El 'Bambino' cuenta en detalles su innegable relación con el Perú.
El 'Bambino' cuenta en detalles su innegable relación con el Perú.
Redacción EC

De niño, mamá Blanca lo deleitaba con un arroz chaufa de campeonato que aún hoy lo sigue cautivando. La comida es un cúmulo de sensaciones, y a través de ella también se puede contagiar peruanidad. Si canta a viva voz El Cervecero y no tiene reparos en moverse al ritmo de la cumbia peruana es porque ya se sentía peruano desde antes de pisar Lima para defender al país donde nació su madre.

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Alguna vez, ya adolescente, le regalaron su primera camiseta blanquirroja. Gianluca era, por entonces, un futbolista más de las divisiones menores de la Juventus. Había jugado en todas las posiciones, y no era precisamente el más descollante. Pero si algún talento demostró desde temprana edad fue el coraje para sobreponerse a las situaciones más adversas. Coraje que indirectamente le legaron sus padres. Pero sobre todo Blanca, la mujer que emigró del Perú en los años ochenta.

“Con el pasar de los años me fui acercando a la selección por mi cuenta gracias a lo que veía de Farfán, Pizarro o Guerrero, pero yo ya era peruano gracias a mi madre. Ella fue mi guía con su alegría cotidiana. Arrancaba a trabajar a las siete de la mañana, no paraba hasta las ocho de la noche, pero seguía alegre”, cuenta en una entrevista exclusiva para El Comercio,

Gianluca Lapadula arribó por primera vez al Perú el 9 de noviembre de 2020. Las expectativas sobre él eran enormes, sobre todo porque nuestros delanteros titulares, Paolo Guerrero y Jefferson Farfán, ya acusaban la tiranía de los años. La atención a su llegada fue tanta, que se transmitió por televisión. Incluso hubo medios digitales que narraron el minuto a minuto del arribo de su avión.

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“Cuando fui a Perú por primera vez me di cuenta de que yo ya tenía una relación antigua con el país. Puedo decirte que la selección, más allá del fútbol, me ha permitido tener un mayor conocimiento sobre mi origen. Y gracias a eso ahora me siento parte del Perú de verdad”, confiesa.

En el último viaje que realizó a Lima con toda su familia pudo visitar la quinta donde vivió su madre, en Barranco, junto a trece hermanos. “Ahí entendí por qué ella tuvo tantas ganas de salir del Perú. Lo entendí mucho mejor. Mi mamá estaba presente cuando hicimos la visita y lloró cuando vio su antigua casa. Fue un momento muy importante para todos”.

No sorprende entonces el tatuaje que luce en su brazo izquierdo, en honor al Patrón de la Soledad de Paramonga. Tatuaje que hizo poco antes de comunicarle sus deseos a Ricardo Gareca de ser convocado.

En medio de la nostalgia de recorrer los orígenes de su madre y, con ello, los suyos, realizó un viaje a la ciudad imperial del Cusco junto a su esposa y sus tres hijas pequeñas. Recorrieron todo el Valle Sagrado y, desde luego, Machu Picchu. Además de admirar los paisajes incomparables y escuchar con atención a los guías turísticos, Lapadula se animó a probar comidas típicas como el cuy, por ejemplo.

“En el Perú hay un montón de platos. ¡Hace poco comí cuy! Lo comí bien cortado, en palitos. No podría comerlo de la otra manera. La gastronomía italiana tiene muchos menos platos”, comentó entre risas.

Antes de partir hacia Italia, Lapadula reforzó los lazos con su otro país, ese donde es idolatrado y la gente se le abalanza para abrazarlo. “Me habría gustado conocer Perú antes, cuando era niño, me habría encantado, pero estoy contento por cómo salieron las cosas”, confiesa.

Ni antes ni después. Así es el destino. Si algún día vivirá en el Perú no lo descarta. Cómo no hacerlo. Su historia recién comienza.

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