“La inmunidad de rebaño es un mito”. Con esa expresión, el Dr. Andrew Pollard, director del Grupo de Vacunas de Oxford, que junto al laboratorio AstraZeneca desarrollaron una de las vacunas más usadas en el mundo, sorprendió recientemente a un grupo de legisladores británicos.
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La noticia originó, inmediatamente, que diversos expertos se replantearan la estrategia de usar la inmunidad de rebaño como método para controlar la pandemia. Hoy veremos algunos conceptos relacionados a dicha estrategia.
—Inmunidad de la manada—
El término ‘inmunidad de la manada’, ‘del rebaño’ o ‘del grupo’ fue creado al empezar a usarse las vacunas, y postula que es posible controlar una infección cuando la población adquiere un alto nivel de inmunidad, ya sea mediante la infección natural o la vacunación.
Sin duda que es preferible lograr la inmunidad colectiva usando vacunas, pues se evitan la enfermedad y la muerte que se originan cuando la enfermedad natural infecta sin control a los pobladores.
Debido al éxito de las campañas de vacunación del pasado, la mayoría de los especialistas en salud pública creyeron fervientemente que la pandemia de COVID-19 podría ser controlada si se conseguía la inmunidad del rebaño. Al principio de la pandemia, se calculó que podía ser lograda cuando el 75% de la población adquiriera inmunidad. Con la aparición de las nuevas variantes, especialmente la delta, ese porcentaje ha ido aumentando, calculándose que podría necesitarse que el 85% de la población desarrolle inmunidad.
Sabiendo que una adecuada inmunidad del rebaño depende de la protección que dan las vacunas, de las características del virus y del éxito de las campañas de vacunación, veamos cómo esos elementos no se están alineando para conseguir que la inmunidad de la manada sea un método efectivo para controlar la pandemia.
“Algunos virus –como los que causan sarampión, paperas, varicela y hepatitis A y B, etc.– casi no mutan”.
—Protección efímera—
Es sabido que las vacunas contra sarampión, tétanos, viruela, varicela y hepatitis A y B, entre otras, brindan una protección muy duradera, que se mide en decenas de años, lo que permite proteger durante mucho tiempo a la población susceptible.
Ese no es el caso de las vacunas contra el COVID-19, pues se ha demostrado que su efectividad para mantener una adecuada concentración de anticuerpos neutralizantes disminuye a partir de los seis meses. Eso ha hecho que algunos países hayan adelantado dosis de refuerzo a sus pobladores, especialmente a los adultos mayores e inmunocomprometidos.
Pero, además de la rapidez con la que desaparecen los anticuerpos neutralizantes –falencia que al parecer adolecen las vacunas contra el SARS-CoV-2–, hay otros dos elementos que determinan que las vacunas no nos permitirán lograr la inmunidad del rebaño: la enorme capacidad que tiene el nuevo coronavirus a mutar, y la aceptación del público a las vacunas.
—Las variantes—
Algunos virus –como los que causan sarampión, paperas, varicela y hepatitis A y B, y cuyas vacunas brindan protección por decenas de años– casi no mutan. Sin embargo, en menos de dos años de pandemia, la OMS ya tiene nueve variantes del SARS-CoV-2 registradas, cuatro de preocupación y cinco de interés, variantes que tienen en común que, además de ser mucho más contagiosas, son capaces de burlar la acción de los anticuerpos neutralizantes producidos contra ellas. Esa característica explica los numerosos casos de infecciones en personas completamente vacunadas.
Ese fue el principal argumento del Dr. Andrew Pollard, director el Grupo de Vacunas de Oxford, quien aventuró el dramático vaticinio de que si el virus lograra una mutación que infecte ampliamente a poblaciones vacunadas, lógicamente la protección del rebaño no podría conseguirse usando vacunas.
“Al parecer, la mesa está servida para que la humanidad aprenda a convivir con un nuevo virus”.
—Reticencia vacunal—
Este es otro enorme problema por el que atraviesa el control de la pandemia y que no va a permitir que las vacunas ayuden a conseguir la inmunidad del rebaño. La reticencia vacunal, no adecuadamente avizorada en su momento, consiste en la vacilación para vacunarse y el directo rechazo a las vacunas por parte de la población.
Una rápida revisión a las coberturas globales de vacunación nos revela que, a pesar de contar con suficientes vacunas, solo un puñado de países ha llegado a sobrepasar el 75% de vacunación completa de su población. Estados Unidos, cuyos pobladores tienen a su disposición una enorme cantidad de vacunas, tiene una cobertura de vacunación que desde hace más de dos meses se ha quedado congelada alrededor del 50%. Por diversos motivos, simplemente, la gente no quiere vacunarse.
—Corolario—
A solo tres meses de iniciar su tercer año, la pandemia está entrando a una etapa crucial. Por lo expuesto, las vacunas no son capaces de proporcionar una protección duradera y el virus esta mutando rápidamente, haciéndose resistente a los anticuerpos neutralizantes dirigidos a ellos, es decir, el blanco contra el cual apuntan las pasajeras vacunas está cambiando rápidamente.
Para agravar las cosas, importantes grupos de la sociedad no están dispuestas a vacunarse y con ello permiten un número masivo de infecciones, las que a su vez aumentan la posibilidad del desarrollo de nuevas variantes.
Al parecer, la mesa esta servida para que la humanidad aprenda a convivir con un nuevo virus, aceptando que el COVID-19 se convierta en una infección endémica, y que las vacunas tengan el objetivo principal de impedir la enfermedad grave y la muerte.
En el Perú, con una tercera ola en ciernes, el camino es arduo. Por un lado, las medidas básicas de prevención del uso de mascarillas y evitar reuniones en espacios cerrados se están relajando y deben fortalecerse. Por otro lado, con solo 35,5% de la población que ha recibido por lo menos una dosis y 26,3% que ha recibido dos dosis, aparte de proporcionar la vacuna a los grupos que están dispuestos a vacunarse apenas se las ofrece, deben diseñarse campañas para los millones de reticentes. De otro modo, muy pronto tendremos más vacunas que hombros donde aplicarlas.
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