MICHAEL MOSLEY BBC
Debbie y Trudi son gemelas.
Tienen mucho en común excepto que Trudi es alegre y optimista mientras que Debbie sufre de ataques de depresión profunda.
Es posible que su depresión fuera provocada por un evento importante en su vida, aunque no está claro cuál podría haber sido.
Estudiando a un grupo de mellizos idénticos como Debbie y Trudi, el profesor Tim Spector, del hospital St. Thomas de Londres, Reino Unido, ha estado tratando de resolver interrogantes fundamentales sobre la manera que se forma nuestra personalidad.
¿Por qué hay personas más positivas sobre la vida que otras?
Spector ha podido identificar un puñado de genes que están activos en un gemelo y no en el otro.
¿INMUTABLE? Con gemelos como Trudi y Debbie se encontraron cambios en sólo cinco genes en el hipocampo del cerebro, los que sospechan disparan la depresión de Debbie.
Los estudios con mellizos indican que, cuando se trata de la personalidad, cerca de la mitad de las diferencias entre seres humanos se debe a factores genéticos.
Pero Spector anota que a lo largo de nuestras vidas, respondiendo a factores ambientales, nuestros genes constantemente van ajustando la intensidad con que se expresan, en un proceso conocido como epigenética.
El profesor, que se describe como un optimista, espera que esta investigación lleve a mejores tratamientos para la depresión y la ansiedad.
Solíamos decir le explica a la BBC que no podemos cambiar los genes. Ahora sabemos que existen estos minimecanismos que pueden prenderlos o apagarlos. Estamos recobrando el control de nuestros genes.
CULPA DE LA MAMÁ Aún más sorprendente es la investigación que ha identificado cambios en la actividad de los genes causada por la presencia o ausencia del amor maternal.
El profesor Michael Meaney, de la Universidad McGill en Canadá, está investigando la manera de medir cuántos receptores de glucocorticoides están activos en el cerebro de una persona.
El número de receptores de glucocorticoides activos es un indicador de la habilidad de la persona para soportar el estrés. Y es posible que también sea una medida de cuán bien fue cuidada cuando era joven, reflejando cuán ansiosa o estresada estaba la madre y cómo eso impactó en la cantidad de afecto que recibió en los primeros años.
Yo soy uno de un pequeño puñado de personas a las que les han hecho el examen y tiene los resultados. Aún no le he dicho nada a mi madre.
MENTALIDAD AFECTIVA Me considero como alguien que tira más hacia el extremo pesimista del espectro, pero me gustaría cambiar, así que fui a visitar a la psicóloga y neurocientífica Elaine Fox en su laboratorio en la Universidad de Essex, Reino Unido.
Fox quiere entender cómo nuestra mentalidad afectiva, la manera en la que vemos el mundo, nos define.
Además de usar cuestionarios, ella y su equipo buscan patrones específicos de actividad mental.
Empezaron midiendo los niveles de actividad eléctrica en ambos lados de mi cerebro con un electroencefalograma.
Resulta que tengo una actividad eléctrica más alta en mi corteza frontal derecha que en la izquierda. Eso, me explica Fox, está asociado con personas que son proclives a niveles más elevados de pesimismo y ansiedad.
Después hicieron otro examen, diseñado para medir mi sesgo negativo.
Con los cables aún conectados, me pidieron que apretara un botón cada vez que viera puntos brillando en un patrón particular detrás de los rostros que me mostraban en una pantalla de computador. Me dijeron que no me concentrara en las caras, sólo en los puntos.
A veces me dijo Fox más tarde había una cara enojada cerca de los puntos y a veces una feliz. Su respuesta ante los puntos que aparecían cerca del rostro disgustado era más rápida.
La razón es que ya le había llamado la atención ese rostro, aunque usted no se hubiera dado cuenta.
¡CONFIRMADO! PERO ¿HAY REMEDIO? Las pruebas confirmaron que tengo fundamentalmente un sesgo negativo.
Para contrarrestarlo, Fox sugirió un corto tratamiento de modificación de sesgos cognitivos y meditación con atención plena.
Ser pesimista, constantemente pendiente de lo que puede ir mal, hace que uno esté más estresado y ansioso. Es más que un estado mental: está poderosamente conectado con la salud.
En un estudio que empezó en 1975, científicos le pidieron a más de mil habitantes del pueblo de Oxford, en Ohio, EE.UU., que completaran un cuestionario sobre sus empleos, salud, familia y actitudes frente a envejecer.
Décadas más tarde, la profesora Becca Levy, de la Universidad de Yale, EE.UU., fue a ver qué había pasado. Cuando revisó los registros de muertes encontró que quienes se habían mostrado más optimistas frente a la vejez habían vivido, en promedio, unos siete años y medio más que los pesimistas.
Fue un descubrimiento notable que tuvo en cuenta otras posibles explicaciones, como el hecho de que la gente que era más pesimista podría haber sido influenciada por enfermedades o depresión.
Resultados similares emergieron de un estudio encabezado por Deborah Danner en la Universidad de Kentucky, EE.UU. Examinaron los diarios de 180 monjas católicas, escritos cuando entraron en los conventos en los años 30.
Monjas que viven en una comunidad cerrada son un buen grupo de estudio pues comparten el mismo entorno la mayor parte de sus vidas, comen igual y tienen experiencias similares.
Marcaron rigurosamente los diarios de acuerdo a la visión optimista y pesimista.
Cuando los investigadores rastrearon lo que había sido de ellas, descubrieron que aquellas que habían expresado emociones más positivas sobre la vida cuando estaban en sus 20 vivieron hasta 10 años más que las otras.
En lo que a mí concierne, tras siete semanas de modificación de sesgos cognitivos y meditación con atención plena me sentí más calmado y volví al laboratorio de Fox a hacerme más pruebas.
Los resultados fueron extremadamente alentadores.
Al parecer, incluso tarde en la vida uno puede cambiar de actitud y eso es algo que incluso un pesimista puede celebrar.