"Luego de recibir la señal de nuestro cómplice en portería, apagamos las luces y nos escondimos". Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
"Luego de recibir la señal de nuestro cómplice en portería, apagamos las luces y nos escondimos". Lee la columna de Luciana Olivares. (Ilustración: Kelly Villarreal / Somos)
Luciana Olivares

Mi ex esposo siempre odió su cumpleaños, tanto que no recuerdo, ni en nuestra época de enamorados o casados, verlo soplar una sola vela. Ya divorciados, ni siquiera nuestra hija Fernanda logró convencerlo de celebrar el día; de hecho, siempre se las ingeniaba para estar de viaje y así evitar el saludo cumpleañero. Pero Fer no se iba a rendir, así que este año decidió –en complicidad con una muy amiga de él– celebrarle un feliz cumpleaños un día cualquiera, como fiesta sorpresa. Para ello prepararon bocaditos, torta con todos los adornos que hacían alusión a las cosas que le gustaban, mascarillas de calaveras para los invitados, piñata y hasta su propia versión de ‘ponle la cola al burro’, solo que a diferencia de la cara del burro estaba la de Italo con cuerpo de Nugget (apelativo que usa mi hija de cariño para referirse a su papá). En vez de cola, recrearon un pan francés.

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Llegó el día y éramos pocos los invitados, por temas de pandemia. Pero diría que los suficientes para el festín: Andrea (su gran amiga), su hijo (encargado de la música y los adornos en cerámica fría), su perro Dragón, su hermana Camucha (mi ex cuñada, pero por siempre mi gran amiga), mi esposo, Fernanda, Chacal y yo. Seis personas y cinco perros, esperando a que llegara el rey del no cumpleaños. Luego de recibir la señal de nuestro cómplice en portería, anunciando que estaba llegando el homenajeado, apagamos las luces, nos escondimos y luego de gritar “sorpresa” prendimos unas luces discotequeras que consiguió Fer. Entre ladridos y carcajadas recibimos al celebrado. Andrea le puso una corona chiquita de rey en la cabeza, que ella misma preparó con sus dotes de artista. El no cumpleañero no podía disimular su emoción con una sonrisa de oreja a oreja mientras descubría todos los detalles que con tanto amor le había preparado su hija, como los cupcakes con frosting arcoíris y la piñata de Pablo, de Los Backyardigans, pero con su cara pegada, repleta de todas las cosas que le gustan pero tomadas de su despensa, cosa que descubriría después.

Tengo que confesar que me quedé contemplando la escena por unos minutos pero en cámara lenta, como en El gran pez, una de mis películas favoritas. El personaje principal ve pasar la canchita volando en cámara lenta mientras contempla a la chica de sus sueños. Ver tanta alegría junta de mi familia feliz, y poco convencional, me hizo querer digerir el momento segundo a segundo. Vi a mi hija reír y brindar con jugo de mandarina en vasitos de colores, con sus dos papás amigos. Vi a mi esposo departiendo sin sentirse incómodo ni raro, y darle un fuerte codazo (de saludo) al papá de la hija de la mujer que ama y también su vecino. Vi a mis perros jugando con los globos que caían en el suelo y enredándose con las serpentinas. Observé la decoración más extraña que he visto en la vida en una fiesta de cumpleaños, con piezas de nuggets, venados, calaveras y dibujos animados. Muy original. Vi a mi ex esposo celebrando como chiquito su no cumpleaños. De pronto, Camucha, mi ex cuñada, me tomó el hombro y con una mirada cómplice me dijo en voz bajita: “A veces lo que toca es reírnos más y contemplar tu paisaje”.

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Me quedé pensando estos días en eso. Nos pasamos la mayor parte del tiempo esperando que factores externos o terceros nos den motivos para reírnos y ser felices. Pero lo cierto es que cada uno de nosotros tiene el poder de diseñar su propio día feliz o, lo que es mejor, su propio concepto de felicidad. La fiesta de no cumpleaños, por absurda que parezca, me demostró que no tienes que esperar un día especial para comer torta, sentirte niño y hasta ponerle la cola al burro, o el pan francés al Nugget, en este caso. También me enseñó qué rico es reírse a carcajada limpia mirando la vida en tamaño real y no desde una pantalla a punta de memes. Pero quizás lo más importante es recordarte todos los días que tú eres el responsable de tu paisaje. La vida no es la responsable de darte un limón para hacer limonada: eres tú el que tiene que buscarse los limones y si elegiste ácidos o secos, te tocará trabajar para sacarle el jugo a lo que tienes. Más que avinagrarte por tu mala suerte o o conformarte con un jugo rancio, ingeniártelas para hacer con tu limón un ceviche y con chilcano incluido. //

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