“Por suerte, me voy a morir pronto, así que no alcanzaré a ver los efectos de la inteligencia artificial», ironiza Isabel Allende durante la conversación que sostiene con Raúl Tola en el marco del festival Escribidores de Málaga. El auditorio del Museo Picasso escucha con deleite a la autora chilena, quien a los ochenta años repasa, con vitalidad y lucidez, una carrera literaria que comenzó hace más de cuatro décadas y cuyo éxito internacional es sostenido e indiscutible. Con más de 77 millones de copias vendidas, es por mucho la escritora viva en lengua española más leída del mundo.
Dije antes autora chilena, pero Allende se considera más bien «extranjera» y «trasplantada», definiciones que se condicen con una biografía llena de desplazamientos no siempre voluntarios: nació en Lima, creció en Chile, vivió unos años en Bolivia, regresó a Santiago hasta que Pinochet dio un golpe de Estado, entonces se exilió primero en Venezuela y luego en Estados Unidos, donde vive desde hace décadas, en una casita de San Francisco. «Las raíces», sostiene, «están en la memoria, los afectos y los libros».
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De todo eso habla Allende esta tarde, y conmueve imaginarla de niña creciendo en la casa de su abuelo viudo, rodeada de hombres, prohibida de escuchar la radio, siendo educada para no quejarse, encontrando solitario refugio en la biblioteca familiar. «Yo leía, pero no tenía modelos. Solo había escritoras inglesas y todas se suicidaban», confiesa.
Fue así, leyendo, que aprendió a evadirse y sobreponerse a los códigos del mundo masculino, lo que resultó muy útil cuando empezó a ejercer el periodismo y, luego, a escribir ficción: «La palabra feminismo no se usaba ni en Chile ni en mi familia, pero yo tenía una especie de rabia, de sublevación, contra la autoridad masculina. Me acompañó durante toda la infancia, se exacerbó durante la pubertad y me convertí en una adolescente furiosa. Al final de la adolescencia, descubrí a las feministas americanas y entonces entendí que había un lenguaje articulado para definir lo que yo sentía».
En la década de los ochenta, Allende, junto con otras autoras (Ángeles Mastreta y Laura Esquivel, por ejemplo), luchó para hacerse notar en un escenario aún saturado por la testosterona del ‘boom’ latinoamericano. Lo consiguió pronto, con su primera novela, “La casa de los espíritus” (1982), que se convirtió en un ‘best seller’ instantáneo, y eso que, en Chile, circuló varios meses clandestinamente, en fotocopias, pues la División de Comunicación Social de la dictadura la había catalogado como «libro conflictivo». Por cierto, empezó a escribirla el 8 de enero de 1981 y, en adelante, por superstición, pero también por disciplina, cada 8 de enero se sienta a escribir un nuevo libro.
Después de ser adaptada al cine en Hollywood (1993), “La casa de los espíritus” llegará este año a las plataformas convertida en miniserie, dirigida y actuada en español (Eva Longoria hará el papel de Blanca Trueba). «Hoy ese libro no podría publicarse, habría que cambiarlo todo», señala Allende, en alusión a la actual guillotina de la corrección política editorial, entre cuyas víctimas más recientes figuran Roald Dahl e Ian Fleming. «En el afán por no ofender a nadie, se terminó el humor», dice la escritora con evidente fastidio.
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Es divertido oírla recordar cómo se editaban las novelas en esa época en que la única tecnología disponible eran la máquina de escribir y el papel carbón. «Para mover un párrafo de sitio había que cortarlo con tijera y pegarlo con scotch; y para cambiar una palabra había que pasarle un líquido blanco, soplar hasta que se secara y después tipeabas encima la nueva palabra, que tenía que tener el mismo número de sílabas o menos para que cupiera en el hueco».
Antes de finalizar el encuentro, una joven del público le agradece en nombre de su madre, que tiene un estante lleno de sus novelas. «Gracias a sus libros, yo he empezado a estudiar Literatura», reconoce la muchacha. La charla se cierra y, en medio de las sonrisas y la buena onda general, uno se queda pensando en que quizá la consagración literaria, más allá de fama, premios y ventas, tenga que ver con eso: influir en alguien al punto de llevarlo a decidir su propio destino. //