“Ni tú ni nadie golpeará tan fuerte como la vida. Pero no importa lo fuerte que puedas golpear, sino lo fuerte que puedan golpearte y tú puedas seguir avanzando. Importa lo mucho que puedas resistir y seguir adelante. Eso es lo que hacen lo ganadores”.
Pum, uno por el cierre de las playas los fines de semana.
Pum, dos porque mis padres no me dejan abrazarlos, aún.
Pum, porque no he visto a mi abuela.
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He comenzado a practicar box impulsada por una gran necesidad de desfogue y catarsis personal. Al parecer todo lo que hacía para mantenerme en equilibrio era insuficiente.
Demasiada frustración, demasiada rabia, demasiado adentro, demasiado tiempo en esto.
Pum, por las opiniones del resto sobre el cuidado personal de cada uno.
Pum, por la imposibilidad de discutir sobre un tema sin polarización ni polémica.
Pum, pum, pum: por lo hilarantemente desquiciada que puede ser nuestra política.
Creo que de todo lo que he experimentado, puedo concluir que nada es tan poderoso para soltar la ira como unos guantes de box.
Son tres minutos de pelea y uno de descanso, y mientras duran los tres de enfrentamiento, las manoplas acolchadas de mi profesor hacen de psiquiatra, terapeuta, consejo espiritual, hombro de amigo, consuelo de madre. Descargo todo la energía destructiva de mi ser sobre esos pequeños rounds y sobre Striker, el ex campeón nacional de box, con trece años de experiencia, que hace de contenedor de mis frustraciones reales.
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No necesito hablar ni ser escuchada. Aquí el intercambio es absolutamente energético: he descubierto que tengo fuerza y que me falta coordinación, pero no estoy ahí por la perfección de la práctica, sino para mantenerme cuerda en este año de locura.
Pum, por el rebrote o la segunda ola.
Pum, por todo lo que se quedó en pausa.
Pum, por la nueva normalidad, que de normal no tiene nada.
Gracias al box he descubierto que mi estado físico es deplorable y que el aire me falta a los 30 segundos del primer round. Cuando termino, literalmente me tiro al piso a recuperarme y una vez que la clase acaba, solo queda fuerza para respirar y mantenerme en silencio.
Entre el cóctel de endorfinas producido por el ejercicio y el agotamiento físico absoluto, la sensación posentrenamiento es de ligereza total: voy sin peso en el cuerpo, en la mente y en el alma.
El box, en cierto modo, es también una práctica de mindfulness o atención plena. Si toda tu atención no está puesta en tu contrincante, en sus movimientos, estás perdido: el box es una disciplina rápida y furiosa. Necesitas poner toda tu concentración al momento presente para anticipar golpes y sorprender con los tuyos.
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No solo eso: el simple hecho de dar un golpe de box o puñetear, descarga la tensión acumulada en el cuerpo por el estrés y mientras más se practica, menos atención le prestas a la causa que generó tanto alboroto en nuestro cuerpo físico y mental, y más atención a lo que estás haciendo.
En resumen, es una práctica excepcional, trabajas cardiovascularmente y mejoras tu resistencia física, pero lo más retador y motivador es que entrenas tu mente para coordinar, para mantenerte atento, para no perder el equilibrio, para no bajar la guardia.
Cada golpe que aprendo –directo, jab, uppercut– es una nueva motivación, y en pocas clases he visto no solo mi evolución en el deporte, sino en la confianza que ha generado en mí.
El box empodera. De hecho, de ahora en adelante, llámenme Rockita Balboa.
Pum: por las elecciones venideras y los candidatos de chiste.
Pum: por si nos olvidamos de la historia. //