Chinchero es la misma vaina, por Fernando Vivas
Chinchero es la misma vaina, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

No me importa su etiqueta, si es de izquierda o de derecha. La corrupción no tiene bandera: está bajo la línea de flotación de nuestros valores compartidos. Simplemente quiero denunciar lo que me repugna y analizar un fenómeno que está a la base: el empoderamiento de los tecnócratas y la debilidad de los políticos. Jaime de Althaus me discute que yo subraye lo pernicioso de este desbalance y achaque el diseño maligno de las instituciones pervertidas (APP asimétricas, adendas, arbitrajes ad hoc) a los técnicos. Y me replicó: “Esta corrupción no es tecnocrática”.

Conciliemos, Jaime. La corrupción sí es tecnocrática. Y también política. Pero ten en cuenta que mientras los políticos sucumben a la desaprobación, los técnicos quedan. Por ejemplo, la Interoceánica se decidió en Palacio por Toledo, pero se ejecutó en Pro Inversión por el invisible René Cornejo. Toledo se convirtió en un candidato patético; René Cornejo llegó a ser primer ministro de Humala. En Brasil fue distinto porque el PT gobernó varios lustros, pero tampoco la corrupción nos cayó todita de ahí, ah. Nuestra industria de la construcción tenía joyitas como Lelio Balarezo antes de que los brasileños nos asaltaran.

Con Alan la cosa cambió poco. Es político con carácter, pero igual se alió a la tecnocracia y le regaló la consigna del perro del hortelano (ojo que en la pieza de Lope, a quien ladra el perro es a los ladrones). Con Humala y Nadine, la tecnocracia hizo su agosto: el par necesitaba urgente asistencia técnica para el bien y para el mal. 

En resumen, son técnicos quienes diseñaron los contratos que transfieren ‘accountability’ y riesgos al Estado, la flexibilidad planificadora (el plan de gobierno abierto a megaproyectos de iniciativa privada) y las puertas giratorias. Son los políticos quienes consiguen los votos en el Congreso y azuzan a la población a pedir a gritos las obras sobrevaluadas. El modelo de crecimiento con programas sociales y APP (llámenle neoliberal, caviar, desarrollista, de centroderecha o centroizquierda, me tiene sin cuidado) ha delatado tales perversiones que necesita ser ajustado por un acuerdo nacional sin ideologías.

Por todo esto, me ha indignado el apuro en la firma de la adenda de Chinchero. PPK pasó unos días en el Cusco antes de asumir el mando y su sola presencia alimentó las expectativas de los cusqueños por el aeropuerto. Ello derivó en una presión política que, sumada a las sospechas de corrupción en el contrato, aconsejaban enfriar la negociación. Ahora resulta que ni contrato ni adenda tenían una cláusula anticorrupción. Y el consorcio –tan considerado él, luego de estar dispuesto a endilgarnos intereses de hasta 22%– la está pidiendo por ‘fair play’. No pequemos de bobos.