Si en algo concuerdan los muchos biógrafos que ha tenido John Lennon (1940-1980) es que el líder de Los Beatles vivió sus últimos días en un éxtasis creativo matizado con momentos de paranoia y miedo a una muerte que, de alguna forma, advertía próxima. Su estado de ánimo era un péndulo. De un lado, estaba el músico que acababa de firmar su retorno triunfal tras cinco años de silencio, con la salida de Double Fantasy (1980). Se sentía eufórico y en la cima de su juego. De otro lado, estaba el Lennon perseguido por sus celos y paranoias -contra Yoko Ono, contra Paul McCartney- y por una sensación de que su fin estaba a la vuelta de la esquina, un malestar que apenas podía mitigar con cocaína y marihuana tailandesa. Hasta llegó a reescribir su testamento por si llegara a darse el escenario que temía.
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El día que lo iban a matar, Lennon despertó temprano, con buena cara y la energía habitual de esas semanas de fines de 1980. Lo primero que buscaba, desde hacía años, era su horóscopo, un ritual que compartía con su esposa Yoko Ono y que ordenaba sus vidas. Las gobernaba. Lennon estaba contento porque nuevamente tenía una canción suya sonando en radios (”Just like starting over”) después de años de desaparecer del ojo público. Era un masaje a su ego, un tanto extraviado luego de su exilio por el nacimiento de su hijo Sean. Ese día estaba de buen humor y con ganas de volver al estudio para grabar nuevas canciones. En la mañana de ese 8 de diciembre se fue a cortar el pelo, luego recibió en su departamento del edificio Dakota, en Nueva York, a la fotógrafa Annie Leibovitz, de la revista Rolling Stone, que le hizo ese famoso retrato en el que un Lennon desnudo y en posición fetal le da un beso a Yoko.
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En sus últimos días, Lennon ofreció muchas entrevistas como parte de la campaña de promoción de Double Fantasy. Estas eran pactadas por Yoko Ono y buscaban dar el mensaje que el ex beatle había consagrado sus cinco años de silencio a la vida hogareña, al yoga y a la amorosa paternidad de su hijo Sean, un hecho no tan cierto y que sería desmentido por los sirvientes que trabajaron para la pareja de artistas en esos años. Aunque Lennon idolatraba a su segundo hijo, su inmadurez y rabietas monumentales lo alejaban del ideal paterno. Ono quería instalar, además, la idea de que su esposo había cambiado ese machismo norteño de Liverpool del que hacía gala en los Beatles por el feminismo. Lennon, el mismo que compuso Run for Your Life era, en su relato, un “amo de casa” que se encargaba de la crianza de los hijos y esperaba a que su esposa llegue del trabajo.
Uno de aquellos reportajes aparecidos por esas fechas fue publicado por la revista Esquire, y aunque no contaba con declaraciones de Lennon o Ono, lo dejaba muy mal parado. Destacaba el artículo sus numerosas posturas incongruentes hacia muchos temas y la poca propiedad de considerar un luchador social a un millonario adicto al despilfarro que tenía negocios en bienes raíces y hasta en ganadería. Aquel número de Esquire llegaría a las manos de un trastornado como Mark David Chapman, quien vivía en Hawai y se desempeñaba como agente de seguridad. En apariencia tranquila, Chapman apenas dejaba vislumbrar en sus modales serenos un torrente de emociones negativas. Estaba obsesionado con la falsedad y la idea de ser una suerte de purgador de la hipocresía en el mundo.
Como el personaje de Holden Caulfield, de El Guardián en el Centeno, un libro que lo obsesionaba, Chapman se veía a sí mismo como un justiciero incomprendido, un ser puro cuya misión era acabar con los farsantes del mundo, como Lennon, a juzgar por la nota que había leído. Chapman era, a todas luces, un narciso; un tipo increíblemente resentido con el mundo por no recibir la atención que creía merecer. Su revancha contra la vida por su existencia mediocre era tratar de conseguir notoriedad a través de la infamia, en este caso acabando con uno de los músicos pop más admirados en el Siglo XX. Resuelto a asesinar a Lennon, vendió algunas pertenencias, se despidió de su esposa y se fue a Nueva York en octubre de 1980. Antes de embarcarse, compró una revolver calibre 38 en una tienda de su estado.
Matanza en el hotel Dakota
Ese 8 de diciembre de 1980, Lennon y Ono abandonaron su hogar a las 5:00pm. Tenían que ir al estudio a dar forma a Walkin on Thin Ice, un single que buscaba convertir a Yoko en una estrella o al menos ese era el plan. Ni bien salieron del edificio Dakota fueron abordados por un joven de aspecto rechoncho y lentes, que siguió a John hasta su auto y le extendió una copia de Double Fantasy y un plumón. Lennon lo firmó con cordialidad y le preguntó si eso es todo lo que quería, sin saber que el fan guardaba en su bolsillo un arma de fuego. Chapman no atacó en ese momento. Acaso desconcertado con la amabilidad de su víctima, no supo qué hacer. Luego lo recordó. Esperó paciente a que la pareja retornara para poder cumplir su misión.
Lennon había sido amenazado en el pasado e incluso ese mismo año había sido víctima de un incidente muy desagradable. Una serie de llamadas telefónicas maliciosas lo hizo llamar al FBI ante un posible secuestro que nunca ocurrió. Por algún motivo, el compositor de Imagine no creyó conveniente reforzar su seguridad. Ese 8 de diciembre, a diez para las 11:00 pm, Mark David Chapman, que había sido en su juventud gran admirador de los Beatles, lo abordaba de nuevo, esta vez con una pistola desenfundada. Disparó cinco veces. La primera bala chocó en la mampara del Dakota. El resto impactaron al músico en su espalda y hombro. Las balas huecas especiales que había comprado para hacerle más daño deshicieron sus músculos, huesos y arterias. Era hombre muerto.
Los psiquiatras no se pusieron de acuerdo con el diagnóstico de Chapman. Aunque sus abogados defensores quisieron alegar locura, esto fue descartado por la corte, al comprobarse que el asesino sabía lo que hacía y lo había planeado todo durante meses. A la fecha, todos sus pedidos para que se le revoque la pena de cadena perpetua a prisión condicional han sido desestimados por los tribunales. “Le asesiné porque era muy, muy, muy famoso, y esa es la única razón por la que yo estaba buscando mucho, mucho, mucho, mucho la gloria para mí. Fui muy egoísta. Quiero añadir eso, y enfatizarlo profundamente. Fue un acto extremadamente egoísta. Lo siento mucho por el dolor que le causé a ella”, ha dicho en su última declaración de este año, en la que alude a Yoko Ono y a terrible mal que originó. “Pienso en ello constantemente”. //
CITAS Y REFERENCIAS
Albert Goldman - Las muchas vidas de John Lennon, editorial Lumen, 936 páginas, 2013.
Robert Rosen - Nowhere Man: los últimos días de John Lennon, Reservoir Book, 239 páginas, 2003.