A finales de los años 60 un empresario de disposición romántica inauguró en la Carretera Central un emprendimiento. Se trataba del hostal al paso “Tu y yo”, presentado para el respetable público bajo el slogan como un lugar para hombres de negocios fatigados.
Quedaba implícito que el mejor reconstituyente para el cansancio laboral lo constituían provechosas jornadas de amor al paso. Quiso el destino que este nido de contraprestaciones corpóreas estuviera ubicado en el kilómetro cinco y medio de la mencionada vía. Desde entonces mencionar el guarismo cinco y medio es convocar el romance clandestino, traviesamente resbaladizo y cruelmente cronometrado.
MIRA: El chancho, el chicharrón y la política, por Jaime Bedoya
El principal vaso comunicante entre el cinco y medio y la identidad nacional fue establecido en los años setenta en medio de cierto escándalo intelectual. Fue cuando el lúcido y ácido historiador Pablo Macera aseverara, de manera metafórica, que el Perú era un burdel. La figura era amplia y prometedora. Podía referirse tanto a lo improvisado como a lo inmoral y tanto más. Muchos se sintieron ofendidos en su más casto patriotismo.
Quien mejor argumentó su oposición a este dicho fue el sicólogo Baldomero Cáceres. El afirmó que lo de Macera era inexacto, por no decir falso. La razón era simple: un burdel es un establecimiento organizado, con normas y reglas a seguir para el feliz desempeño de tanto clientes como prestadoras de servicios. Y el Perú, nación de permanente caos, de ordenado no tenía nada.
La peruanidad es un arcano que Gianluca Lapadula inocentemente cree tener resuelto con un playlist del Grupo 5. Es algo más más complicado y enrevesado. En un texto del filósofo Augusto Salazar Bondy que probablemente don Baldomero conocía, La Cultura de la dominación (1966), se daban algunas vigas maestras de ese acertijo, envuelto en un enigma dentro de un misterio, y servido con cebiche, llamado Perú.
LEE: El verano peligroso, por Jaime Bedoya
Salazar Bondy se refería a tres vigas maestras del componente genético de nuestro espíritu, presentes en citas notables de autores de otros tiempos. Era el caso del filósofo Julio Chiriboga (1896 – 1956), el mismo que plasmara esa incontestable verdad nacional:
- Si tienes un enemigo, aplícale la ley[1].
El otro citado era Mariano Cornejo (1866 – 1942) abogado arequipeño que estableciera un valor prácticamente científico:
- Entre nosotros, lo único permanente es lo provisional.
Finalmente citaba a don Manuel Lorenzo Vidaurre (1773 – 1841), primer presidente de la Corte Suprema, que verbalizó una sentencia que debería estar inscrita en el Morro Solar:
- En el Perú no se puede usar la palabra imposible.
La casualidad no existe. A cinco meses y medio de las elecciones, el fantasma del 5 ½ reaparece como referente nacional de incertidumbre, agitación y plazos que se vencen. La legalidad, lo vemos a diario, es un cuerpo acomodaticio que cambia de forma y extensión según la fuerza que la deforme. Pero la legitimidad es otra cosa.
MIRA: Qué no ha visto el gato de Nazca, por Jaime Bedoya
La legitimidad de Valentín Paniagua era una condición fruto de su trayectoria y de su talante democrático. Pero la de este nuevo gobierno congresal[2]- juez, parte y todo del populismo y de lo bamba- está en veremos. La desconfianza se la ha ganado a pulso un congreso inmune a cualquier vacuna de decencia y sensatez desde que en el año 2016 la candidata que quedó segunda consideró que había ganado. Aceptemos que para nosotros lo imposible no existe. Pestañeas y todo es peor. Por eso, no cerremos los ojos ante lo que está pasando.
[1] Se le atribuye al mexicano Benito Juárez una versión anterior: ¨A los amigos justicia y gracia, a los enemigos todo el peso de la ley¨
[2] El señor Manuel Merino de Lama fue elegido congresista con 5271 votos. Equivale al aforo de la tribuna norte del Estadio Mansiche de Trujillo.