(Fotos: Michael Tweddle)
expedición

Por Susan Lay

La carretera marginal de la selva Fernando Belaúnde Terry es una serpiente irregular y aletargada con vista a bosques montanos y llanuras. Tras recorrer varios kilómetros con dirección al distrito de Corosha, alcanzamos la localidad de Pedro Ruiz y luego, de noche, un pueblo llamado Beirut, nuestro destino.

A la mañana siguiente, algunos comuneros se alistan para interrumpir su labor en el campo y guiarnos hasta el área de bosque que conforma el Área de Conservación Privada de Hierba Buena – Allpayacu, lugar donde viven los osos, pero también los monos choros de cola amarilla y los monos nocturnos peruanos, el loro tumultuoso, el famoso gallito de las rocas y unos hongos inmaculados que bailan, además de cientos de especies que rondan el bosque nuboso cuando nadie los ve.

A nosotros, en cambio, ya nos vio todo el poblado, incluyendo los niños que partieron rumbo a la escuela, las señoras que nos sirvieron las arracachas rellenas en el desayuno y el séquito de guías locales que alistó nuestros caballos. Son dos horas hasta el área de Copal, en un trayecto de ascensos pedregosos y fangosos; luego unas dos o tres horas más hasta la zona de Hierba Buena – Allpayacu.

Sobre un caballo sin nombre que promete hacer el tramo a ciegas, y un guía llamado Víctor, cruzamos el primer puentecillo de madera hasta pasar la quebrada de Goquete. En la lejanía, la vegetación tropical se aferra a los montes. “Si no quiere caerse, debe prenderse de la crin”, insiste Víctor mientras el atrevido caballo realiza un ligero escalamiento al paso.

Al costado del camino, varios árboles dispersos y otros espigados oscilan con el viento. Convierten el paisaje periférico en una cúpula verdosa. Pregunto por los osos. Víctor Ramos me cuenta que ha visto varias veces a los negritos, pero que ver al dorado es cosa de Dios. Aquel oso dorado andino que todos llaman ‘Paddy’ y han adoptado como símbolo de la comunidad, es un individuo que parece haber tomado el pelaje dorado por una particularidad genética y un gen recesivo. Lo cierto es que todos los que conformamos esta expedición lo tenemos esbozado en la mente y ampliamos la vista frecuentemente para ver si nuestra suerte o, como dice Víctor, Dios, nos llevan a verlo camuflado entre las achupallas.

El camino es duro hasta llegar a Copal, tanto para los humanos como para los equinos. Y finalmente, cuando llegamos a la cumbre donde está el punto de observación para divisar fauna, la transformación de bosque montano a pastizales nos encandila. Es aquí, sin lugar a dudas, donde vive el oso áureo; pero esta vez no lo vemos.

Seguimos a caballo hasta el punto del Área de Conservación Privada. Jorge Meléndez Juárez camina a mi lado. Carga una mochila colosal sobre los hombros y otra más pequeña delante y tiene el cachete hinchado por el enmarañado de hojas de coca que comprime en su boca. Me cuenta que es juez de paz de la comunidad, encargado de solucionar problemas de territorio y discusiones entre los comuneros y habitantes de Beirut. Después me cuenta que aquí hay venadito pudú y seis cámaras trampa colocadas por Yunkawasi, la organización dedicada a la protección de la biodiversidad de estos bosques nublados, que trae a biólogos y naturalistas, redactores y fotógrafos a conocer esta ruta y a estudiar la fauna y flora mientras apoyan a la comunidad (las actividades de Yunkawasi son en parte financiadas por el Critical Ecosystem Partnership Fund).

A las 5:30 a.m., los rayos de luz penetran en el bosque e iluminan las hojas briosas que abren paso hasta el balanceo de las ramas. Marcan la senda de los primates y la nuestra. Mientras los observamos colgarse, maniobrar y holgazanear sobre las ramas, algo en nosotros se transforma. Seguir su rastro en medio del bosque es una tarea que involucra paciencia. Hay que andar a toda prisa entre pisos musgosos, helechos y líquenes y de pronto detenerse de golpe. “Los machos son los del vello púbico dorado”, dice el comunero Demetrio Reyes. Ese pelaje que le sirve de cobertor contra la lluvia, es la misma piel cobriza que llevó hasta Alemania Alexander von Humboldt en 1812, tras una de sus expediciones en lo que hoy es Jaén.

Al cabo de unas horas regresamos a nuestra guarida. Alguien hierve agua en el fogón. Sumidos en los ruidos sutiles del bosque, rodeamos el fuego viendo cómo de las sombras surge de pronto la luz. Las voces se alzan aquí y allá. Entre ellas, una voz afónica que nos revela con fervor el descubrimiento de las huellas y los arañazos de un oso a pocos kilómetros de aquí. ¿Será que cada vez estamos más cerca? //

MÁS INFO:
Investigaciones. La Asociación Yunkawasi, liderada por la bióloga Fanny Cornejo, lleva 10 años conservando los ecosistemas del Perú.

Observación. Sus investigadores han estado habituando a monos choros de cola amarilla dentro del área protegida para la observación de los turistas.

Protegidos. El área protegida contiene al menos 5 grupos de monos choro, con al menos 40 individuos que los visitantes pueden encontrar y al menos 7 individuos de oso andino, además de al menos 185 especies de aves, de las cuales 8 son endémicas de esos bosques.

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