Según indica, porque la protección a los grandes museos de estos países es lo que está en juego. “Sus gobiernos no quieren despojarlos ni debilitarlos al dar pie a pedidos de países productores”, señala. De hecho, en el caso del Perú, las más importantes piezas de arte precolombino se encuentran en museos del extranjero, particularmente Estados Unidos y Alemania.

Como siempre, hay dos maneras de entender cada historia. A un nivel práctico y material, Paloma Carcedo se pregunta qué hacemos con todos esos bienes recuperados si no tenemos un gran museo nacional donde mostrarlos. “Deberíamos tener uno”, aconseja. En cuanto a lo subjetivo, o más personal, Bákula se muestra decepcionada: “Es que no creemos que tenemos valor –dice–. Nos hace falta sentirnos dueños de esos miles de años de creación”. Y mientras eso suceda, hay otros interesados en hacerse cargo.