Si el rey Salomón resucitara habría que traerlo al Perú. Pero habría que traerlo amarrado. Lo más probable es que al enterarse de lo que estamos viviendo diría ese problema resuélvanlo ustedes: A mi no me metan.
Nos faltaría un bebé a partir en dos, tal como en el bíblico ejemplo de justicia salomónica. En esta versión peruana del siglo XXI podría sugerirse que el cercenado en dos partes iguales fuera alguien igualmente querido por las mitades enfrentadas. El candidato perfecto a la posibilidad de ese corte sería Gianluca Lapadula.
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De madre peruana y padre italiano, mascullando un español macarrónico y luciendo un tatuaje de apaches representando forzadamente sus ancestros andinos, Lapadula es un símbolo diversamente acertado de la fusión racial, social y cultural que es el Perú. Todo junto, todo raro; pero todo funciona.
Esa mezcla lo acerca más a lo que somos. Lapadula fue convocado a vestir la blanquirroja aún antes de conocer el Perú. En su vida como seleccionado nacional, de apenas 8 meses, ha conocido tres presidentes del país. Y ahora junto con decenas de millones de compatriotas ignora quien será el próximo. Cuando pierde la selección llora, cuando gana, también. El delantero cumple con todos los requerimientos para ser partido en dos.
Pero, citando a Vallejo, habría que confiar en el anteojo y no en el ojo. La justicia Salomónica no es la de la equidistancia a filo de espada, probidad que tranquilamente podría administrar un carnicero. Su sabiduría es la de determinar que tanto importa el bien en disputa a las partes enfrentadas.
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Hay quienes, desde ambas orillas, están haciendo todo lo posible por ahondar más la grieta que nos separa. Porque a quien le vale madre el país no solo le da igual que siga dividido, sino que propicia y alimenta esta fragmentación. Córtalo, nomás.
En ese proceso la superioridad moral de uno se logra a costa de la descalificación del prójimo. Es un circuito caníbal que se está llevando por la borda la convivencia civilizada, todo a cambio de un puñado de likes. ¿Tanto vale un pulgar arriba?
Usos son de la guerra el vencer y ser vencido, es la frase que se le atribuye a Atahualpa luego de ser capturado en Cajamarca. No puede ser casualidad que esa captura sucediera también en medio de una lucha fraticida.
La frase de Atahualpa es extensible a la democracia. La mayoría manda. Y hay veces en que la mayoría se decide por factores milimétricos, como pudiera ser ahora para cualquiera de los dos lados. Pero, obviamente, esa mayoría tiene que ser conquistada de manera ajustada a ley, sin trampas ni trasiego de votos. Avalar un probable embuste electoral por fobia hacia un candidato es dinamitar la democracia desde lo más primario.
Con mayor razón cuando una sospechosísima absolución de sentencia habilita al señor Cerrón, verdadero líder de una de las partes en contienda, para ejercer un cargo público. Es una situación que se explica sola, y que amerita esperar antes de autoproclamarse vencedor. La democracia tiene que ser forzosamente justa, pero no por ello idiota.
Son días en que la pandemia nos sigue matando, y en que cada palabra tiene el efecto de un sable. Hay demasiadas espadas desenvainadas circulando y quienes las empuñan no necesariamente profesan la ecuanimidad de Salomón. A la sanitaria distancia social se le debería sumar una terapéutica distancia digital, habilitando el espacio para que la razón se imponga sobre la emoción.
Estamos en una situación en la que o ganamos todos o perdemos todos, hechos pedazos. //