“La vida amorosa es una tómbola”, me decía una amiga mientras almorzábamos. Y si bien estábamos en modo light –a punta de poke bowls y té verde–, la conversación se puso cada vez más profunda. Su descripción de tómbola no era literal: esa infaltable actividad de toda kermesse donde compras tu ticket, te dan el papelito y bien puede tocarte un lápiz o un par de medias que le quedan a tu papá. Si eras suertuda, te tocaba un pollito, que se convertía en tu nueva mascota a falta del perro que de ninguna manera autorizaba tu mamá en la casa. Para mi amiga, la tómbola era la analogía perfecta de las relaciones amorosas.
Sus tickets (o parejas) habían sido esa linterna de bolsillo a la que se le acababa la pila rápido o esas bolsas de canchita que te comes por gula pero que te dejan los dedos llenos de grasa, un terrible dolor de barriga y harto sentimiento de culpa. Evidentemente, fue inevitable pensar en algunos de mis tickets del pasado: un set de chispitas mariposas pero quemadas, un juego de rompecabezas con varias piezas incompletas, un cubo mágico que nunca fui capaz de completar y un llaverito de bolsillo (sin alusiones pesonales).
Ya en nuestra segunda ronda de té –aunque la conversación ameritaba un trago– me contaba, entre decepcionada y triste, que más bien muchas personas a su alrededor sí habían tenido suerte con sus tickets y hoy disfrutaban de cartucheras coloridas provistas de plumones y borradores que huelen a frutas, que por supuesto les encanta lucir en lonches y parrilladas. Mientras la escuchaba le recordaba que habría que ver si esos fantásticos plumones de verdad pintan y los borradores en serio borran.
Reflexionaba sobre el concepto de tómbola y cuán arraigado está en muchos de nosotros el hecho de quejarnos de nuestra mala suerte en el amor. Y me incluyo. El que no haya siquiera cuestionado por qué se tiene que tropezar siempre con la misma piedra, que tire no la primera piedra, sino el sachet anticaspa, regalo infaltable de tómbola. Y si bien alguien podría argumentar que, a diferencia de la tómbola, en las relaciones amorosas tú eliges y no esperas a ver qué te toque, en el fondo si no estamos preparados para elegir, solo estamos comprando el ticket y persignándonos para ver si fuimos afortunados.
Entonces, ¿estamos realmente escogiendo? ¿Será más bien que nos escogen? O, lo que es peor, ¿estamos recogiendo? Para el psicoterapeuta y coach Igor Alegría, el criterio básico cuando se trata de elegir una pareja es que no debes buscar a alguien que te haga feliz; debes aprender a ser feliz solo o sola y luego de eso recién buscar a alguien feliz también, que no te venga a robar la felicidad que tanto puede haberte costado obtener. Pero para que todo esto suceda tienes que estar emocionalmente sano porque –como bien dice Igor– saber escoger está directamente ligado a cuánto nos conocemos y cuánto creemos merecer. Cuando no estamos sanos, no solo elegimos mal y repetimos patrones que no hemos curado; también nos conformamos porque no nos creemos capaces de aspirar a algo más.
Otra conducta que adoptamos es la de ‘salvadores’ de otros, porque eso nos da esa falsa seguridad de sentirnos necesarios e importantes y tapamos nuestras propias carencias. No estar sanos para elegir nos vuelve ciegos ante una persona fantástica pero que es absolutamente invisible y poco valorada cuando sufres de cataratas emocionales. Por eso, hasta no poder resolver el conflicto de escoger mal, Igor les recomienda a sus pacientes usar el método express: cuando entran a una reunión, fiesta, rave o pollada, sus pacientes deben identificar los tres flacos o flacas que más les atraen y luego sacarlos imaginariamente del lugar.
Luego mapear a los tres siguientes potenciales ‘giles’ que les gustarían si no existieran los primeros, para posteriormente también imaginar que no están allí. Recién después de sacar esos seis primeros (que son el mismo patrón que escogen siempre), mirar quién más está en el local. Esta es la mejor forma de evitar el patrón fallido de búsqueda hasta que sanes. Y si bien Igor ha desarrollado esta última técnica después de haberme graduado como una de sus más aplicadas pacientes, el sanarme emocionalmente fue la mejor inversión de mi vida para aprender a elegir. Ya mientras mi amiga y yo compartíamos un acai bowl, le hablé claro y sin complacencia, como tienen que hacer las amigas de verdad.
Le pedí que dejara de echarle la culpa a su mala suerte con los tickets y que le deje el concepto de tómbola a las kermesses, porque la vida es demasiado corta y linda como para estar esperando que te la venga a alegrar y arreglar un pollito. //