Tiempos violentos los que vivimos. Los dueños de lo ajeno y de la verdad se han encargado de que transitemos por las veredas físicas y digitales con miedo de dar un paso en falso o decir una palabra de más o de menos, porque el resultado puede ser letal.
Los pirañitas no solo están al acecho en las esquinas, sino bien despiertos en las redes sociales para comerse vivo al que no piense como ellos. Los 240 caracteres se han convertido en un arma, sin duda, para lo bueno, pero también para lo malo, porque representan un poder sin necesidad de licencia para matar. Vivimos asustados de expresar nuestras opiniones porque pululan personas, contratadas a sueldo, para matar bajo el pintoresco nombre de trolls. Digamos las cosas por su nombre: quien mata reputaciones a sueldo es sicario, así suene duro.
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Pero si el anonimato le ha dado poder al peor lado del ser humano, en la vida personal y profesional también nos enfrentamos todos los días al abuso de poder en todas sus formas. Lo peor de todo es que lo hemos normalizado bajo títulos que también les dan licencia para matar autoestimas, relaciones, estabilidad emocional. Nos hemos creído que “el cliente tiene la razón”, ese gran cajón de sastre que significa también poder maltratar a quien nos presta un servicio.
Hace poco, un amigo diseñador me contaba que luego de hacer un trabajo para un cliente, muy lejos de la ciudad, recibió una llamada del mismo diciéndole que no le gustaba la luz que tenía la lámpara que le había instalado. Mi amigo le respondió que no se preocupara y que le dejaría tres tipos de foco en su casa de Lima para que pruebe el que desee. Cinco minutos después lo volvió a llamar el cliente diciéndole que no estaba de acuerdo con esa solución porque él estaba pagando para no tener que colocar ni un solo foco, así que debía apurarse en ir porque para eso le pagaba. Su historia me hizo recordar lo que yo había vivido esa misma semana en una reunión mientras presentaba una estrategia. De pronto, irrumpió en el Zoom ese ejecutivo que piensa que hablar más alto, olvidarse a propósito de tu nombre y tratarte con rudeza lo hace líder, el dueño del circo, cuando solo evidencia una soberbia arcaica. Sí, pues. Esos clientes que solo van a Wong porque les gusta sentir el poder de que les carguen las bolsas lamentablemente existen (no exagero, una amiga coach me contó de este paciente). Son como aquellos personajes de anime que se vuelven más grandes y ruidosos haciendo sentir más débil y chiquito al otro. Yo le decía a mi amigo que esa situación que viví me hizo recordar que uno también debería elegir muy cuidadosamente a sus clientes y no solo esperar a que nos elijan. Mi amigo me hizo notar que mi razonamiento también se expresaba desde una posición de poder, un poder que lamentablemente no tiene la mayoría, a la que muchas veces le queda agachar la cabeza y ajustar los dientes.
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Todas y todos tenemos poder sobre alguien o algo. Padres con hijos, hijos con sus padres, empleadores con sus equipos, empresas con sus proveedores, los medios con su audiencia, marcas con sus clientes, los clientes con las marcas, el Gobierno con todo un país. Mi pedido es simple: usa el poco o gran poder que tienes con responsabilidad y empatía. No manipules, no engañes, no difames, no destruyas, no te aproveches, no denigres, no minimices con el poco o gran poder que tengas. El poder no está hecho para llegar a la cima a punta de telarañas y creerte un superhumano como el Hombre Araña. Cuando usó su poder para fines incorrectos, su tío Ben Parker le dijo: “Todo poder conlleva una gran responsabilidad”. Pero el genial Stan Lee, creador de Marvel, se aseguró de dejarnos bien claro que esa frase no está hecha para los cómics, sino para la vida real. Franklin D. Roosevelt fue quien lo inspiró para usar esa frase cuando, en 1945, dio su último discurso antes de morir y de salvar a su país de la mayor crisis de su historia. A ver si unidos usamos todo nuestro poder para levantar al país de la peor crisis sanitaria y social de su historia, y repetir esa historia aquí también. //