Diego Macera

Luego de 22 meses de ininterrumpido, enero del 2023 fue el primer mes con una reducción interanual del PBI. Este inicio de año, por supuesto, fue excepcional –la ubiquidad e intensidad de las protestas sorprendió a la mayoría del país y, desde entonces, han reducido considerablemente su escala e intensidad–, pero debería servir para recordar que ninguna cifra de crecimiento proyectada está garantizada. Así hayamos sido la estrella de la región en años anteriores.

Como consecuencia de los pésimos resultados de enero, la continuidad de manifestaciones en Puno y las lluvias de marzo, el Ministerio de y Finanzas (MEF) anticipa que el crecimiento del primer trimestre del 2023 sería prácticamente nulo: de esperar 3,5% de expansión, pasó a 0,5%. En la misma línea, el Banco Central de Reserva del Perú (BCRP) redujo sus expectativas de crecimiento del PBI para este año, de 2,9% a 2,6%.

Obviamente, en regiones en las que se registró mayor intensidad de protestas la caída de la actividad productiva fue más marcada. De acuerdo con el Ministerio de Transportes y Comunicaciones (MTC), Apurímac, Arequipa, Ayacucho, Cusco, Ica y Puno concentraron más del 80% de bloqueos-días. En otras tres regiones (Madre de Dios, Moquegua y Tacna), los efectos se dieron principalmente por su cercanía con focos de protesta en regiones contiguas. Según un análisis reciente del BCRP, en estas nueve regiones más expuestas el monto total emitido por comprobantes electrónicos del sector no primario (que excluye minería, agricultura y etc.) tuvo una enorme caída real de 16,2% en enero de este año en comparación con enero pasado; al mismo tiempo, en las regiones menos afectadas la caída fue de 0,4%.

Las consecuencias económicas de las lluvias de marzo no serán tan graves como las que ocasionaron las protestas de enero, pero contribuyen a un proceso de ralentización económica del que se vienen registrando varias señales desde mediados del año pasado. La importación de insumos industriales, por ejemplo, ha caído sostenidamente en términos interanuales desde julio del 2022, y algo similar ocurre con el consumo interno de cemento, el empleo formal o la recaudación del IGV. El consumo privado lleva por lo menos cinco trimestres seguidos en desaceleración.

Nada de esto debería llevarnos a hablar de una crisis económica ni mucho menos de una recesión. A pesar de todo, el Perú sigue creciendo y se espera que el resto del año los números sean algo mejores. Y, de cierto modo, quizá el problema sea precisamente este: como la economía sigue avanzando –cada vez más lento, pero avanzando–, la presión para hacer las reformas pendientes y mejorar las condiciones para invertir se sienten menos urgentes. Pero esta es una sutil trampa que discretamente nos tiende el conformismo. La capacidad de crecer a tasas adecuadas se deteriora progresivamente y, en ausencia de un colapso económico inminente, no solemos prestarle demasiada atención al tema. Para cuando venga la reacción impulsiva, podría ser ya demasiado tarde. Como sucedió con otros países, el Perú podría quedar indefinidamente estancado cerca de este rango del 2% al 3% de crecimiento al que nos venimos pasivamente acostumbrando.

Lant Pritchett, investigador de la Universidad de Oxford, publicó en el 2022 un sugerente artículo académico cuyo título resume su tesis central: “El crecimiento económico es suficiente, y solo el crecimiento económico es suficiente” (énfasis del autor). Para Pritchett, basta con asegurar altas tasas de expansión del PBI para garantizar mejores condiciones de vida en el largo plazo. Su argumento funciona también a la inversa: sin más producción es imposible elevar de manera significativa y sostenida los estándares de vida, sea como sea que uno los mida. En esa carrera que propone Pritchett, el Perú se está quedando rezagado, pero aún no lo nota.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Diego Macera es director del Instituto Peruano de Economía (IPE)