Lo peor está por venir, por Ignazio De Ferrari
Lo peor está por venir, por Ignazio De Ferrari
Ignazio De Ferrari

En las últimas semanas, El Niño costero ha afectado a miles de peruanos, dejando pérdida y desolación a su paso. Las cuantiosas sumas materiales –el Banco Central de Reserva estima que para la reconstrucción serán necesarios 12.400 millones de soles– son poco frente a la mayor de las pérdidas: la vida humana. A medida que se remueve el lodo, sigue subiendo el número de víctimas. Hasta ahora son 98 los ciudadanos fallecidos a causa del desastre climático.

Con algo de suerte, cuando bajen las lluvias en las próximas semanas, las ciudades más afectadas se irán normalizando para dar paso a las tareas de reconstrucción. Sin embargo, las inclemencias del tiempo volverán. 

El Perú, como indican las investigaciones sobre el cambio climático, es uno de los países más afectados por este fenómeno. Nuestro país alberga el 71% de los glaciares tropicales del mundo, y el incremento de las temperaturas a causa del calentamiento global hace que estos se derritan de manera acelerada. Según un estudio reciente del Banco Mundial, si la temperatura del planeta se incrementa en dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales –el límite máximo propuesto por el Acuerdo Climático de París–, el 90% de nuestros glaciares estarán en riesgo de derretirse. Esto aumentaría, en una primera etapa, los peligros de inundaciones, para luego reducir la disponibilidad de agua

Las consecuencias del cambio climático ya se sienten en nuestro territorio pero lo peor está por venir. Según un estudio conjunto del gobierno peruano, la Cepal y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) del 2014, en el frente económico las actividades más afectadas serán la pesca, la ganadería altoandina y la agricultura. 

En el caso de la pesca, el incremento de la temperatura marina afectará considerablemente la captura de anchoveta, con la que se hace la harina de pescado. En cuanto a la agricultura y la ganadería, la escasez de agua será determinante. Por lo pronto, en comunidades de la sierra ya se empiezan a registrar patrones de lluvias irregulares. En algunas zonas las temporadas de lluvias se reducen en más de dos meses, lo que limita el crecimiento de los cultivos y reduce las áreas de pastoreo.

En el terreno social, la escasez de agua, sumada a las temperaturas más altas, formarán un coctel explosivo. La lucha por el recurso hídrico será intensa y la imposibilidad de subsistir en la actividad agrícola y la ganadería altoandina podría llevar a una nueva ola migratoria hacia las ciudades de la costa. Esto pondría presión sobre los mercados laborales y la provisión de servicios básicos de las ciudades receptoras. Urbes como Lima ya hoy no se dan abasto para garantizar servicios dignos a todos sus ciudadanos –alrededor de un millón de limeños carecen aún del servicio de agua potable y alcantarillado–. El resultado de una migración masiva sería, casi con seguridad, más marginalidad.

Ante este panorama sombrío, la política no ha sido de gran ayuda. Una de las tragedias del cambio climático en los países en vías de desarrollo es justamente la disfuncionalidad del Estado. En el Perú esto se traduce en que los gobiernos locales y regionales no ejecutan sus presupuestos de prevención y el gobierno nacional carece de una estrategia clara para lidiar con el calentamiento global

En otras latitudes, el espacio abandonado por el Estado en contextos de catástrofes naturales ha sido aprovechado por propuestas extremistas que han pasado a ocuparse de algunas de las funciones estatales. Como muestra la investigación de Ayesha Siddiqi de la Universidad Royal Holloway de Londres, ese ha sido el caso del grupo radical islamista Jamaat-ud-Dawa tras las inundaciones que afectaron al sur de Pakistán en el 2010 y 2011. En el Perú, ¿serían las consecuencias del cambio climático una nueva razón para romper con el ‘modelo’?

Frente al fenómeno del cambio climático en sí, no hay mucho que pueda hacer el Perú. Nuestro país produce solamente el 0,1% de las emisiones de COglobales, de modo que estamos a merced de las grandes potencias económicas. Juntos, Estados Unidos y China producen alrededor del 40% de las emisiones, y está claro que la administración de Trump tiene nulo interés en reducirlas. En ese contexto, es más importante que nunca que el Perú tenga una estrategia de control de daños. 

Si como dice el dicho, creemos que toda crisis es una oportunidad, el Niño costero ha puesto en el centro del debate la necesidad de emprender cambios profundos en materia de prevención y desarrollo de nueva infraestructura. Se trata de una tarea impostergable.