Quedan seis semanas para las elecciones y esto es lo que tiene que hacer el señor Pedro Castillo para ganarlas: nada.
Puede dedicarse a tomar clases de equitación. Puede alimentar gallinas descalzo para el beneplácito de las cámaras. Puede seguir sometiéndose a los tuits del señor Vladimir Cerrón. Solo tiene que flotar en la marea de desconcierto y resarcimiento que ha convocado. Y no quitarse nunca el sombrero.
MIRA TAMBIÉN: El misterio del asesor: de Richard Swing a Chibolín
Digo para ganarlas. No para ganarlas en buena ley o ajustándose a la verdad. Su campaña cabalga sobre el maniqueísmo y la polarización, discurso que tiene a la proverbial desigualdad peruana como fuente de alimentación. Eso es gasolina de avión para el demagogo.
Las medidas populistas y comprobadamente fracasadas que postula- expropiaciones, estatizaciones y repudio a las transnacionales a manera de cura mágica al Covid- suenan como música celestial para los que no tienen nada que perder. Denunciarlas repetitivamente ante una audiencia que si tiene algo que perder es predicar entre conversos. O, peor aún, victimizarlo. En ese sentido el trabajo más esforzado de su campaña se lo están haciendo gratis sus adversarios. Ha pasado antes. Es más, siempre pasa.
Mientras el señor Castillo no está obligado a nada para sus fines electorales, la ciudadanía amenazada por un régimen totalitario hace lo propio a través de todas las acciones equivocadas posibles. Lo insulta, le hace un favor. Se burla de él, le hace un favor. Lo ataca racialmente, justifica su prédica. En matemáticas se llama la suma cero.: 1 + -1 = 0.
COMPARTE: Ciencia ficción electoral, por Jaime Bedoya
Igual de blandengue es el papel de los candidatos que hasta el 11 de abril se presentaban como comprometidos con el país. El señor López Aliaga, que tiene en audacia lo que carece de visión nacional, está más preocupado en ser alcalde en el 2023 y presidente en el 2026 que por el abismo del 2021. El señor De Soto sigue pensando en la neutralidad suiza de una probable asesoría al gobierno de 30 años de Perú Libre. La señora Mendoza se alineará con la izquierda y, una vez más, será engañada por sí misma. Y siguen firmas.
Todos los anteriores podrían sentar la convocatoria de un Acuerdo por el Bicentenario. Uno que hable de compromisos democráticos indispensables, incluyendo una urgente revisión del defendido modelo. El primer invitado a firmar ese documento (o a que definitivamente patee el tablero), debería ser el señor Castillo. La segunda invitada a esa firma, y sobre ella recae ahora la principal responsabilidad en estas semanas, es la señora Keiko Fujimori.
LEE: Los ausentes y los votos, por Jaime Bedoya
Mientras tanto sigue corriendo el tiempo y pollos sin cabeza corren en círculos chocándose entre ellos. Algunos procuran la pureza moral supuestamente implícita en el voto en blanco o viciado, así eso se parezca más a querer curar un dolor de cabeza con un balazo al cráneo. Otros, los que no tienen el dinero para hacer algo sin pensarlo, buscan pasajes baratos con una temblorosa tarjeta de crédito en la mano, oscilando entre el vacunarse y el por si acaso.
La candidata Fujimori más que preocuparse por que le crean al señor Castillo debería preocuparse por que le crean a ella. Está en el dilema y en la paradoja de comprometerse a no ser fujimorista, entendiéndose por eso el veneno que intoxicó la democracia hasta ayudarnos a llegar a esto. Keiko Fujimori tiene que pedir perdón por lo que su partido le hizo al país. Ahí empieza su campaña, no hablando de Venezuela.