Los integrantes de cualquier selección nacional son libres de decir públicamente por quién piensan votar. Son ciudadanos antes que deportistas y los asiste la misma, irrestricta libertad de expresión de la que gozamos los demás. Si estamos de acuerdo en eso, ¿entonces por qué ha suscitado tanta controversia el pronunciamiento electoral de varios jugadores de la selección peruana de fútbol a inicios de semana?
Creo que hacerlo de manera conjunta, a través de una página de Facebook (creada con ese único objetivo), lleva a muchos a pensar que esta es una maniobra orquestada antes que una espontánea muestra de involucramiento político. Es una sospecha válida; sin embargo, no amerita el rechazo precipitado y hasta condescendiente que los jugadores han recibido. Sí, de acuerdo, habría sido menos grotesco si se pronunciaban por separado, a través de sus redes personales, diciendo que el 6 de junio respaldarán a la candidata de Fuerza Popular, pero son cuestiones de forma. Lo innegable es que tienen el derecho constitucional de opinar del modo que deseen, incluso recurriendo a frases del tipo “por la democracia”, “por la paz”, “contra el comunismo”, que son parte de la retórica que el fujimorismo ha puesto en marcha durante la segunda vuelta.
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Además, no es la primera vez que los jugadores opinan. En noviembre pasado varios de ellos (Edison Flores, Cueva, Tapia, Zambrano y Pizarro, entre otros) se manifestaron pidiendo la renuncia del golpista Manuel Merino, protestando por el asesinato de Inti y Bryan en las calles, y quejándose del deleznable papel que cumpliera el Congreso en aquella trágica coyuntura. Si en aquel momento su intervención no provocó nuestra airada desaprobación, por qué tendría que provocarla ahora. Si fuera Pedro Castillo el favorecido con este respaldo, ¿la reacción sería similar? Intuyo que no.
Encuentro más atendible la crítica al uso de la camiseta. Siendo cierto que en el pasado varios presidentes (desde Velasco hasta Vizcarra) la politizaron y se la pusieron tratando de obtener alguna rentabilidad; y siendo cierto también que las olas de indignación no se oyeron las cientos de veces que la sacrosanta camiseta fue usada con fines comerciales (en publicidades de cerveza o telefonía móvil, por ejemplo), siendo ciertos aquellos antecedentes, hay que reconocer que las actuales circunstancias son especialmente tensas. Que justo en este momento de crispación y polarización, los jugadores desarrollen una comunicación usando el lema “ponte la camiseta, Perú”, fastidia, irrita. Me explico: durante la campaña al Mundial de Rusia 2018, el fútbol se convirtió para los peruanos en un refugio, quizá nuestro único espacio de encuentro común. Nos sentábamos a ver los partidos de la selección sin necesidad de cuestionar nuestro aspecto o procedencia, igualando el milagro de identidad que ya antes había alcanzado la gastronomía. El equipo de Ricardo Gareca nos legó un sentimiento de pertenencia sin ideologías de por medio. Los de derecha, los de izquierda, los de centro, los millonarios, los desclasados, los presos, los viejos, los jóvenes, pudimos olvidarnos de las brechas y reconciliarnos gracias a los triunfos de la blanquirroja.
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No es la selección, entonces, quien ha manchado la camiseta, sino la candidata Fujimori, al buscar apropiarse de ese símbolo, y promoviendo además la patética falacia de que la peruanidad está solo en un bando, como si los votantes de su adversario fuesen naturales de otro país. Es una obvia estrategia para desnaranjizarse, tal como hizo Ollanta Humala cuando en el 2011 cambió el rojo radical por el blanco conciliador, solo que en este caso se intenta usufructuar un ícono que es, por decirlo así, propiedad inmaterial de todos los hinchas. Ahora bien, las cosas claras: también el improvisado Pedro Castillo actúa de forma similar cuando busca transformar el concepto “pueblo” en la insignia distintiva de Perú Libre, como si ignorara que hay miles de votantes fujimoristas en los sectores rurales y marginales.
Dicho esto, creo que sí hay algo que podemos exigirles a los ‘mundialistas’: comprarse el pleito en serio, asumir la responsabilidad de tomar posición, apechugar. Si Keiko Fujimori llega a ser presidenta y empieza a dar muestras de un comportamiento antidemocrático, esperamos verlos igual de comprometidos, igual de organizados, igual de deseosos de participar con la camiseta puesta. Y esta vez no solamente en las redes o la cancha, sino en las calles. //