El reciente anuncio del expresidente de EE.UU. Jimmy Carter de renunciar a los tratamientos médicos hospitalarios y pasar el tiempo que le queda con cuidados paliativos en su casa trae dos importantes temas a la discusión pública. Uno es el relacionado a su tratamiento del cáncer en el 2015 y el otro a la voluntad de una persona para decidir dónde y cómo desea morir. Hoy nos ocuparemos del primer tema.
El 20 de agosto del 2015, Carter informó, en una conferencia de prensa, que le habían encontrado un tumor de dos centímetros en el hígado. El estudio reveló que era un melanoma maligno, uno de los cánceres más agresivos que puede sufrir un ser humano. También tenía cuatro tumores cerebrales, considerados metástasis del cáncer en aquel órgano.
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Con toda tranquilidad y mucha resignación, Carter dijo que ponía su salud en manos de Dios y de sus médicos, y que ese mismo día empezaría un tratamiento de radiación cerebral. Ante un diagnóstico de cáncer avanzado de nivel IV (metástasis a órganos distantes) en un anciano de 90 años, los expertos coincidieron en que el pronóstico era muy reservado. Según la Sociedad Estadounidense del Cáncer, solo uno de cada cinco pacientes con ese estado avanzado de enfermedad llega a vivir cinco años. No se volvió a escuchar de Carter hasta cuatro meses después.
El domingo 6 de diciembre del 2015, durante su clase dominical en su iglesia de Georgia, el expresidente informó que una resonancia magnética de su cerebro mostró que el cáncer había desaparecido y que sus médicos lo consideraban libre de la enfermedad.
Pembrolizumab
Días después se conoció que, además de la remoción quirúrgica del tumor del hígado y del tratamiento con radiación cerebral, Carter recibió cuatro dosis de un nuevo medicamento llamado pembrolizumab, aprobado justo un año antes por la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) para el cáncer tipo melanoma que él sufría.
El pembrolizumab pertenece a una nueva categoría de medicamentos contra el cáncer, la inmunoterapia, la cual es considerada –junto a la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia– la cuarta modalidad de tratamiento contra esa enfermedad.
Recordemos que la cirugía trata de extraer el tumor del cuerpo, la radioterapia irradia con rayos X el cáncer para eliminarlo y la quimioterapia incluye medicamentos que actúan directamente sobre las células cancerosas para su reproducción.
“Los medicamentos de inmunoterapia no atacan directamente las células cancerosas, sino que estimulan el sistema inmunitario para que sea este el que las destruya”.
Por su lado, los medicamentos de inmunoterapia no atacan directamente las células cancerosas, sino que estimulan el sistema inmunitario para que sea este el que las destruya. El pembrolizumab y varios otros de su clase son medicamentos inteligentes que aprovechan la capacidad natural del sistema inmunológico de luchar contra el cáncer para que haga el trabajo de eliminarlo.
En relación con esa capacidad natural del sistema inmunológico de luchar contra el cáncer, recordemos que el sistema inmunológico del ser humano usa células inteligentes llamadas linfocitos T para patrullar el organismo en busca de células cancerosas y destruirlas, impidiendo que crezcan los tumores. En otras palabras, una función natural del sistema inmunitario es impedir que las células cancerosas crezcan.
Es muy importante que, durante ese patrullaje de los tejidos, los linfocitos T diferencien las células sanas de las cancerosas, para que respeten a las primeras y destruyan a las segundas. Ese reconocimiento de las células sanas se hace con unos receptores llamados PD-1, localizados en la superficie de los linfocitos T. Para que reconozcan una célula sana, deben unirse a receptores PD-L1, que están en la superficie de las células sanas.
En otras palabras, si durante su patrullaje, los linfocitos T encuentran células con los receptores PD-L1, las respetan, porque piensan que no son cancerosas. El asunto es que las células cancerosas son muy listas, pues, en su afán de sobrevivir y perpetuarse, producen y colocan una gran cantidad de receptores PD-L1 en su superficie, para engañar a los linfocitos T, y no ser destruidas.
Lo que hace el pembrolizumab es desactivar el receptor PD-1 o “localizador de células sanas” del linfocito T, con lo que deja de considerar “sanas” a las células cancerosas que usaron a los receptores PD-L1 como escudo.
El resultado final es que ahora millones de linfocitos son capaces de reconocer por otros mecanismos a las células cancerosas, y destruyen el tumor. Al parecer, eso fue lo que pasó con el expresidente Carter, pues su tratamiento con pembrolizumab fue tan exitoso que eliminó completamente las células cancerosas de su organismo, permitiéndole permanecer libre del cáncer desde el 2015 hasta la actualidad.
No se ha revelado la causa del estado terminal del exmandatario, pero se piensa que su salud empezó a deteriorarse después de que en octubre sufriera una caída, por lo que fue sometido a una cirugía de descomprensión cerebral. En otras palabras, él moriría por razones ajenas al cáncer que le diagnosticaron hace ocho años.
El éxito del tratamiento con inmunoterapia fue tan grande que, hasta la actualidad, muchas personas con cáncer les piden a sus médicos que “les den el mismo tratamiento que recibió el expresidente Carter”.
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Corolario
La inmunoterapia es un campo que avanza muy rápido y, aunque hoy hemos visto su rol en el cáncer, este tipo de terapia se usa ahora en múltiples ramas de la medicina. La gran barrera para su uso masivo es el precio de estos medicamentos.
De acuerdo con la página web del fabricante de pembrolizumab, el precio de cada tratamiento, administrado cada tres semanas, es de US$10.683,52. Sabiéndose que el tratamiento puede prolongarse durante 24 meses si la enfermedad no progresa antes, el costo total puede llegar a un mínimo de US$256.404,48.
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