Todos estamos hartos. Hartos del covid, hartos de la espera, hartos de los que siempre –en circunstancias de conflicto– saben sacar provecho solo para sí mismos. Pero toda emoción, por más negativa que parezca, tiene una función: y nada como el hartazgo para hacer las veces de motivo hacia una búsqueda: ¿Quién soy? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?¿Qué cosa importante hago con mi tiempo y mi talento? ¿Cómo quiero salvar al mundo?
He estado perdida la mayor parte de mi vida, he avanzado y retrocedido sin rumbo y sin ruta. He perdido tiempo, talento y recursos en causas imposibles y la mayor parte del tiempo he estado ahí por decisión propia.
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No tener idea de qué hacer ni qué querer hacer.
La primera vez que experimenté esa sensación de absoluta desorientación fue al salir del colegio. No sabía qué me gustaba lo suficiente como para pasar mi tiempo estudiando y aprendiendo a hacerlo.
No sabía quién era yo.
Así que probé lo que mi intuición me dijo, pero me di cuenta de que no me gustó. Cambié a otra carrera, que pensé que me era afín, y me convertí en periodista sin saber cómo serlo. Mis pasos por medios locales fueron mediocres, no hice nada que destacara, no contribuí con mucho y lo peor es que nunca supe qué hacer, hasta los 27 años.
A esa edad conocí a mi esposo, amigo y compañero, y fue él quien me ayudó y orientó, acompañó y cocreó conmigo un proyecto que hasta el día de hoy sigue funcionando.
A la par hice el trabajo duro y doloroso de escucharme, conocerme, ir a terapia y hablar todo lo que tuviese que hablar. Probé con todas las herramientas que creo son funcionales y sirven para irnos encontrando en el camino, y algo han funcionado.
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Sí, somos muchos los que nos hemos sentido o sentimos perdidos, no solo una sino varias veces durante nuestras vidas. Es natural. Nadie llega al mundo con una brújula, un mapa de ubicación y una guía de camino. Uno mismo tiene que hacer su propia ruta. Ponerle ganas y espíritu.
Tomen nota de estos consejos, desde mi humilde experiencia:
La principal lección es que estaremos perdidos si no nos enfocamos en conocernos a nosotros mismos: necesitamos hacer el trabajo de descubrir quiénes somos, qué nos gusta, qué no nos gusta, qué permitimos, qué no permitimos, saber que nos equivocaremos porque la vida se trata de prueba y error y de error y prueba, hasta que nos sintamos a gusto.
Si no conocemos quiénes somos, cuál es la imagen que tenemos de nosotros mismos, cuáles son nuestros límites y los límites con los demás, y si no nos respetamos, entonces no hay solución ni camino que valga.
La segunda lección importante es entender que somos cambio constante y que definitivamente hay un antes y un después –nuestro después– de esta experiencia de vida. Nos hemos moldeado, hemos cedido, hemos luchado, hemos hablado, hemos dejado salir, nos hemos sincerado y hemos hecho de nosotros una persona nueva.
Llenémosla de virtudes para hacerla siempre una mejor versión que la anterior; si no, de qué sirve todo ese trabajo. Necesitamos, en primera instancia, más empatía: aprender a salir de nuestra burbuja para ponernos en la burbuja del otro, poder tener la apertura mental para cambiar de perspectiva y ver las cosas por una vez desde otro ángulo, sin tanto juicio, ya que condicionamos nuestra realidad presente al pasado.
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Necesitamos más simpatía y más gratitud, para enfocarnos en lo bueno que tenemos y no en lo que estamos perdiendo.
La tercera lección es que todo pasa, pero no puedes depositar en el mañana, o ‘el lunes empiezo’, los objetivos de tu vida. Las cosas suceden cuando uno se pone en marcha. Avanti. //