Si Yma Súmac hubiera sido mexicana el Palacio de las Bellas Artes llevaría su nombre. Tendría un parque en su honor en el DF, y su imagen sería tan mundialmente popular como Frida Kahlo, El Santo y los Kasimeritos.
Si Yma Súmac hubiera sido Argentina Charly García le habría escrito una canción. El barrio donde nació sería una atracción turística alternativa más interesante que el entusiasta Caminito y habría un festival de música buscaría a su sucesora entre vermú y choripanes.
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Si Yma Súmac hubiera sido norteamericana existiría un museo en Los Angeles dedicado a su vida y legado. Un ave cantora habría sido bautizada como ella y cada año el Carnegie Hall en Nueva York le dedicaría un concierto tratando, inútilmente, de alcanzarla
Pero a Yma Sumác le tocó ser Zoila Emperatriz Chavarri del Castillo, natural del Callao o de Cajamarca, dato que igual para el caso que aquí interesa: le tocó ser peruana. Eso explica que al cumplirse los 100 años de su nacimiento, setiembre de 1922, oficialmente al país no le importe.
Como suele suceder con todo aquel sospechoso de algún talento excepcional que rompe con las reglas, ese don fue tanto una bendición como un castigo. Al inicio, como cantante folklórica, su carrera artística estaba sujeta a la subsistencia. Fue el asombroso poderío de su voz - cubrir cinco octavas, de soprano a barítono en un suspiro – lo que la condujo a crearse una nueva identidad musical, entre lo exótica y lo fantástico. Esta transformación, que fue acto de pionerismo de un género aún sin nombre (World Music, se le llamaría), no fue ajena a las críticas.
Entre las puyas a lo que hacìa y representaba travestida en una una suerte de princesa inca de utilería Disney, potenciada por el marketing de los estudios Capitol y el oído comercial de su esposo Moisés Vivanco, hubo dos machetazos marcadamente notables: los de Jose María Arguedas y Jorge Eduardo Eielson.
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Arguedas describió lo que hacía Yma Súmac como deformación pura. Eielson, en una casual conversación con el compositor Igor Stravisnky, la refirió como portadora de un pentagrama exotista lleno de chillidos de monos y papagayos y de gruñidos de puma made in USA. Al maestro ruso este comentario no le agradó en absoluto.
Pero al menos había interés en torno a ella, un debate. Porque ahora en su país de origen y a cien años de su nacimiento Yma Súmac no existe. Ni contar con un presidente presuntamente maestro, además cajamarquino como Yma se reclamaba, pero con demostrada incapacidad de articular ideas más allá de las necesarias para cubrirse las espaldas ante los indicios de corrupción. Ni la música ni la historia están a su alcance.
Extraoficialmente, felizmente, si hay voluntades y honores hacia ella. Son esfuerzos individuales limitados por la falta de un mecenazgo capaz de darse cuenta de que, con una sociedad educada y orgullosa de su memoria histórica, estaríamos como país en una situación menos huérfana de dignidad y orgullo. Carmen Mc Evoy y Miguel Molinari, historiadora y melómano profesional respectivamente, están en ese bando virtuoso[1].
En el mes de su centenario Mc Evoy y Molinari viajaron a Cajamarca para participar en el incipiente homenaje de su probable lugar de origen (su partida de nacimiento es del Callao, pero ya se dijo que no importa). Fue un derroche de buenas intenciones, aunque mal organizadas, resumidas en una estatua que no pudo concretarse porque ninguna autoridad quiso pagar 2 mil soles requeridos para que existiera.
Caminando por Cajamarca, Molinari decía al teléfono como esta efeméride invisible debería estar acompañada de un pasacalle cajamarquino, de una fiesta nacional, un parque de barrio por último, de un anacrónico sello postal al menos. Pero nada, eran solo él y Carmen caminando solitariamente en Cajamarca sintiendo pesadumbre y vergüenza de cómo el país trata a quienes le dan lustre. En este caso, una peruana que conquisto Estados Unidos, Europa, Rusia, Asia, Siria, Persia, Afganistán, el mundo entero, solo con la potencia y registro único de una voz que, según marketing de ocasión, se educó imitando a las aves andinas.
Irónicamente al mismo tiempo en Los Angeles, a más de cuatro mil kilómetros de distancia del Perú, sí se reveló un busto de Yma. Debe ser la representación más fallida de una persona después del monumento a Cristiano Ronaldo. La cantante esta inmortalizada con la boca desproporcionadamente abierta, en una situación más cercana al juego del sapo que al canto. Además de ello, quien fuera el oportuno acompañante de sus últimos días usufructúa, comercializa y vende por ebay, souvenirs, memorabilia y hasta música de quien fuera su empleadora. Una memoria a la deriva.
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Si Yma Súmac hubiera sido mexicana allá habría sido tratada como la tratan a María Félix. Si hubiera sido argentina recibiría la atención que recibe Mercedes Sosa. Y si hubiera sido norteamericana hubiera recibido la veneración que recibe Sinatra. Ni más ni menos. Pero le tocó ser peruana, por gracia de Dios y de los torcidos misterios de la ingratitud.//
[1] Y hay más. La cantante Sylvia Falcón le está preparando un concierto con Pepe Céspedes el 24 de noviembre en el Gran Teatro nacional, Elton Honores ha publicado un libro “El pájaro que se transformó en mujer”, Nani Cárdenas le está haciendo un busto que deberá quedar frente al Teatro Segura, etc.