Bettina Woll

La es la amenaza más grave que enfrentamos. Estas semanas, los líderes de todo el mundo, reunidos en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP27), tienen el desafío de aumentar la ambición de las acciones climáticas, por ahora, insuficientes.

Tras años de negociaciones, estamos bastante lejos de lo que requiere una emergencia de esta magnitud. Aun si todos los países cumplieran sus promesas de reducción de emisiones, llegaríamos a un calentamiento de 2,5°C a fines de siglo, lejos del escenario de 1,5°C que la ciencia plantea para afrontar impactos menos dramáticos, según el informe de ONU Cambio Climático. Al 2030 debemos reducir las emisiones en un 45%, respecto a los niveles del 2010, para cumplir este objetivo.

Lo que está en juego en la COP27 afecta particularmente al Perú, uno de los países más vulnerables al cambio climático y también de los de mayor en el mundo. Y es que nos encontramos frente a una doble crisis: el cambio climático y la pérdida de biodiversidad que encabeza Latinoamérica. Si no somos capaces de limitar el calentamiento a 1,5°C, el cambio climático se volvería la principal causa de pérdida de biodiversidad en los próximos años.

El Perú es sinónimo de biodiversidad y gran parte se lo debe a la Amazonía y sus bosques, que regulan el ciclo del agua y proveen alrededor del 50% de humedad a la región andina. Sin embargo, la alta deforestación y degradación está llevándola al punto de no retorno, según diversos estudios. Esta megadiversidad también se debe a los Andes tropicales, foco de mayor diversidad biológica del mundo, con más de 34.000 especies, pero que ha perdido más del 70% de su hábitat natural.

No hablamos de datos menores. La biodiversidad aporta entre 15% y 20% del PBI nacional, además es fuente de medios de vida para tres millones de personas dedicadas a la agricultura y 76.000 a la pesca artesanal, y más de 50 pueblos originarios que viven en la Amazonía. De igual forma, el rubro gastronómico, que viene liderando el Perú, depende directamente de la biodiversidad. Esta no solo es la base de la economía peruana, sino del país.

Tampoco podemos pasar por alto que quienes defienden esta biodiversidad siguen siendo asesinados. Esta última década ha sido la más letal para defensores ambientales en el Perú y América Latina, según Global Witness, que fueron asesinados por proteger el territorio, lo que hace urgente ratificar el Acuerdo de Escazú y evitar retrocesos en la Ley Forestal y de Fauna Silvestre que se busca modificar por insistencia sin sustento técnico.

Ni la crisis climática ni la pérdida de biodiversidad, por ende, son asuntos únicamente ambientales. Eso ha quedado claro cuando Naciones Unidas declaró que el ambiente saludable es un derecho humano. Por eso, debemos reconocer que estamos también frente a una crisis de derechos humanos, donde millones de personas se verán afectadas si no llegamos a acuerdos globales para financiar las pérdidas y daños en los países que sufren la crisis climática.

De aquí al 2030 los Objetivos de Desarrollo Sostenible deben impulsarnos a perseguir un futuro inclusivo en armonía con el ambiente, que solo lograremos mediante soluciones que consideren la conservación de la naturaleza, donde las mismas comunidades sean agentes que promueven un desarrollo que, más que a expensas de la naturaleza, sea compatible con ella. En palabras del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, “la humanidad debe elegir: cooperar o morir”.

Las soluciones a gran parte de estas crisis las conocemos. Para controlar la crisis climática también debemos dejar de perder la biodiversidad y es clave reconocer que la elección sobre nuestro futuro no es entre las personas o la naturaleza. Somos las personas quienes debemos proteger nuestro único planeta y buscar soluciones de desarrollo basadas en la naturaleza para que el mundo prospere en los tiempos inciertos que tenemos por delante.

Bettina Woll es representante residente del PNUD Perú