AGENCIA MATERIA
Es un planeta similar a la Tierra, pero por circunstancias aún por determinar acabó demasiado cerca de su estrella. Se llama Kepler 78b y si pudiésemos situarnos sobre su superficie contemplaríamos un espectáculo aterrador. En lugar de un horizonte amplio y despejado como el de nuestro planeta o el de Marte, en aquel mundo extraño la vista quedaría saturada por la esfera del astro. Los más de 2.000 grados de temperatura de la superficie de ese planeta hace que las posibilidades de que algo vivo exista sobre esa versión infernal de la Tierra sean prácticamente nulas. Además, como parece apropiado para ese averno con forma de exoplaneta, los años pasarían a toda velocidad. En solo 8,5 horas, Kepler 78b completa su breve periplo en torno a su estrella, con lo que en el tiempo que nuestro planeta completa un trayecto alrededor del Sol, esta bola de roca abrasada que se encuentra a 700 años luz de la Tierra habría logrado hacer más de 1.000.
Pero además de todas estas diferencias, dos equipos distintos de investigadores, uno de varias instituciones de EE.UU. y otro de instituciones europeas, que publican hoy sus resultados en Nature, han logrado medir su tamaño e incluso conocer su densidad. Es un poco más grande que la Tierra, con 1,2 veces su tamaño, y tiene una masa 1,7 veces superior. Con una densidad de 5,3 gramos por centímetro cúbico se acerca mucho a los 5,5 de nuestro planeta.
UN CAMINO COMPLEJO La similitud de este planeta con la Tierra puede parecer decepcionante, pero el descubrimiento de un planeta como el que habitamos es una camino científico y tecnológicamente arduo que va paso a paso. Los primeros planetas extrasolares que se descubrieron eran gigantes gaseosos como Júpiter, pero con órbitas muy cercanas a su estrella, como Mercurio. La cercanía hacía que pasasen con mucha frecuencia por delante de sus estrellas. Este ligero oscurecimiento, que además se repetía cada poco tiempo, permitía saber que allí había un planeta y, dependiendo de cuánta luz robaba, calcular su tamaño. Poco a poco, con la mejora de los telescopios que buscan estos planetas en otros sistemas solares, fue posible encontrar planetas más pequeños y más alejados de su estrella. Además, fue posible estudiar la composición de las atmósferas de los planetas e incluso su masa, algo que, a su vez, puede ayudar a empezar a conocer de qué están hechos.
En el caso del planeta infernal del que hoy se habla en Nature, la precisión en la medición del tamaño se le puede atribuir a la sonda Kepler. Este telescopio espacial ha multiplicado el número de exoplanetas descubiertos y ha tratado de detectar candidatos a ser el primer planeta habitable fuera del Sistema Solar. Conocer la masa es aún más complicado, porque requiere observar el ligerísimo tirón gravitatorio del planeta sobre su estrella, algo que se hace a través de los cambios en la longitud de onda de luz emitida por una estrella que se encuentra a años luz de distancia. Ese leve temblor es el que permite calcular la masa del planeta y, con ella, su densidad. En el caso del ardiente planeta, la medición de esta variación ha sido posible gracias al espectrógrafo de alta precisión HARPS-Norte, situado en el Roque de los Muchachos en la isla de La Palma, en combinación con los datos del espectrógrafo HIRES del Observatorio Keck, en Hawái.
Hasta ahora, se sabía que había planetas extrasolares rocosos del tamaño de la Tierra, pero no se conocía si su masa y su densidad eran también similares. Este hallazgo muestra que este tipo de planetas con tamaño y densidad similar a las terrestres puede ser común en nuestra galaxia y es un motivo más para seguir buscando otro planeta habitable. El tirón de Kepler 78b, pese a ser uno de los exoplanetas conocidos más pequeños, se pudo observar porque estaba muy cerca de su estrella, algo que lo convierte en una interesante versión infernal de la Tierra.