Una parte de la entrevista fue hecha por teléfono, otra por WhatsApp y en buena cuenta por correo electrónico, como si estuviéramos en medio de una guerra global e interminable, o como si hubiera que dejar un último rastro por escrito. Fernando Ampuero (Lima, 1949), acostumbrado a la soledad, como casi todos los escritores, ha seguido al pie de la letra las recomendaciones para sobrevivir a esta hecatombe sanitaria, lo cual se puede leer de dos maneras: primero, no ve a nadie –lo que no le impide observar todo con una proximidad melancólica–, y segundo, se dedicó a escribir y a hurgar en su propio baúl de capítulos perdidos. De allí el nombre de su libro más reciente, que es un mar de evocaciones y un modo de aceptar que “la vida siempre pende de un hilo”. La nostalgia y la ironía en nuestras conversaciones se mezclan con preocupación por el futuro político del país. Periodista de televisión y redacciones (entre ellas la de Somos, en la que fue director), sabe que lo que se avecina es, básicamente, una tormenta perfecta. Quizá por ello este sea el mejor momento para hablar de la imaginación como un último refugio…
—¿Cómo es ser escritor en medio de una pandemia?
Estoy abrumado por tantas desventuras, lo cual significa que me siento más neurótico y afligido que hace un año y cuatro meses. Soy, si se quiere, un espectador horrorizado, sobre todo al ver a los enfermos muriendo en las puertas de los hospitales y a las familias sumando más dolor al dolor, cuando gastan en vano todos sus ahorros y venden la casa y el auto. Lamentablemente, esta tragedia va a continuar, no sé por cuánto tiempo (ojalá que no exceda el par de años que los científicos calculan), y solo espero que el Perú no llegue a las calamidades de la India o el Brasil.
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—La pandemia nos ha puesto en un paréntesis. ¿Cómo recuperar el tiempo perdido?
Todo tiempo de parálisis solo es recuperable si lo dedicamos a la reflexión.
—“Mientras paseaba al perro” es uno de los cuentos de tu nuevo libro, ‘Seis capítulos perdidos y otros extravíos’, en el que nos habla un vecino miraflorino. ¿Eres tú?
No. Pero admito que es alguien que se me parece. Ese vecino narra un incidente que aconteció al inicio de la primera cuarentena, mientras deambulaba por los malecones desolados. Aquello, para él, fue como el clarinazo del ángel exterminador.
—Caminas a diario y paseas al perro. ¿Estas rutinas te salvaron de volverte loco durante los primeros meses del encierro? ¿Qué habría sido de ti sin tu perro? ¿Te sirvió para conservar la calma?
Me sirvió una enormidad. Pero ya no tengo al perro: se encuentra desde principios de este año en Buenos Aires, nos lo habían dejado para cuidarlo un tiempo... Ahora lo vemos por el WhatsApp.
—Trabajaste este volumen en el 2020, en plena pandemia, con la idea de que podía constituir una obra póstuma. ¿Sientes eso todavía?
Por supuesto, pues las cosas están peor. Pero el ser humano es un animal que busca adaptarse y resistir, y por eso se dice a sí mismo una frase que, según cuenta una leyenda china, era utilizada por un emperador en cualquier ocasión, sea esta buena o mala. La frase es: “Todo esto pasará”, y para reconocer la sabiduría que entraña, basta recordar los penosos y sucesivos desastres que nos agobiaron en el siglo XX.
—La pandemia debía ser nuestro tema más importante, pero en poco tiempo hemos dejado de lado el conteo diario de camas y balones de oxígeno, por el conteo diario de votos indecisos. ¿Te has sentido antes frente a un abismo político y social tan profundo?
Nunca. Esta es la peor crisis del Perú en toda su historia. Ni siquiera en la guerra con Chile murió tanta gente; ni tampoco durante el terrorismo. Todo se ha juntado y, a estas alturas, ante la segunda vuelta, no nos queda espacio para el optimismo.
—¿Qué te dice el olfato de periodista cuando observas a Keiko Fujimori y a Pedro Castillo?
Que los peruanos nos encontramos en un callejón sin salida, y que, salga quien salga elegido, nos obligará a estar vigilantes para defender el sistema democrático.
—¿Imaginaste alguna vez que podría volver un gobierno fujimorista?
Hasta donde sabemos, solo quería eso un 13 % de la población.
—¿Y qué opinas del candidato Pedro Castillo?
Castillo representa un genuino (y visceral) voto de protesta. Pero si él busca aplicar el obsoleto modelo de gobierno que nos anuncia, veo un tremendo riesgo. Sin embargo, su presencia deja en claro que el país necesita cambios urgentes; la gente lo reclama.
—Vargas Llosa considera que Keiko (a quien él antes llamó “la hija de un ladrón y asesino”) es la mejor opción para la presidencia del Perú. ¿Piensas como él?
No. Pero entiendo los temores de Mario, dado que Castillo se perfila como una vía directa hacia una izquierda totalitaria, y, de otro lado, valoro su gran estómago para decidirse por una candidata que no le gusta nada. Yo, en cambio, espero que la ciudadanía confronte con entereza a cualquiera de las dos atrabiliarias alternativas políticas que tome el poder.
—También por teléfono me dijiste: “A uno lo quieren y lo odian y hay que aprender a vivir con eso”. Mario quizá ya lo aprendió. ¿Y tú?
Sigo intentándolo. Pero claro, yo no tengo la proyección pública de Mario y, si alguien ahora me odia por decir lo que pienso, me tiene sin cuidado.
—¿Por qué dices que te has vuelto un viejo quisquilloso y cada vez más aislado?
El temperamento quisquilloso ha de ser un hecho biológico, creo yo, como un plus de vitalidad para quienes se van haciendo mayores. En las novelas del siglo XIX se describe a un hombre de cincuenta años como un anciano, cosa que me asombra; a los cincuenta, yo viví en la plenitud. Hoy, a los casi setenta y dos, noto el paso del tiempo, desde luego, aun cuando salgo a caminar cuatro kilómetros por día y mantengo el buen humor. A decir verdad, debería estar muerto hace veinte años, dado que en mi familia muchos se fueron temprano. En cuanto al aislamiento, no es algo que me irrite; los escritores estamos acostumbrados a la soledad, pero, naturalmente, extraño sentarme en un café con los amigos.
—¿Caminas con bastón?
A tres años del atropello que sufrí, llevo el bastón al estilo de Johnnie Walker, porque ya no lo uso todo el tiempo; solo cuando me canso o requiero mantener el equilibrio.
—En el libro dices que la edad de José Tola puede “contarse en centurias”, y sobre Toño Cisneros, que fue “siempre (hasta viejo) un joven que irradiaba poesía”. ¿Tú cómo te ves?
Sin edad real, o con edades variables: me miro en el espejo de la escritura. La prueba está en este libro antojadizo, donde compilo reminiscencias que me permiten viajar libremente en el tiempo y combinar ficción y no-ficción, e incluso echar mano a diversos géneros literarios. Tola y Toño han sido dos queridos amigos a quienes recuerdo con admiración; los conocí cuando yo tenía veinte, y ambos me llevaban siete años, por lo que entonces me parecían unos viejos. Diez años después, la edad ya no nos importó: éramos contemporáneos.
—¿Qué es lo primero que querrás hacer cuando acabe la pandemia?
Salir a bailar, ir al teatro y al cine, abrazar a la gente que quiero. //