El fin de la alquimia, por Iván Alonso
El fin de la alquimia, por Iván Alonso
Iván Alonso

The End of Alchemy es el libro que acaba de publicar Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra durante la crisis financiera internacional. Es un libro en serio, no una colección de anécdotas sobre quién le dijo qué a quién y dónde. King analiza los desequilibrios de la economía mundial que, en su opinión, fueron la verdadera causa de la crisis; la transición hacia una nueva era de crecimiento, para lo cual le parece esencial cortar los estímulos monetarios y fiscales; y la fragilidad del sistema financiero. Hasta se da tiempo para la OCDE y demás burocracias internacionales: buenas para contratar personal de seguridad y de prensa, pero no tanto para hablar de cosas útiles.

La alquimia que da título al libro es la transformación de préstamos riesgosos y de largo plazo en depósitos seguros y de disponibilidad inmediata. Un préstamo hipotecario demora años en retornar al banco; y no hay certeza de que retorne del todo. Pero, al otorgarlo, el banco crea un depósito a nombre del prestatario, quien lo usa para pagarles a sus proveedores; y éstos, a su vez, a los suyos; y así sucesivamente. Todo el mundo acepta el depósito, transferido mediante un cheque o electrónicamente, como medio de pago porque sabe que en cualquier momento puede ir al banco y retirar su plata.

El sistema funciona a la perfección mientras no todos quieran convertir sus depósitos en efectivo al mismo tiempo. Porque los bancos otorgan préstamos y, por lo tanto, crean depósitos en una cantidad que es un múltiplo de sus reservas de efectivo. Si algo pasa que hace a la gente correr a sacar su plata, no alcanza para todos, y se produce una crisis bancaria. Ha sucedido incontables veces.

¿Cómo prevenir una crisis? Podríamos prohibir que los bancos creen depósitos y forzarlos a prestar solamente la plata que tengan en sus bóvedas y nada más que por el plazo por el que los ahorristas hayan consentido dejarla. Pero King es un economista sofisticado, y se da cuenta de que así se reducirían las posibilidades de financiar nuevas inversiones. Habría que encontrar ahorristas dispuestos a esperar el tiempo que tome pagar un préstamo hipotecario o recuperar la inversión en un puente, en una fábrica, en un pozo petrolero. Los hay, pero no son muchos. La alquimia que transforma préstamos a largo plazo en depósitos de disponibilidad inmediata es esencial para el buen funcionamiento de la economía. Sólo que ocasionalmente falla.

Tradicionalmente los bancos centrales han actuado como “prestamistas de última instancia” para suplir la demanda repentina de efectivo en épocas de crisis. Pero en el mundo moderno la complejidad de las operaciones financieras hace difícil distinguir entre un banco sólido con una necesidad temporal de liquidez y un banco insolvente. No ha habido más remedio que rescatarlos a todos.

King propone convertir al banco central en una casa de empeño para toda ocasión (“a pawnbroker for all seasons”), fijando de antemano cuánta liquidez está dispuesto a darle a un banco en apuros, en función de las garantías que éste le entregue: tanto por ciento de los bonos del gobierno, tanto de los préstamos hipotecarios etc. Con esto pondría un límite a los riesgos que los bancos pueden asumir y trasladar a sus depositantes y haría más estable el sistema financiero. Un argumento interesante, aunque no del todo convincente.