Golpe avisa
Golpe avisa
Jaime Bedoya

A propósito de la muerte de Carlo Pedersoli, dando por entendido que Bud Spencer seguirá vivo en el recuerdo de sus seguidores según dicta el consabido consuelo de rigor, he intentado recordar el argumento de alguna de sus películas. Aunque sea la trama básica de al menos una historia. Tarea inútil.
    Pese a tratarse de una veintena o más de filmes, todos estuvieron signados por la definición químicamente pura de la mediocridad: lo olvidable. Lo mediocre, sin embargo, no es ajeno a una virtud sentimental.
    Si bien no hay mucho de memorable en su filmografía, la evocación de Spencer revive el contexto en que este apareció, tiempo imposible de recuperar según la ingrata regla de juego. A saber, la dulce tienda de pajaritos al lado del cine Ambassador neutralizando el tentadoramente lujurioso aviso luminoso del Pigalle en la otra esquina. El parque aún verde junto al cine Alhambra, hoy triste estridencia de un tragamonedas. Los bigotes risueños de mi padre revelando el secreto de los sánguches de jamón del país al lado del cine Country. En esos cines, entre otros, reinaba Bud Spencer. Y en ese reino el sano y descartable entretenimiento italiano era el acompañamiento afín a los tiempos, los de la inocencia.
    Lo que sobrevive de estas malas películas es una sinfonía extensa y vigorosa de puñetazos, cachetadas y coscorrones varios, interpretados magistralmente por el exnadador olímpico italiano que se cambió de nombre en homenaje a dos de sus referentes personales: la cerveza Budweiser y el actor Spencer Tracy.
    Entre golpes, cual oasis hidratante, se deslizaba un alivio cómico de absurdo e inclasificable encanto. Es el caso de la escena del coro que Bud Spencer interpreta en "Altrimenti ci arrabbiamo", alias "Watch out, "We are Mad", alias "Zwei wie Pech und Schwefel", alias "Juntos son dinamita", para nosotros. La escena recurre a la composición “Coro dei Pompieri” de los hermanos De Angelis, Guido y Maurizio, bufones musicales que le pusieron melodía a la mayoría de aventuras de Spencer y compañía. La canción, también conocida como “Lalalalalala”, permanece alojada sólidamente en el hipocampo cerebral. Compruébese:

La intermitencia entre violencia física y humorismo estaba articulada por la luminosa y pícara mirada azul de Terence Hill (Mario Girotti, otro italiano con nombre fílmico en inglés). La dupla, versión de trattoria de otros pares legendarios —piénsese en Laurel y Hardy, Abbott y Costello—, generó una química afectiva de alcances universales y desafíos temporales. 
    Esa es la feligresía que hoy añora películas que demuestran que los puñetes dados con buen corazón pueden ser inolvidables. La idiotez feliz existe.

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