El señor Pedro Castillo está aprendiendo a ser presidente desde la presidencia. Felizmente no es cirujano o piloto de avión. Si lo fuera su carrera sería notoriamente corta. Tal como la vida de sus pacientes y pasajeros.
Él es un político, a pesar de que sus actos y competencias indiquen lo contrario. Eso significa que resucitará todas las veces que la nobleza tragicómica del pueblo peruano lo favorezca con sus votos. Esa variable es ingobernable e impredecible, por más que se le atribuya a la prensa capacidades para el hipnotismo en masa. El único poder comprobado que tiene un periodista es el de arruinar su propia reputación.
En el mundo real quien está más cerca de decidir quien gana las elecciones peruanas ha sido casi siempre el que las pierde. La prensa solo acaba contando una historia circular – gol que no haces, gol que te hacen- que para la mitad del electorado que no votó así precisará de un responsable. Estamos para servirles.
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El problema con el aprendizaje en tiempo real del señor Castillo es que los más de treinta millones y pico de peruanos que vivimos en este país somos, de una manera democráticamente forzosa, sus pacientes y sus pasajeros. El será quien nos ampute la pierna equivocada. El será quien estrelle la nave con nosotros dentro, bien ajustado el cinturón.
Lo insólito es que, así como el presidente está aprendiendo su trabajo mientras lo ejerce, el elector peruano está aprendiendo a votar desde 1827, año de las primeras elecciones. Hemos tenido ciertos inconvenientes cognitivos y reveses emocionales al entenderlo, para decirlo de manera amable.
El avión está en el aire y las alternativas se acaban. Mientras el presidente aprende sin leer diarios, ver televisión ni ordenar sus ideas, su imagen se deshace. Entre la rabia y la compasión, poco va quedando de la ilusión encarnada en un maestro con mañas sindicales, turbias juntas y contendientes increíblemente ineptos.
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Lo que Fernando del Rincón piadosamente llamó “pocas habilidades expresivas¨ es una certeza que se ahonda. Trasciende un problema de forma y ahora alcanza el fondo. Ya no es un problema de expresión sino de virtud, o falta de ella[1]. El presidente tiene la intención de someter al pueblo, su coartada imaginaria, la cesión de territorio nacional. Lo dijo sobrio. Que hubiera dicho si Rincón llevaba tequila.
Habrá que ver si el antifujimorismo alcanza para cubrir la orfandad de cualidades, ya no solo capacidades, que Castillo demuestra. Es el imperio de la deméritocracia, un dilema donde no gana nadie.
En el 2001 Valentín Paniagua al terminar el breve encargo presidencial de un año en que fumigó ejército y estado peruano, recibió una carta de saludo de algunos periodistas. Fiel a su estilo, su respuesta fue muchas gracias, ahora lean a Giovanni Sartori. Paniagua postuló a la presidencia en el 2006. Logró el 7% de los votos.
El politólogo italiano Sartori, que Paniagua difundió con entusiasmo, decía algo a propósito de la representatividad política que resulta de pertinencia forense tras la autopsia periodística de CNN:
El representante no solo es responsable ante alguien, sino también responsable de algo.
Ese algo es lo que el presidente Castillo adolece. En ese espacio vacío entran Cerrón, el Movadef, los dólares de Pacheco, la vida nocturna de Sarratea y las fiestas infantiles sorpresa en Palacio de Gobierno. Es un vacío que pretende conjurar repitiendo la palabra pueblo, pueblo, pueblo, sin decir nada.
Ese algo es una responsabilidad que el presidente Castillo no conoce, no detecta o no le interesa. Difícil determinar cual de las tres posibilidades es la peor.
[1] Un dedo de frente basta para establecer la relación directa entre el atropellado e irregular cierre de la antena de Radio Tigre para en realidad afectar a PBO, emisora frontalmente opositora que acoge varias voces periodísticas. Este es un régimen que no tiene la menor simpatía por la libertad de expresión, derecho que si no es para todos no es para nadie. Solidaridad con PBO.
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