El avión va a estrellarse y tenemos que saltar. Solo quedan dos paracaídas disponibles, el fabricado por Pedro Castillo y el diseñado por Keiko Fujimori. Digamos que eliges el primero con miedo, con pavor a que no vaya abrirse al momento de activarlo; digamos que saltas con los ojos cerrados y, al jalar la cuerda, oh sorpresa, resulta que sí se abre, solo que el globo principal presenta varios agujeros y múltiples remiendos que no garantizan resistencia alguna frente a las fuerzas de la gravedad. El aterrizaje promete ser muy doloroso, si no fatal.
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Si saltas con el de Keiko, en cambio, no pasarán muchos segundos antes de descubrir con pánico que lo que llevas a tus espaldas no es precisamente un paracaídas sino una muy bien equipada mochila escolar, muy apropiada para ir al colegio, pero inservible por completo a cinco mil metros de altura. Solo un desenlace es posible.
También queda, por cierto, una tercera opción: lanzarte sin equipos, arneses ni artilugios, convencido de que ambos paracaídas son igual de peligrosos o inútiles y, libre de cargos de conciencia, disfrutar del panorama y la adrenalina a lo largo de un brevísimo viaje de minuto y medio, que es lo que tardará tu cuerpo antes de despanzurrarse.
¿Con esta metáfora quiero decir que votaré por el candidato de Perú Libre el 6 de junio? No. Mejor dicho, no lo sé. ¿Qué?, ¿no lo sabes?, ¿pero cómo se te ocurre decir algo así?, ¿no te das cuenta de que Castillo es socio del Movadef, que quiere estatizar las empresas, que ahuyentará a la inversión privada, que nos convertirá en Bolivia o Venezuela?, dirán mis amigos de derecha, desempolvando el discurso que modularon el 2006, temerosos del Ollanta chavista.
Quizá para calmarlos les respondería que tampoco sé si votaré por Keiko. Espera, ¿estás loco? ¿Por la señora K? Pero si está acusada de liderar una organización criminal, además encarna lo peor de los noventa y es la principal responsable de la actual crisis, junto con su partido, contraatacarían mis amigos progresistas, antes de parafrasear a Steven Levitsky: “de Castillo tenemos dudas, de Keiko tenemos pruebas, ¡y ahora más que antes!”.
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Quisiera tener la resolución de César Hildebrandt, quien el lunes pasado nos confesó en Sálvese Quien Pueda que no apoyará a ninguno de los dos postulantes a la presidencia: “Castillo podría producir un golpe de estado, pero Keiko puede ser un golpe de estado en sí misma”. Esa noche sentí que anular el voto era el único camino decente.
Al día siguiente me dejé persuadir por Alberto Vergara, quien sostiene que aún no es momento de definirse, pues con frases del tipo “por ti no voto ni muerto” perdemos la única oportunidad que tenemos de obligar a ambos candidatos a moderarse y deponer sus propuestas más inaceptables.
El mérito de Castillo es ser portavoz de miles de peruanos que están hartos del sistema, la desigualdad, la marginalidad en que viven desde hace décadas. Sin embargo, no estoy dispuesto a endosar mi voto a favor de alguien que evoca a Lenin y Fidel, plantea regular medios de comunicación, busca imponer plebiscitos para decidir el futuro de las instituciones, promete interrumpir la actual reforma educativa, sueña con ver la señal de la cadena Rusia Today en televisión nacional, y encima obedece a un sentenciado por corrupción como Vladimir Cerrón.
Con Keiko, el dilema es mayor. No se trata simplemente de “taparse la nariz” y votar “con pragmatismo”. Eso ya lo hice por Alan García el 2011 y, como comenté la semana pasada, se me derrite la cara de vergüenza cada vez que recuerdo los ‘narcoindultos’, los ‘petroaudios’ o a los muertos del ‘Baguazo’. Además del caso de corrupción que la llevó a la cárcel preventivamente, Keiko nunca ha deslindado realmente de la dictadura de su padre, ni ha reconocido con sinceridad los crímenes de lesa humanidad que durante ella se cometieron. No hay olvido suficiente para eso.
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De modo que aquí estamos, releyendo planes, esperando movimientos razonables, alianzas, jales, nuevos compromisos. A estas alturas el elector indeciso es como el amante inseguro: quiere escuchar palabras bonitas que le devuelvan cierta fe, aunque el pálpito le diga que son todas mentira. Veremos cómo taja su lápiz Castillo, cómo exprime Keiko su naranja. Mientras tanto solo hay certeza de un hecho inapelable: el avión va a estrellarse y tenemos que saltar. //