La distancia entre Lima y el resto del país no tiene ideología. Parecería tratarse de una separación natural, meteorológica, como un eclipse o un rayo. Es una brecha imposible de ser resuelta, por más privilegios o conciencia social que se tengan.
Sucede cuando una señora no entiende el clamor de cambio que refleja una votación nacional. Entonces declara sin sonrojarse que en su albergue para perros no recibirá mascotas de familias comunistas. Los canes levantan indistintamente cualquier pata, derecha o izquierda, para orinar.
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Sucede también del otro lado. Mientras desde lo digital algunos ponían en tela de juicio la vena terrorista de la matanza en Vizcatán, ya desde enero del 2020 esa comunidad vivía bajo las amenazas totalitarias del Militarizado Partido Comunista del Perú, que no es una banda de ladrones de relojes. El ADN de Sendero Luminoso está en su organismo, a lo que se le suman las 450 toneladas métricas anuales de cocaína que produce la zona.
En un manifiesto de esa fecha, que la mencionada organización consideraba “una orden política para masas populares de los pueblos del mundo, del Perú, y en particular para las masas populares trabajadoras del VRAEM y el Vizcatán”, prohíben en su punto 21 el uso del celular táctil, arma legal que destruye la mente y el alma (sic).
Es haciendo uso de esa tecnología proscrita en el VRAEM que los limeños conjeturaban en redes sobre la naturaleza de los asesinatos, como si la nomenclatura de los mismos los hiciera menos malignos. Su audacia tuitera contrastaba con la temerosa desolación de los velorios de las víctimas, envueltos por miedo a las represalias. Lima y su Wifi no entendían que señalar frontalmente a los victimarios suponía garantizarse un balazo.
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En ese mismo documento del 2020 el Militarizado Partido Comunista del Perú establece otras órdenes de urgente cumplimiento por parte de lo que llaman la nueva sociedad socialista.
No se permite deambular a vagos, haraganes, drogadictos, prostitutas, mendigos u orates. Se ordena indistintamente detenerlos o fondearlos en los ríos Apurímac o Mantaro.
Prohíben el consumo de pescado congelado, los vehículos que los transporten serán dinamitados e incendiados. Los hombres no deben usar aretes ni lucir tatuajes, tampoco vestirse según la podrida moda capitalista. Las mujeres no pueden ver telenovelas ni fumar. Debe expulsarse o ejecutar a quienes visitan los prostíbulos y cuchipampas, lugares como aquellos donde hace unos días asesinaron a 16 personas, 4 de ellas niños. Esta amenaza de muerte es de hace más de un año. Cuando la campaña electoral no existía.
Mientras ese terrorismo al que no se quiere llamar terrorismo dicta bajo pena de muerte cómo se debe vivir en otras partes del país, hay quienes en Lima están enamorados de su propio ombligo. Es una proyección de su amor propio, ajeno al punto ciego que siempre acompaña un romance.
A propósito de proyecciones, tras el primer debate fue inevitable preguntarse que tuvo que pasar en el país para que las insondables propuestas de la señora Celeste Rosas pudieran acabar siendo parte de un probable gobierno. Una respuesta parcial diría que lo que pasó fue el fujimorismo. Pero la respuesta completa, la definitiva, no puede ser racional. Las palabras atribuidas a Shakespeare - que para el caso podrían ser del presunto premier Ricardo Belmont - aparecen solas: el rencor es un veneno que uno toma esperando que muera el otro.