Una Lucia de lujo para Lima
VIII Edición – Festival Internacional de Ópera “Alejandro Granda”. Ernesto Palacio, director artístico. “Lucia di Lammermoor”. Director de orquesta: Carlos Izcaray. Régie, escenografía y luces: Allex Aguilera. Vestuario: Adán Martínez. Con Jessica Pratt, Arnold Rutkowski, Julian Kim, Marko Mimica, Juan Pablo Marcos, Edda Paredes, Dangelo Díaz. Coro Nacional del Perú, director: Javier Súnico. Orquesta del Festival Alejandro Granda. Gran Teatro Nacional del Perú.
Por Gonzalo Tello (Ópera Perú)
Una de las características mas destacables del Festival Internacional de Ópera “Alejandro Granda”, e incluso desde antes, cuando Ernesto Palacio tuvo iniciativas de producir ópera tanto escenificada como en versión concierto, es el de haber podido traer a Lima tanto a estrellas consagradas de la lírica, así como a nuevos valores que con el pasar del tiempo han logrado el estrellato. Recuerdo por ejemplo en 2001 que se produjo una “Semiramide” de Rossini, en que se trajo a jóvenes cantantes que hoy son las estrellas del Met, Covent Garden, Scala, Paris, y tantos otros teatros: Ermonela Jaho, Ildar Abdrazakov y Daniela Barcellona. Por supuesto que Juan Diego Flórez ha sido recurrente y no hay mas que agregar a su célebre carrera internacional. Luego hemos visto a otros consagrados a nivel mundial sobre nuestros escenarios, como Mariella Devia, Gegam Grigorian, Roberto Frontali, Katia Ricciarelli, Ruggero Raimondi, Lucia Aliberti, Gregory Kunde, Dimitra Theodossiou, Elisabetta Fiorillo, Simón Orfila, Marco Spotti y Giuseppe Filianoti. Y otros nuevos talentos que hicieron carrera aquí como Ivan Magrí, Venera Gimadieva, Alexey Lavrov, Orlin Anastassov, Paolo Bordogna, Karoly Szemeredy, Riccardo Massi, Dmitry Korchak, Marco Caria y Jessica Pratt. Todos estos nombres fueron y son hoy los grandes del circuito internacional.
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Con este preámbulo quiero decir que el Festival Granda ha mantenido su estilo de convocar a voces que están por triunfar o ya recorren los principales teatros. La atracción de esta, su octava edición, es la soprano inglesa Jessica Pratt. Luego de su debut en Lima en 2013 en Guillaume Tell, Pratt vuelve para presentarnos su rol mas importante, y por el que es considerada una de las referentes en los teatros actualmente, el de Lucia di Lammermoor.
Pratt tiene una carrera corta que no llega a la década, y desde hace años ha sorprendido a los críticos y público en roles de bel canto, tanto populares como poco comunes. Sus éxitos la han hecho una cantante recurrente en el famoso Festival de Pesaro, donde cada temporada interpreta roles rossinianos que no se escuchaban en mas de un siglo, con gran técnica y estilo. Pratt es fiel a la tradición mas pura del estilo belcantista, gracias a las enseñanzas de sus grandes maestras, Renata Scotto y Lella Cuberli.
El rol de Lucia es complejo, tanto dramática como vocalmente. Es una adolescente que conoce el amor mas intenso, pero ha perdido a sus padres y depende de su hermano, que ante la desesperación por la falta de bienes, cosa que los hará bajar de categoría, obliga con intrigas y acosa psicologicamente a Lucia para que se case con Arthur Bucklaw. Tantos engaños y presiones llevan a Lucia a la locura, en la cual mata a su nuevo esposo, añorando sus momentos con Edgardo, el amor de su vida. Finalmente esta muere, y al enterarse de este hecho, Edgardo se suicida.
Esta tragedia fue adaptada por Donizetti y Cammarano de la famosa novela de Sir Walter Scott The bride of Lammermoor (otra ópera menos conocida sobre este tema fue escrita por Michele Carafa). El interés por las obras de Scott y lo éxotico de los parajes e intrigas escocesas llegó a Italia en la década de 1810, y fue Gioacchino Rossini el primero que toma una de sus obras como fuente para su ópera La donna del lago.
Lucia di Lammermoor vuelve a Lima despúes de varios años con un elenco importante de jóvenes cantantes en ascenso. El elenco original que tenía previsto Palacio para acompañar a Jessica Pratt incluía a Iván Magrí como Edgardo, a Marco Caria como Enrico y Sergey Artamonov como Raimondo. Solicitudes de otros teatros y cambio de prioridades hizo que el mismo Palacio, que maneja sus agendas, los envíe a Buenos Aires o Viena para cumplir otros compromisos. Para este reparto, finalmente se trajo al tenor polaco Arnold Rutkowski, al barítono coreano Julian Kim y al bajo croata Marko Mimica. Se contó nuevamente con la participación del Coro Nacional, dirigido por Javier Súnico, y la Orquesta del Festival Granda, que fue dirigida por el venezolano Carlos Izcaray, recientemente nombrado titular de la Sinfónica de Alabama.
Una de las malas costumbres que se han tenido en las veces que esta ópera se ha producido en nuestra ciudad es la de abusar de los cortes y omitir escenas. Era tradicional, por ejemplo, no ver el duetto de Raimondo y Lucia del segundo acto, o la escena de la tormenta entre Edgardo y Enrico que abre el tercer acto (esta escena tradicionalmente se omitía para que el tenor no llegue cansado a su gran escena final). Estos cortes eran tradicionales en épocas antiguas, cuando el bel canto se estaba restituyendo en las programaciones de los teatros y las grandes divas de la época (Callas, Caballé, Sutherland) eran el interés, por lo que escenas en las que no figuraban poco importaban. El gran acierto de esta producción, que a pesar de haber cortado la mayoría de da capos de la obra, mantiene estas escenas. Era inevitable ya que los cantantes de hoy no se pueden permitir esos privilegios, ya que están mas que preparados para afrontarlos.
La estrella sin dudas fue Pratt. Desde el inicio su personaje mostraba inestabilidad psicológica, y desde su entrada en el aria del primer acto Regnava nel silenzio, pudimos disfrutar de sus mejores recursos: Pianissimi muy parejos, una linea de canto con bellos matices y control absoluto de la voz y fiato. En ningún momento sonó exagerada u optó por teatralizar la voz, salvo en momentos clave, como cuando Edgardo le anuncia que debe dejarla para emprender viaje, o cuando recibe la falsa carta que le da su hermano en que Edgardo le dice que tiene un nuevo amor, o cuando en plena boda aparece Edgardo y cree que ella lo ha engañado. Efectos teatrales que confirman la calidad de esta cantante.
Pratt además posee una facilidad para dar sobreagudos poderosos, incluso que suenan sobre el conjunto, coro y orquesta. Interpreta todos los sobreagudos finales que son tradicionales en la ópera (mas no fueron escritos por Donizetti) e incluso se anima a alcanzar un Fa, al final del duetto con Raimondo en el segundo acto. Su voz durante y al final del famoso sextetto chi mi frena in tal momento o al final del concertante del segundo acto vuela y golpea al público como bala de cañón. Ni que decir de su bello gusto para interpretar la escena de la locura il dolce suono. Su canto de pájaro junto a la flauta tiene un efecto mágico, y su voz se convierte en un instrumento de viento mas. Pudo haber causado un efecto incluso demoledor, si no fuera por la carencia de virtuosidad de la flauta.
Rutkowski, interpretando a Edgardo, fue un tenor parejo durante toda la ópera. Voz bella, timbre preciso y apropiado para el estilo, además de mostrar buen temperamento e intención con su personaje. Se mantuvo en la tradición y no buscó recursos fuera de lugar. Fue dramático y sorprendente en el concertante del segundo acto y sobretodo en su duetto con Enrico. Su escena final Fra poco a me ricovero fue intensa y mas que satisfactoria.
La sorpresa de este festival fue la participación del barítono Julian Kim. Desde el primer momento mostró una voz poderosa, con bellísimo legato y de un estilo muy elegante que recuerda al gran Piero Cappuccilli. La fuerza y presencia escénica de este barítono fue demoledora y atrajo la ovación del público. Fue el artista masculino mas imponente del conjunto. Sus agudos fueron avasalladores en su cavaletta La pietade in suo favore y especialmente contundente en el duetto con Lucia Soffriva nel pianto…Se tradirmi tu potrai.
El Raimondo de Marko Mimica mostró a un bajo también poderoso y con voz solemne, amplio rango y gran expresión escénica. Su línea de canto es inspiradora durante su duetto con Lucia Ah! cedi, cedi y en la bella Al ben de’tuoi qual vittima. Pero es en su gran escena del tercer acto Oh! qual funesto avvenimento en que demuestra su poder vocal. Este barítono dará mucho que hablar en el futuro cercano.
Mención aparte tienen los solistas peruanos quienes demostraron gran musicalidad y profesionalismo al lado de estos jóvenes pero experimentados cantantes internacionales. La bella y segura voz del tenor Juan Pablo Marcos como Arturo, que estuvo al nivel de sus colegas; La siempre imponente y potente voz y presencia de la mezzo Edda Paredes como Alisa, quien sorprende gratamente al flotar con poder sobre la orquesta en el concertante del segundo acto; Y el tenor Dangelo Díaz como Normanno, quien interpone un agudo a su entrada del primer acto junto al coro, así como en sus breves momentos impone presencia. Estos artistas dejan en alto la imagen de nuestros cantantes, con una buena impresión a sus pares internacionales que los halagan.
El Coro Nacional, dirigido por Javier Sunico, se luce como siempre de manera extraordinaria. Aunque personalmente me hubiera gustado que hubieran interpretado diversos volúmenes y jugaran mas con diminuendos y crescendos, el elenco sonó poderoso y muy al estilo belcantista. Están cada vez está mas seguros en la parte actoral y dieron grata impresión como un elenco de clase mundial, que no tienen nada que envidiar a otros coros de grandes teatros.
La dirección escénica, escenografía y diseño de luces recayó en el regista brasileño Allex Aguilera, quien optó por un escenario minimalista, bastante simple y funcional, que como diseño funcionó y dio una impresión estilizada, aunque el acabado final de algunos detalles no fue del todo perfecto. Su visión fue la de una historia en que los personajes tenían pocas reacciones realistas. Sus personajes se mueven poco e incluso de manera letárgica. Su elección del segundo cuadro del primer acto, en que vemos tres niveles y la entrada de Lucia y Alisa desde el fondo no fue acertada, ya que las voces de ambas cantantes se perdían en la inmensidad del escenario. Tampoco entiendo por qué Lucia se desmaya mientras comienza el sexteto, y los demás personajes ni se inmutan ante esto. Fue incluso una situación que causó risas durante el ensayo general previo al cual también asistí. Alisa se desplaza cual zombie y ni que decir de los movimientos y disposición del coro, tanto en el segundo acto como durante la escena de la locura. La dirección en general resulta floja y amateur. Hemos visto en nuestros escenarios mejores formas de resolver los movimientos escénicos, tanto de solistas como de conjuntos. Sin embargo algunos cuadros resultan bellos, como la entrada de Lucia en su escena de locura en que deja caer su larga cola de vestido nupcial ensangrentado, mientras baja las escaleras y caen sobre ella pétalos rojos. La iluminación no es del todo efectiva y puede mejorar.
Los vestuarios de época del colombiano Adán Martínez lucen estupendos y con gran presencia, que rompe con el escenario minimalista y aporta a la estética de la puesta. Martínez tiene experiencia con obras en nuestra ciudad en la que ha hecho gala del mismo estilo y gusto refinado, sobretodo en los acabados.
El competente director de orquesta Carlos Izcaray hizo lo que pudo con una orquesta emsamblada para la ocasión que no estuvo a la altura en general. Si bien las cuerdas por momentos daban ciertos colores, matices y dramatismo, no se puede decir lo mismo de la inseguridad en vientos y falta de precisión en metales. La flauta que acompaña a Lucia en su locura estuvo siempre detrás de Pratt, con lo cual ella no pudo imponer un mayor efecto, y los cornos que tienen gran participación estuvieron deplorables. Si Izcaray hubiera tenido una orquesta estable adecuada, como las que ya tenemos en Perú, y muy buenas además, hubiera podido dar una versión mas interesante, con detalles y matices mas allá de un resultado convencional y algo anticuado. Deberían considerar contratar una orquesta estable y no ensamblar, para evitar resultados que generalmente están muy por debajo del nivel de lo que sucede en el escenario. Esto se ha vuelto recurrente.
El Festival Granda, dirigido por Palacio y un grupo de personas, sigue siendo una iniciativa privada que nos ha dado grandes satisfacciones en estos años. No tiene el apoyo necesario de parte de entes privados o públicos, y muchas veces tampoco de parte del público. Si bien los costos de las entradas no son mas baratos pues no están subsidiados, el esfuerzo que se hace es grande y vale la pena invertir para ver espectáculos de gran calidad en nuestra ciudad. Todos debemos apoyar a que este proyecto se mantenga en el tiempo, ya que le da a nuestra ciudad otro estatus, y ha conseguido que Lima esté en boca de las grandes casas de ópera del mundo.