(Foto: Andina)
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Enzo Defilippi

De los supuestos errados que fundamentan muchas de las opiniones que leemos a diario, hay dos que, por obvios, me llaman poderosamente la atención: el supuesto carácter tecnocrático del Gobierno y que ello sería la causa de que no haga política.

La tecnocracia no es otra cosa que el gobierno de la razón. Es decir, el uso del razonamiento científico en la solución de problemas de políticas públicas. ¿Cuál opción sirve mejor a los intereses de la sociedad, por ejemplo, el voto preferencial o los distritos uninominales? ¿Un hospital o una red de postas de salud? ¿Despedir o no a los maestros que desaprueban sus evaluaciones? Un gobierno tecnocrático analizaría las opciones y ejecutaría la que más beneficie a la sociedad. Ello, en contraposición a uno populista (que decidiría en función de los intereses de su partido) o uno mercantilista (que lo haría de acuerdo con los intereses de los grupos económicos).

¿Es este un Gobierno particularmente tecnocrático o, al menos, más que los anteriores? No y no entiendo de dónde salió esta creencia. El común denominador de los ministros y asesores presidenciales es su cercanía con el sector privado, no carreras relacionadas con el uso de la razón en la solución de problemas de política pública. En ese sentido, más tecnocráticos resultan ser los dos últimos gabinetes de la administración anterior que los dos primeros de esta.

Por otro lado, la falta de política no podría ser explicada por un exceso de tecnocracia aun si el Ejecutivo sufriese de ello. Suponerlo implicaría que ser bueno en ajedrez podría ser la causa de que alguien sea malo jugando fútbol, y eso no tiene mucho sentido. Correlación no implica causalidad.

El manejo tecnocrático tampoco está reñido con la política, como parecen creer algunos. De hecho, si algo necesita el Ejecutivo es más, no menos, tecnocracia. Aunque suene contraintuitivo, ello le obligaría a ser más político. Es que ningún tecnócrata que se respete ignora que sin apoyo popular no se pueden implementar las reformas que requiere el país, sin importar cuán razonables sean. Tampoco que mientras más complicadas sean (y así son las realmente importantes), más apoyo popular se requiere.

Entonces, ¿por qué el Gobierno no dedica más tiempo a hacer política? La respuesta correcta parece ser la más simple (la navaja de Ockham en acción): porque el presidente piensa que no es necesario. Él mismo ha declarado que cree que su popularidad cae porque la gente está frustrada por la ralentización del crecimiento económico. En su razonamiento, esta aumentará cuando la economía se dinamice.

¿Por qué el presidente puede creer algo tan obviamente errado? No lo sé. Pero sí que el mero hecho de que el Gobierno actúe como si fuese cierto es suficiente para dudar de su supuesto carácter tecnocrático. Es que basta comparar las cifras de crecimiento económico con los índices de popularidad de los tres últimos presidentes para comprobar cuán poca relación existe entre ellos. Y no hay nada menos científico (y, por ende, poco tecnocrático) que seguir creyendo algo cuando la evidencia indica, clara y contundentemente, lo contrario.

En este Gobierno, como en todos los anteriores, hay buenos tecnócratas. Pero es el divorcio de la realidad, no la tecnocracia, lo que parece ser su característica más resaltante.