RUDY JORDÁN ESPEJO
En el ingreso a Catacaos, en el pueblo de Simbilá, una casita de ladrillos cremas y trazos mostazas parece extraída de un cuento infantil. En la entrada, como una ofrenda a los visitantes, no hay dulces ni caramelos pero se despliega una decena de tinajas y ollas de barro.
Unos metros más atrás, unas coquetas letras marrones con relieve confirman que hemos llegado a la Casa del Alfarero. Hilario Raymundo Paz –un piurano cuyas grietas en el rostro ha delineado el poderoso sol del norte– nos recibe con las manos manchadas de arcilla.
Hemos llegado cuando está en plena confección de sus reconocidas artesanías. No llueve y debe aprovechar el clima antes que un mal temporal arruine sus cerámicas, las mismas que le enseñaron a confeccionar sus padres cuando apenas tenía 13 años. Nos hace entrar y sigue ejercitando la costumbre, que hoy realiza junto a otros 30 alfareros del pueblo.
“Nosotros nos ganamos algo para el pan pues no hay otra profesión que hayamos aprendido”, dice con humildad. Sin embargo, respira, recupera el orgullo perdido, y afirma que es una tradición que viene de las culturas y que ellos son herederos de los tallanes: aquellos notables alfareros prehispánicos que dieron vida a este arte.
OLLAS PARA TODOS Se cree que en la cocina de ningún piurano falta una olla de barro. Y claro, esta afirmación es fácil de comprobar, si uno da una vuelta por sus picanterías y acompaña un buen cebiche con una chicha de jora servida en estas recias artesanías de arcilla.
“Las nuestras son diferentes a las de Chulucanas. Las de ellos tienen su lujo bacán, son decoradas, floreaditas en la pintura pero si le quieres echar un líquido o algo a los dos minutos se te quebró”, indica don Hilario, quien dice que la ventaja de sus productos se logra con en el ancestral proceso de cocción.
Tinajas, ollas y vasijas son ejemplos de los utilitarios cerámicos que emergen de un horno hecho sobre una fosa circular. Se colocan allí los trabajos que los alfareros previamente han amasado y se calientan con leña al aire libre.
Ahora un sol naranja cae como en el aire una bola de fuego. Las sombras duplican las formas de las cerámicas de don Hilario. Se despide y se sienta, encorva la columna y se acomoda en posición de flor de loto. Toma un pedazo de arcilla, la palmotea con fuerza y sigue amasando.
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