RAÚL ALARCÓN
Muchas veces nos preguntamos por algún destino para viajar con niños sin que estos se sientan excluidos o desconectados de los adultos.
Uno de estos lugares es la Reserva de Chaparrí, ubicada en la costa norte, la cual cuenta con 34.000 hectáreas en las que conviven exóticas aves con peculiares animales, como el oso de anteojos, los sajinos y el tigrillo en un entorno natural con espectaculares paisajes.
UNA EXPERIENCIA DIFERENTE En Chaparrí todo es rústico y amigable con el medio ambiente. Las caminatas por los alrededores son múltiples y en todo momento estará acompañado por un guía encargado de hacer que sus pequeños le pierdan el miedo a las tarántulas o que se familiaricen con los ejemplares del serpentario para que puedan identificar cuáles son venenosas y cuáles no.
Durante las caminatas no es nada raro cruzarse con manadas de sajinos o apreciar zorros costeños, así como a la popular pava aliblanca, una de las 46 aves endémicas que son el éxtasis de los birdwatchers que visitan la reserva.
Por los senderos, los niños conocerán ‘in situ’ las propiedades que ofrecen algunos árboles característicos del bosque seco, como el chaquirón, cuya semilla se utiliza para hacer aretes y collares; el zapote, que se utiliza para fabricar artesanías o el palo verde, del cual se obtiene la goma.
El plato fuerte del recinto lo constituyen sus tres osos de anteojos, los cuales se mantienen en cautiverio luego de haber sido rescatados de un circo.
Cabe destacar que para mantener un equilibrio con el medio ambiente, el ecolodge se abastece de energía a través de paneles solares y posee un sistema de purificación de agua artesanal a través de totorales.