"Nuestro repertorio de estupideces", por Marco Aurelio Denegri
"Nuestro repertorio de estupideces", por Marco Aurelio Denegri
Redacción EC

Dice Antonio Cisneros lo siguiente en El Libro del Buen Salvaje: “Paso revista a mi repertorio habitual de estupideces. Las hay de toda laya, pero en el fondo son convencionales. Ninguna que desate las iras de los dioses o alguna maldición.”

Efectivamente, todos tenemos un repertorio, mayor o menor, de estupideces. Seamos siempre conscientes de esa tenencia y no dejemos de advertir que en cualquier momento podemos proferir una estupidez o cometerla.

Alberto Moravia, cuando veinteañero, confiesa haber dicho –como tantos otros jóvenes– muchas estupideces, pero con la diferencia de que él se daba cuenta de que las decía. (Cf. Alberto Moravia, Mi Vida. En conversación con Alain Elkann. Madrid, Espasa-Calpe, 1991, 39.)

“Todos los hombres –decía Mussolini– somos más o menos estúpidos. La cuestión es ser un estúpido ligero. ¡Dios nos libre de los estúpidos pesados!”

Parece que Lincoln era un estúpido ligero. Dale Carnegie, en su biografía de Lincoln, cuenta al respecto un incidente digno de nota.

Ello es que un legislador indujo al Presidente Abraham Lincoln a facilitarle una orden para el traslado de ciertos regimientos. Lincoln accedió a la petición y el legislador fue entonces al Ministerio de Guerra y mostró al Ministro Edwin McMasters Stanton la orden que había dado el Presidente. Stanton se negó de plano a acatarla.
 
“Señor Ministro –le dijo el legislador–, usted olvida que la orden emana del Presidente.”

“Si el Presidente –replicó presto Stanton– ha dado semejante orden, entonces es un estúpido.”

El legislador, no menos sorprendido que disgustado, se apropincuó inmediatamente al Presidente para noticiarlo de lo recién ocurrido, suponiendo que Lincoln se encolerizaría. Pero no, el encolerizamiento no se produjo y el Primer Mandatario, con un fulgor en los ojos manifestó firme y pausado lo siguiente:

“Si Stanton dice que soy un estúpido, entonces debo de serlo, porque casi siempre tiene razón. Iré a visitarlo y veré personalmente de qué se trata.”

Cumplió Lincoln lo anunciado y Stanton le demostró que la orden que había dado era errónea y que debía retirarla sin dilación. Y Lincoln, sin dilación, la retiró.

Hay que ser grande para proceder así. Cualquier espíritu pequeño habría negado en esa oportunidad la comisión de la estupidez, de esa estupidez que Lincoln no negó y que antes bien reconoció abiertamente.