Es cierto: el honroso legado de don César Acuña, así este se reduzca a apoyar un gobierno enemigo de la transparencia, ha sido maltratado. Igual, todo el peso de la ley y la reprobación social deben de caer sobre el principal responsable de este asesinato moral ejecutado con impúdica y ostentosa flagrancia. Así que llamemos al autor de esta masacre por su nombre: don César Acuña.
Lo que ha hecho César Acuña con la reputación de César Acuña no tiene nombre. O si lo tiene. Pero mejor evitemos otra querella.
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César Acuña ha demostrado que César Acuña no solo no entiende el principio democrático de la libertad de expresión, sino que además no le interesa hacerlo. Es el desinterés promedio que tiene alguna gente con mucho dinero respecto a los valores propios del contrato social.
Si se esforzara por entenderlo entraría en cuenta que construir una indagación sobre dichos ya difundidos por terceros es uno de los fundamentos del periodismo de investigación y del trabajo académico. Tarea del investigador es el contraste de estos. El grado de pericia y honestidad intelectual para hacer de esa criba de fuentes un trabajo serio es lo que consolida el prestigio de la investigación.
Pero esa variable no puede llevarse por delante y de raíz el derecho a la cita [1].
César Acuña ha demostrado que César Acuña no tiene en su radar el cultivar como personaje público credenciales de tolerancia y cintura políticas, por no decir manejo acertado de crisis. Billetera mata grandeza.
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En el Perú tenemos esa categoría social conformada por candidatos eternos y sin chance a la presidencia. El, que ya es un miembro vitalicio, debería haber aprendido que sin pellejo de chancho es imposible ser un contendor. Lo trágico es que se puede pagar para que te enseñen, pero no se puede pagar para aprender.
Al hacer pasar un ejercicio de poder como defensa de su honor lo que ha logrado es una cadena de solidaridad con los querellados y ha convertido en best seller un libro sobre versiones comprometedoras de su vida aún pendientes de una respuesta. Sacando además de agenda temas urgentes como Omicron, Sarratea, y Lapadula.
Y ha confirmado que como primer mandatario sería un desastre. Carece de criterio para enfrentar crisis, haciendo gala más bien con una predisposición – y presupuesto – para dispararse al pie con la bazooka de mayor calibre posible.
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Pero la confirmación mayor de que ha sido César Acuña quien más daño le ha hecho a la reputación de César Acuña es una gesta paciente y metódica. Es una labor acuñada a través de frases que convierten a Cuto Guadalupe en Bob Dylan. La emblemática:
Una persona es feliz cuando logra su felicidad.
Queda claro que el verdadero denunciado por César Acuña debería ser el demoledor histórico de sus pretensiones a un cargo público: es decir, el mismo.
Lo verdaderamente difamatorio es que se arrastre a este penoso evento la querida figura de Justo Espinoza “Petipán”, atribuyéndole una discutible semejanza con el aludido. El finado medía 95 cms, el empresario registra los 1.51 cms.
Si bien la imagen de Petipán ilustra esta columna, lo hace a manera de reivindicación napoleónica. El cómico podría citar, ya que de referencias tratamos, al pequeño gigante francés:
- Tu eres más alto, pero yo soy más grande.
[1] Involucrar judicialmente al editor como coautor de citas de terceros es folklore propio de un pensamiento pre moderno, que es lo que nos pone recurrentemente en el mapa mundial como referente de lo pintoresco. //
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