Salgo del cine de ver Argentina 1985 con la necesidad de refugiarme en un bar a pensar, a debatir conmigo mismo, a escribir ideas en la pantalla del celular. Abro la aplicación Notas y empiezo a teclear.
Primera idea: la película de Santiago Mitre sobre el juicio de las juntas militares acusadas de secuestros, torturas y asesinatos, es impecable. Por algo los asistentes a la sala 4 del cine Verdi se pusieron a aplaudir una vez que aparecieron los créditos.
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Segunda idea: la soberbia interpretación que hace Ricardo Darín del fiscal Julio César Strassera es clave para que el melodrama judicial gane en solidez y verosimilitud, pero hay otros elementos que influyen en la consistencia de la narración. Desde la actuación de Peter Lanzani como fiscal adjunto, hasta la muy cuidada recreación de época, pasando por la banda sonora, con Charly García y Los Abuelos de la Nada cantándole desde el pasado no solo a un auditorio argentino, sino a toda una generación de latinoamericanos mal acostumbrados a tramitar con los miedos que infunden las dictaduras.
Tercera idea: obsesionado con contar un capítulo histórico tan delicado y emocionante por lo que significó (poner tras las rejas a los genocidas uniformados; aunque cuatro años más tarde muchos de ellos fueran indultados por el presidente Menem), Mitre subraya en la trama un tema decisivo, la importancia de vivir en democracia. Se trata de un gesto más que oportuno, considerando la actual proliferación, en distintas partes del mundo, pero con preocupante incidencia en América Latina, de políticos y ciudadanos que se dedican diariamente, desde extremos opuestos, ya no solo a poner en entredicho los mecanismos democráticos, sino a dinamitarlos.
Cuarta idea: la democracia solo puede valorarse cuando se tiene claro cómo y cuánto costó recuperarla y quiénes intervinieron en ese rescate. En el caso argentino, el fiscal Strassera –ese antihéroe diabético y fumador– fue un actor centralísimo; la cinta ofrece detalles de las amenazas que recibió a lo largo de las investigaciones, y de la valentía con que reaccionó ante esos infructuosos hostigamientos que buscaban disuadirlo de llevar a cabo su memorable acusación, coronada con el sobrecogedor discurso del “Nunca más”.
Quinta idea: siendo peruano, es imposible ver 1985 y no pensar en los testimonios incluidos en el informe de la Comisión de la Verdad, que les permitió a millones de compatriotas enterarse del grado de salvajismo practicado contra hombres, mujeres y niños que perdieron la libertad, la dignidad, incluso la vida a manos de la demencia terrorista y del exceso militar durante los veinte años que duró el enfrentamiento entre la subversión criminal y las fuerzas del orden.
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Sexta idea: la historia de aquel proceso argentino nos obliga a preguntarnos cuándo será el día en que la justicia peruana repare nuestra dañada memoria colectiva. La respuesta es previsible e insatisfactoria.
Séptima idea: la película ha tocado fibras personales que no puedo eludir. Primero, porque los oficiales que allí aparecen juzgados, Videla, Viola, Galtieri, etcétera, fueron amigos de mi padre, estudiaron juntos en la escuela militar de Buenos Aires; por eso, en 1985, él agradeció públicamente, desde una columna en Expreso, a sus “camaradas de armas” por “afrontar sus responsabilidades desde el banquillo de los acusados”.
Octava idea: no ha sido ese, sin embargo, el motivo que más me hizo recordar a mi viejo desde la butaca del cine, sino los gestos del Strassera compuesto por Darín; por momentos me parecía ver a mi papá en la pantalla, con sus lentes gruesos, el mostacho negro, encerrado en su oficina, con un pucho en la boca, escuchando música clásica, pensando en cómo solucionar los problemas políticos del país, y luego escribiendo sus artículos a máquina, y leyéndonoslos en voz alta, atento a cualquier sugerencia. Varias escenas me provocaron flashbacks familiares: las llamadas perturbadoras a la casa, la sospecha de que una bomba podía haber sido sembrada en el auto, el pedido explícito para que los hijos y la esposa se mantengan al margen de los asuntos del padre, porque “no quiero que a ustedes les pase nada”.
Novena idea: ha sido una rentable noche de cine, un inesperado dos por uno. Entré por una película, salí con una columna. //