FERNANDO LUCENA

Corría agosto del 2010 y yo llevaba ya varias semanas recorriendo el VRAE (en ese entonces aún no había sido re-bautizado como Vraem), en búsqueda de una entrevista con los cabecillas de Sendero Luminoso en esa región. El canal de noticias Al Jazeera English me había comisionado para que realice un documental sobre SL-VRAE

Había acompañado a la policía antinarcóticos en incursiones, filmado el decomiso de dinamita destinada a los subversivos, visitado pozas de maceración de PBC en la zona protegida por los senderistas, entrevistado a subversivos en las cárceles de Huamanga y Lima incluyendo una larguísima conversación con la misma Elena Iparraguirre y aun no lograba concretar la esquiva entrevista con SLVRAE.

Ya de regreso en Londres y a punto de embarcarme en el siguiente tema en la agenda, recibí una llamada telefónica de alguien que se describía como el interlocutor de Jorge Quispe Palomino, alias ‘camarada Raúl’, hermano del ‘José’ y tercero en la jerarquía de SL-VRAE. Me ofrecía una reunión con la condición de que viaje al VRAE sin compañía, ni siquiera me autorizaban a llevar camarógrafo.

EL ENCUENTRO Fue así que, luego de aviones, buses, peque-peques y caminatas interminables por la selva, finalmente llegué a un campamento en donde me esperaban ‘Raúl’, Alipio, ‘Olga’ y alrededor de 40 miembros de la principal columna armada de SL-VRAE.

Lo que siguió fue una interminable conversación entre ‘Raúl’ y yo, mientras ‘Alipio’ miraba aburrido. Con una retórica por ratos coherente y por ratos un poco disparatada, bastante oxidada y plagada de analogías caducas y reminiscentes de la Guerra Fría, ‘Raúl’ me explicaba el sustento ideológico detrás de su “revolución”. ‘Alipio’ no se molestó en pronunciar palabra alguna. A punta de argumentos interminables plagados de referencias a Mao, Lenin, Stalin, el Che Guevara y hasta Hugo Chávez, finalmente logré aturdir a ‘Raúl’ al punto que este accedió a que, al día siguiente, me dejaría filmar mi ansiada entrevista.

SE COMPLICA LA SITUACIÓN Así fue y, mientras llevaba a cabo la entrevista con ‘Raúl’, ‘Alipio’ conversaba con sus tropas. Ya casi al final de la entrevista, ‘Alipio’ le hace una seña a mi interlocutor, se me pide que apague la cámara y luego me informan que una columna con alrededor de 80 agentes de las FF.AA. y policía venía en nuestra dirección. Luego, un ‘Raúl’ visiblemente ansioso y desconfiado, me preguntó si yo tenía algo que ver con esta operación de las fuerzas del orden. ‘Alipio’, por el contrario, se veía bastante relajado y hasta esbozó un gesto de entusiasmo ante la inminente confrontación que se avecinaba.

‘Alipio’ procedió a impartir instrucciones, y columnas de subversivos salieron en distintas direcciones, con la finalidad de contraatacar. Para mi alivio, luego de unas horas me enteré de que la columna del Ejército y Policía había decidido cambiar de rumbo, y la emboscada de los senderistas se había suspendido. Me dijeron que “por mi seguridad” debía permanecer otra noche más en el campamento de los subversivos (donde un senderista con una ametralladora MAG 7,62 me montaba guardia todas las noches).

HABLA ALIPIO Al día siguiente, luego de que amainara la sensación de crisis, ‘Alipio’ tímidamente me manifestó que él también quería contarle algo a la cámara. Inmediatamente empecé a grabar. A diferencia de ‘Raúl’, ‘Alipio’ no tenía facilidad de palabra, sus términos eran bastante simples, bordeando en lo infantil. Solo le interesaba tocar un tema en particular: el operativo militar que él había dirigido y que “estas genocidas Fuerzas Armadas […] no propagandizaron nada, absolutamente nada [sic]…”. El líder militar de SL-VRAE estaba molesto porque, al parecer, él y sus tropas recientemente habían llevado a cabo el hostigamiento de una base militar, como consecuencia del cual había muerto un soldado. Cuando llegaron los helicópteros de las FF.AA. para evacuar el cadáver del soldado asesinado, los subversivos habían procedido a derribar una nave, causando también la muerte del piloto y del copiloto. Para indignación de ‘Alipio’, él y sus huestes no habían recibido la exposición mediática que esperaban luego de su desdeñable “hazaña”.

Poco antes de despedirme le hice una última pregunta: ¿Era cierto lo que yo había escuchado por parte de la policía de Pichari –que ‘Alipio’ tenía la perversa costumbre de quitarle los ojos a los cadáveres de sus víctimas, a modo de trofeo de guerra?-. “No crea todo lo que dicen,” me dijo sin inmutarse ni transmitir emoción alguna.

Después de cuatro días de permanecer en dos campamentos senderistas, me quedaba claro que ‘Alipio’ era un hombre de guerra, un combatiente curtido y despiadado, detrás de cuya coraza no existía sino el más básico bagaje intelectual e ideológico con el cual sustentar su lucha.

La pregunta que me quedé sin realizar es una que corría el riesgo de dejar a mi interlocutor –un sujeto al que no convenía poner de mal humor- corto de palabras y sintiéndose en ridículo: ‘Y usted señor, ¿por qué está peleando?’.