Siempre he querido cerrar un desfile con la canción “Rumore” de Raffaella Carrà. Casi lo hago con mi colección de otoño-invierno del año 2015. El “beat” es perfecto como para una legión romana de modelos marchando a lo largo de la pasarela, pero a la hora de finalizar el soundtrack sentí que la letra no iba con el concepto de mi colección y -como soy un fanático de la coherencia en mi trabajo- al final me incliné por un remix de Living for Love de Madonna. Coincidentemente empecé el día de ayer con ese remix en mis redes sociales, recordando justo la colección que menciono, cuyos lemas principales eran “Vivir bien es la mejor venganza” (cita del poeta galés George Herbert) y “La vida es una fiesta”. Mientras lo hacía, extraía energías del repaso del fin de semana con más encuentros sociales que he tenido hasta el momento, para empezar la semana con fuerza, pero el destino tuvo otros planes para mi estado de ánimo al notificarme de la repentina muerte de la artista italiana.
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Si bien en los dos últimos años la muerte es un tema que tenemos presente más de lo habitual, el perder a una artista como Raffaella Carrà representa adicionalmente el extraer una pieza del jenga de nuestro colectivo mental y emocional. Al leer y luego corroborar la noticia ante mi incredulidad, la sensación que me invadió fue la misma que cuando me enteré de la muerte de George Michael o David Bowie, la muerte de un personaje que uno siente que siempre nos va a acompañar. La magnitud de lo que representa Raffaella para muchos de nosotros es particularmente interesante si vemos que no es una artista que llegó a cautivar nuestros sentidos por medio de la dominante industria anglosajona del entretenimiento, sino que justamente es una de aquellas personalidades que prácticamente son desconocidas en países como Estados Unidos. Es también quizá una artista que podría convivir en la categoría de lo “camp” junto a Amanda Lear y la también desaparecida Dalida, mujeres fuertes e independientes cuyas carreras se han convertido en motivo de culto. Cuando se organizó la gala anual del Museo Metropolitano de Nueva York dedicado a este tipo de estética y actitud, me quedé pensando en que ella debió estar invitada. Si revisamos el vestuario de Raffaella Carrá mentalmente (o con la ayuda de nuestras herramientas cibernéticas) nos podemos encontrar con piezas realmente fantásticas que rivalizan con las de la etapa televisiva de Cher pero que sostienen una categoría propia y que espero en algún momento puedan estar presentes en alguna exposición de un museo.
Raffaella Carrá también representa para mí lo esencial que es ser auténtico. Yo tengo una particular admiración por aquellos artistas del entretenimiento que no fueron formados para serlo por su entorno, aquellos que no nacieron con padrinos en la industria musical o padres que los hayan empujado por ese camino. Más me emocionan las historias como las de Raffaella, alguien cuya motivación interna la movilizó a salir de su natal Bologna y desviarse del futuro que su madre esperaba para ella: que estudiara y se casara con un arquitecto o un médico. Una persona que empezó su carrera en el cine pese a querer ser coreógrafa de ballet, que llegó a actuar en Hollywood junto a Trevor Howard y Frank Sinatra en El Expreso Von Ryan (una película que le gusta mucho a mi mamá), pero que supo mantenerse fiel a sus ambiciones y entendió que eso no era lo que ella buscaba. “Soy demasiado latina”, dijo en una entrevista para la Televisión Española en 1981, y que Estados Unidos no era para ella, pero que sí admiraba el orden para el trabajo del cual fue testigo ahí. Para mi esto último delata otra de las razones de su éxito: la disciplina, algo que siento que -al igual que con Madonna- nace de su formación como bailarina.
Hablando de mi ídolo máximo, cuando hace dos años Madonna estrenó el videoclip de su canción God Control, más de uno gritó “¡Raffaella Carrá!” al ver su look. Esta no sería la primera vez que la cantante italoamericana hubiera emulado a su cuasi compatriota. Durante el MDNA Tour, en la sección que canta Erotica, Madonna realiza una coreografía junto a uno de sus bailarines (y entonces novio) donde se toman turnos tocándose el uno al otro en una serie de movimientos identicos al Tuca Tuca, canción de 1971 de la Carrà que fuera censurada por el Vaticano, 19 años antes de que la Ciccone se viera enfrentada con el mismo tipo de rechazo durante su gira Blond Ambition en Roma. Si ser censurada antes que Madonna por la misma entidad no es sinónimo de ser precursora, no sé qué lo es.
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Supongo que la libertad femenina siempre ha representado una amenaza para el status quo, y más si es que esta libertad está ligada a lo sexual y que una mujer pueda estar en control de la suya, algo que quedaba claro con cada presentación de la artista italiana quien adicionalmente tocaba temas considerados tabú como la masturbación y el ser gay en canciones alegres y “light”, quizá haciendo que fueran más digeribles al no ser mostrados de una manera tan confrontacional.
Si ella pareciera ser un referente de Madonna (nunca la ha citado pero es inevitable hacer más paralelos de los que menciono), queda preguntarse ¿cuáles son los referentes de Raffaella Carrà? Por un lado sabemos que existe una referencia de “concepto” en Hair, la obra musical que vio por primera vez en Francia y que le hizo apreciar y defender la libertad siempre (qué lindo cómo el arte siempre nos abre la mente, ¿no?). Quizá ahí podamos encontrar la raíz del sello de distinción de sus coreografías que tantas veces imitó Mosa, la mamá de mi amiga Paloma, quien nos contaba que en su juventud cantaba “03 03 456” cuando salía a bailar pero con su propio número de teléfono si es que veía a algún chico que le gustaba. Esas sacudidas de cabeza de apariencia desenfrenada pero perfectamente planeadas para ser acompañadas por su icónica melena, aquella que nació de la única otra referencia que le he escuchado mencionar en cuanto a su look. Gracias a mi amigo Richard Lingua -con quien ayer compartimos el luto- me enteré que la inspiración detrás del corte de pelo con el que más la identificamos nace de una reproducción de un cuadro que había en su casa del pintor renacentista Piero della Francesca. Qué importante es observar y nutrirse de lo que a uno lo rodea.
Es difícil englobar en un texto todo lo que significa una artista como Raffaella Carrà, así como es imposible no suspirar a cada rato mientras escribo. Es una noticia para la cual no estaba preparado al haberse celebrado su cumpleaños hace tan sólo unas semanas, siendo testigo de su agilidad y formidable estado físico en entrevistas recientes, pero sobre todo por la progresión en su extensa carrera profesional. Una persona en constante movimiento (que a la vez sabía tomar las pausas necesarias para no ser esclava de una industria que puede quitar tanto como lo que da) que nos mantenía curiosos en cuanto al siguiente paso que iba a dar. No sabíamos que ese iba a ser la inmortalidad.