Lolo Ayasta es el reportero gráfico más experimentado de Chiclayo. Cuando Jorge Sampaoli llegó a su ciudad trabajaba en el diario La Industria y le encargaron cubrir la comisión del día. Deportes. Hoy tiene 59 años y recuerda esa jornada con nostalgia y un poco de rabia: se perdieron esos negativos. Se esfumaron en alguna mudanza. En Lima, Sampaoli había pasado por el Jorge Chávez como un ilustre desconocido. Le firmaron el pasaporte y migraciones y ya. Hoy se prevé un ejército de reporteros cuando pise París para asumir como líder del Olympique de Marsella.
—No había ningún fotógrafo el día que lo presentaron.
El 9 de enero del 2002 una nota de cinco líneas ocupó una de las esquinas destinadas al rubro provincias del suplemento Deporte Total de El Comercio. El titular era tan impersonal como misterioso: “Un argentino dirigirá Aurich”. No había mayor información ni reseña biográfica ni pasado exitoso. No podía haberla. En la era pre Twitter, su nombre no aparecía ni en Google. No se podía imaginar que se vuelva tendencia mundial. De los cuatro técnicos de ese país que arrancaban dirigiendo en el torneo Apertura —Cappa, Coleoni, Biasutto y él—, Jorge Luis Sampaoli era el único que no había dirigido nunca a un equipo profesional. Este era su estreno. Contarlo así es fácil, después de dos Copas América, un Mundial con Chile y su etapa como técnico de Argentina. Como jefe de Messi. En todas las primeras veces, hay una historia detrás.
-
***
—No me preguntes cómo se llama pero va a poner orden en tu equipo.
Pegado al teléfono una tarde del 2019, Martín Salazar escucha lo que le dicen como quién espera una frase que lo tranquilice. Es el verano del 2002 y recuerda sin problemas cómo inició la historia Sampaoli-Aurich. La voz al otro lado de la línea es de Guillermo Cuéllar, agente de futbolistas, quien será el último nexo de una cadena que empieza en Rosario, pasa por Casilda, llega al Callao y finalmente se cierra en Chiclayo. La apuesta es misteriosa pero necesaria: no hay mucho dinero en el club que preside su papá, Juan José Salazar, y convive un plantel al que le urge disciplina militar, más que unos simples ejercicios. Martín cumplirá una función clave en esta primera etapa de Sampaoli entrenador. Tenía 30 años, vivía en Chiclayo y todavía no era padre de familia. Eso sí, tuvo que multiplicarse, ser un mil oficios: fue el chofer que recogió a Sampaoli para llevarlo a su primer cuarto cerca a la playa de Pimentel, el jefe de equipo que le presentó a los jugadores y el gerente deportivo que ultimó los refuerzos. Un día tuvo que sacar carnet de cancha en la Asociación Deportiva de Fútbol Profesional (ADFP) para acompañar en el banco al hombre de Casilda. Otro, el organizador de los almuerzos de camaradería. Y uno más, el confidente de Carlos ‘Kukín’ Flores, la estrella del equipo, pero el jugador peruano más problemático de los últimos 30 años.
Ese era Martín Salazar en verano del 2002. También el hombre que redactó el primer contrato como profesional de Jorge Sampaoli, donde empezó todo.
LEE: ¿Quién conserva como un tesoro la camiseta de Los Potrillos de Alianza Lima 1987?
MIRA: El fanático que guarda la primera camiseta de Cristal de 1956 en homenaje a su padre y su abuelo
COMPARTE: Chiquitín Quintero y la historia detrás de la foto del 2017 que ya anunciaba su nacionalización
—Me acuerdo mucho de mi debut, un amistoso con Coopsol.
Es imposible rastrear la vida de Jorge Sampaoli sin que haya una referencia al Perú. A Chiclayo. A Kiko Madriotti, el presidente de Cantolao que le dio la mano y lo invitó al Perú por primera vez. A Sport Boys, el equipo del que se ha declarado hincha y cuya relación cercana con la Compañía de Bomberos n° 34 en el Callao forma parte ya de su biografía. A Sporting Cristal, el gran primer fracaso de su carrera. A la selección peruana, donde a finales del 2006 no pudo llegar porque el proyecto presentado en la oficina de Manuel Burga, hoy investigado por corrupción en el FIFAgate, “era muy ambicioso”. El deja vú de Sampaoli, en consecuencia, era normal: el ex seleccionador de La Roja le concedió al diario “La Tercera” de Chile una larga entrevista, semanas antes del Mundial Brasil 2014 donde habló de sus inicios y recordó su pasado. Dijo más: “Soy un técnico esencialmente peruano”. ¿A qué se refería?
El 3 de febrero del 2002, un mes después de su llegada al Perú, Sampaoli ordenó este once después de dos semanas de correr por las playas de Pimentel, en Chiclayo. Luego de trabajar a doble turno en el colegio Los Algarrobos y después de bosquejar su once en el césped prehistórico del estadio Elías Aguirre. Fue este: Fisher Guevara; Duber Zapata, Carlos Lugo, Walter Rojas, Diego Palma; José Carpio, César Sánchez, Luis Guevara Tinoco, Sergio Ubillús; ‘Kukín’ Flores y Aldo Mora. Es el primero que alineó como entrenador de Primera División, en ese amistoso con Coopsol, un club trujillano que hoy juega Segunda División. De este equipo, solo el arquero Fisher Guevara tuvo vigencia en el campeonato local en años posteriores: el 2014 atajó en Alianza Lima. Carlos Lugo, el paraguayo, saldría campeón de la Copa Sudamericana al año siguiente con el Cienciano del Cusco. El ‘Flaco’ César Sánchez es un ídolo chiclayano del que casi no se tienen rastros. Y Carlos Flores, ‘Kukín’, se retiró, hasta su terrible deceso.
El porteño fue clave para Sampaoli. Fue él quien le enseñó a Sampaoli que el fútbol peruano produce jugadores y peloteros.
El volante zurdo fue su primer caso de estudio. En ese Aurich 2002, ‘Kukín’ reunía todos los males de un país empobrecido fuera y dentro de la cancha. Un país que en ese año no clasificaba a los Mundiales y seguía creyendo que el fútbol es solo talento y gambeta, no disciplina ni rigor. Flores pasó los últimos años como deportista protagonista de la crónica roja pero era, digamos, un líder espiritual discutible. Fue el primer futbolista problema al que tuvo que enfrentar el argentino. Martín Salazar escribe por el WhatsApp sin prisa cuando alguien le pregunta sobre este tema. Está en una reunión de trabajo pero el tema Sampaoli lo seduce. “Mi hermano acaba de hablar con él por inbox de Facebook. No te digo que tenemos una gran relación, pero si necesitamos hablar con él, nos contesta. Nos va a recibir cuando juguemos allá con Argentina”, dice, orgulloso. Quien pare entonces era el nuevo técnico de Argentina fue nominado en 2018 a dirigir Barcelona y Holanda en menos de una semana pero no se olvida quiénes estuvieron cuando nadie quería estar.
—¿Sabes qué me dijo Jorge cuando le conté la historia de ‘Kukín’?, cuenta Salazar. “Martín —me llamó—: Aquí se les paga un sueldo a los jugadores por entrenar ocho horas, ¿no? Bueno, entonces, tienen que trabajar ocho horas. ¿Por qué vamos a hacer distinciones”.
—¿Y qué le dijiste?
–Me reí un poco. Después de todo lo que había visto yo creía que era imposible convencer a ‘Kukín’. ¿Pero sabes qué pasó? Él fue el primero que reclamó cuando Jorge tuvo que irse.
En la pretemporada ocurrió algo que terminó por presentar a Carlos Flores como un líder delante de Sampoli. Ese verano, Aurich se preparó para el campeonato Apertura como si se acabara el mundo: goleó a Coopsol (5-0), perdió con Boys (1-2) y empató con Cristal (2-2) y Olimpia de Piura (0-0). Para el partido en el Callao, el viaje fue por tierra. Ocho horas. En Chimbote, en plena Panamericana Norte, se encontraron con una huelga. ¿Qué necesitaban? Un líder —o lo que eso signifique—. “Yo me bajo y hablo con ellos para que nos dejen pasar”, dijo Kukín, levantándose de su asiento. Sampaoli miraba, con el escepticismo del que necesita de la ciencia para explicar un fenómeno paranormal. Con la cara del que está viendo un marciano.
—Pero si los convenzo —dijo—, ¿me da una licencia para descansar un par de días, Jorge? Y se echó a reír.
Algunos años antes de fallecer, Kukín Flores ingresa al restaurante de comida chiclayana que el crítico más leído del Perú Ignacio Medina ha hecho célebre. En el Perú los llamamos huarikes. Lo saluda Walter, el dueño de “Al sazón de Walter”, en el centro de Lima. Acepta una foto. Cojea: una herencia del fútbol y de su vida en los últimos años, al límite. La última vez que fue noticia se había caído desde un quinto piso en el Callao. Es el verano del 2016 y rodeado de unos periodistas, el volante más influyente de ese Juan Aurich 2002 no disimula nunca su buen humor. Y aunque tiene cientos de temas por tocar, siempre responde con cortesía cuando le preguntan por Sampaoli. “Me parecía increíble que sea entrenador por su estatura y contextura. En la noche nos hacía ver videos, y la verdad es que nos tenía hartos. Ya no lo aguantábamos, en serio. Pero de que sabía, sabía. En el Boys, lo que hicimos fue increíble”, le dijo a un medio local a las pocas semanas.
Kukín se ríe como lo hacen en el Callao, el primer puerto: a carcajadas, sin guardarse nada, con absoluta libertad y exagerado protagonismo. Y nada más. El cebiche es una tentación demasiado grande para seguir conversando.
“¿Sabes cuánto le pagamos Sampaoli?” El ex dirigente de Juan Aurich de Chiclayo Martín Salazar me hace la pregunta después de semanas de conversación. Estudia una maestría. En el 2002 vivía a dos cuadras del departamento que el club le puso a Sampaoli en el tercer malecón de Pimentel, un edificio de 5 pisos de paredes blancas y tres cactus en la puerta. Es, como el Golf de San Isidro o La Bomba N° 24 de La Punta, otro de esos lugares donde se toma fotos la gente “porque aquí estuvo Sampaoli”. Todavía recuerda que, a las dos semanas de su llegada, lo llamó a las 4 de la mañana “para ver unos videos”. Y todavía se enoja cuando lee que el argentino vivía en la indigencia: “No es así. El club, dentro de todas las dificultades, siempre cumplió con él. Nunca almorzó de fiado, o algo así”, dice. La vista de su departamento es una prueba: en Pimentel se puede vivir solo de mirar. Pero ese es el pasado. Sampaoli solo dirigió 8 partidos en Chiclayo y ganó 1. Duró 4 meses.
Salazar tiene en la oficina el primer contrato como profesional que firmó Jorge Sampaoli, cuando no era Sampaoli. Y aunque está traspapelado entre tantos documentos, forma parte de la leyenda del paso por Perú de quien luego dirigió a Messi. Los rumores son cientos y van desde los que dicen que dirigió gratis en Chiclayo hasta los que cuentan que los pocos dólares que ganaba los enviaba íntegros a su familia en Casilda, donde había pedido una licencia en su trabajo del Registro Civil.
—Él ni siquiera me preguntó el pago. Vio que eran menos de mil dólares, ochocientos creo, y firmó.
Así empezó una historia que hoy vale millones.
LEE: Jefferson Farfán y el día en que lo llevaron al salón de trofeos del Lolo Fernández a firmar por la ‘U’