Descubriendo un destino lejos de tu país
Paola (una italiana con la que hice voluntariado) tuvo a bien invitarme a pasar unos días en Italia, al inicio dudé en aceptar la invitación. Después entendí que era un regalo, que iba más allá de una invitación. Así accedí ir a cumplir mis sueños: encontrarme con Paola, conocer Italia, pisar un país más de EuropaEra 30 de diciembre, mi vuelo estaba programado para las 13:30. Como no conocía bien el aeropuerto de Barajas (en Madrid), decidí salir con anticipación. En una muestra de mi instinto de supervivencia, seguí a aquellos que parecían conocer mejor las instalaciones del aeropuerto, mientras rezaba para no perderme y así no perder mi pasaje (en realidad temía mas perder la oportunidad del vuelo que extraviarme yo. Estaba segura de que me encontraba en Madrid) continúe, camine algo de 15 minutos. Solo guardaba la esperanza de encontrar la oficina de la aerolínea para poder hacer el check in.
Encontrada la oficina y más tranquila porque mi instinto no se había confundido, me quedaba buscar la sala de embarque que me correspondía. Atemorizada por el tiempo que quedaba (ese tiempo que te parece que te vencerá y que te dejará con la sensación del fracaso, cuando en realidad te queda mucho tiempo) después de una buena caminata visualicé en una pantalla el lugar de mi destino. Ya estaba en la sala de espera indicada y hasta me dio para leer 15 hojas del libro que llevaba conmigo. Respiré tranquila.
Ya dentro del avión, pegada a una ventana y con el sueño de una mala noche, dormí profundo, como si conociera la ruta desperté exactamente antes de que unas puertas entre celeste y blanco se abrieran. El cielo, me daba la oportunidad de ver desde su paz una isla verde con bajos y altos relieves , ciudades, pueblos, barcos, yates y mar. En conjunto; una belleza. Ante mis ojos estaba una parte de Italia, la Italia idealizada para pasar vacaciones, Sardegna .
Bajando del avión dando gracias a Dios y, como todo peruano de los Andes, dando gracias a la Pachamama, por que pisaba la tierra que había querido desde hace mucho tiempo. Así me aseguré de que el primer pie que tocara el suelo sea el derecho, sería un buen augurio.
Ya con Paola sentía que estos seis años no hubiesen pasado. Llevábamos la conversación curiosa, burlona e irónica de siempre y el buen Mauro (esposo de Paola) nos seguía.
Las ruedas empezaron a girar y con ellas mi ilusión, viendo desde el auto todo allí afuera más cerca a mí. Miraba como intentado creer que lo que veía no era una foto o una imagen de un sueño, era realidad, Caglieri cuidad grande, repleta de comodidades y construcciones antiguas y nuevas. Sentía otros aires, tan diferentes.
Mauro, el buen Mauro, se metió en la cocina, de la más alta tecnología, y el resultado fue una pasta deliciosa. Al final nos quedamos hablando durante toda la noche. Yo contaba cómo era mi vida en Madrid, lo bien que me encontraba en la ciudad y cómo sentía que me percibía la gente, de la gente que he encontrado, del lugar donde vivía, de lo mágico que me resultaba todo.
Al día siguiente, después de un sueño reparador, Paola me despertó con música de los Andes y una canción en particular, que repitió muchas veces : “no digas que has olvidado la tierra en que naciste,” una frase que me hizo recordar de dónde provenía.
Paola muy musicalmente, (porque de sutil, nada) me había hecho entender que me estaba ilusionando de más con Europa. Y que la Europa que estaba conociendo, por suerte mía, es la bonita, pero que si caminaba más hay lugares de mucha pobreza, de gente infeliz, de gente vacía.
En casa hablamos interminablemente, de gente inolvidable del voluntariado, y siempre, con Paola terminamos hablando de gobiernos, género, estereotipos, condiciones sociales. Por suerte Mauro tenia las mismas inquietudes, así que comentábamos todos desde nuestra experiencia.
Día 31, resfriados, viento en la calle, frío sin límites. El mejor lugar era la casa, solo salimos a recibir el nuevo año. Caminar por las vertientes de Oristano, es encontrarse con lo imaginado de Italia. Llegamos a una plaza en la que las parejas suelen bailar la danza típica del lugar. He intentado aprender, pero creo que hay ritmos que nacen con sus danzantes, en sus tierras.
Al andar por esas calles de construcción antigua, en las que puedes imaginar ver salir a un Leonardo Da Vinci (bueno quizás esa es una exageración. Es que en ese tiempo leía una novela con este personaje, mi imaginación …) cohetes, música, gente loca, gente quieta, lluvia, flores.
Y nos dieron las diez, y las once, las doce… a pedir deseos. No tenía ninguno, ya estaban realizados, así que agradecí por lo vivido, por las personas que tengo como familia y amigos.
Nos quedamos en otra plaza de música moderna, rock. Tenía una sensación curiosa. Vimos un concierto en italiano, después pasaron a cantar en español. Según Paola y Mauro algo raro y en una canción, en la que reclamaban el cuidado de la naturaleza, terminaron gritando TIERRA PACHAMAMA. ¿Simples coincidencias o la manifestación del destino? Bailamos, claro Paola más de la cuenta, no pasaba desapercibida.
Horas después intentamos llegar a un lugar arqueológico. Es más, llegamos, pero nadie se atrevía a bajar del auto porque el viento, azuzado por el mar, nos llevaba con él.
En el transcurso del camino miraba hacia la derecha, impresionada por la belleza del paisaje y de pronto, Paola y Mauro me dijeron: “Mira (al lado izquierdo)”. Pero si lo hacías, te perdías del otro lado y la cuestión era peor si querías tomar fotos. Claro, ya sé lo que están pensando, “mira a la derecha y de regreso también a la derecha, y miraras todo”. Suceden dos cosas, la primera es que era tan bello el paisaje que quería volver a verlo y la segunda, no siempre regresábamos por el mismo camino.
Los paisajes son perfectos trazos de la naturaleza. De pronto surgía un pueblo y ahí estaban las típicas mujeres con pañuelos en la cabeza, vistiendo faldas y con mandiles. Luego vimos construcciones del lugar y claro, terminamos en una pizzería.
Un día fui de visita a casa de Pierina Villanova Monteleone, ella siempre tan amable e impaciente, junto a su familia, me llevaron a pasear (así parece que fuese una mascota). Nos fuimos hacia el mar impecable y a una cuidad detenida en el tiempo y en la que, a las afueras, encuentras un número considerable de yates.
En los días junto a Paola y Mauro sentí que tratamos temas más importantes de los que se ven en esas conferencias donde se intenta entender la globalización social, la migración y lo importante que es no perderse en ella. Lo digo porque ya asistí a una en Madrid y era bla bla bla bla bla.
El último día, caminando junto al mar con los pies descalzos, sin que nos importara nada, seguimos hablando. Me han dicho que los emigrantes de los países del sur (según las últimas tendencias ahora se denomina así a los que antes se les llamaba países tercermundistas) tenemos la función de enseñar más que de aprender. Y ahora después de meses lo entiendo claramente.
Ya en el avión mis ojos no se apartaban de la ventana. Quería despedirme de Sardegna. Al pisar tierra madrileña sentí que llegaba a casa. Como se habrán dado cuenta las lecciones musicales de Paola no sirvieron de mucho. Pero mi cuna es mi querido Perú.
Victoria Libertad, Madrid
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