Burocracia
Burocracia
Richard Webb

¿Cómo se maneja un ejército? Digamos, por ejemplo, el millón y medio de empleados públicos en el Perú. Es más simple cuando se trata de hormigas cuyas acciones se rigen por instrucciones rígidas estampadas en sus genes. Las “normas” de la colonia hormiguera no dejan espacio para la flojera ni la cobardía. El problema aparece cuando existe la discreción individual, que es la gloria, pero también la cruz de la vida humana.

Para la vida económica tenemos una poderosa solución en la forma del mercado, donde el flojo gana menos y el cobarde que no se atreve a arriesgar o a innovar se lo lleva la corriente. Así nos arrea el mercado, repartiendo castigos y alicientes que nos llevan a cumplir con penosas cuotas diarias de labor, disciplina ahorrativa, y los atrevimientos necesarios para salir adelante. Pero no todos vivimos azuzados por el mercado. Casi uno en diez peruanos trabaja para el , una isla laboral que escapa la disciplina competitiva dictada por el mercado y plantea el reto gerencial de cómo lograr la cuota de trabajo necesaria que esperamos del Estado.

Además, la dificultad es mayor en tanto la mayor parte de lo que produce el Estado consiste en servicios que, a diferencia de los productos físicos, se miden mayormente en sus aspectos cualitativos e individuales. La calidad de cada atención de una solicitud, dictado de clase, atención de salud u opinión judicial puede variar enormemente. La producción del Estado no se mide en kilos ni número de clases dictadas sino en la calidad y honestidad con que se realiza cada tarea. ¿Cómo lograr y fiscalizar ese esfuerzo casi invisible? La respuesta clásica ha sido una combinación de engreimiento y de mística. Más que un control detallado del producto se apostaba a la motivación creada por sueldos y beneficios aceptables, por la estabilidad laboral, y por la mística profesional del trabajador.

Ese esquema no da más. Vivimos una insatisfacción generalizada con casi todo lo que le corresponde hacer al Estado. La frustración se debe a que cada día le pedimos más al gobierno, pero también a un creciente abandono del contrato de trabajo tradicional. Hace varias décadas, casi todo trabajador del Estado se encontraba “en planilla”, con la estabilidad y los beneficios correspondientes. Hoy, más de la mitad tienen contratos a plazos fijos y sin los beneficios acostumbrados. El quiebre contractual fue resultado de la crisis económica de los años ochenta. Durante los años noventa, el Estado recuperó su presencia en el interior del país contratando sin estabilidad ni beneficios y cerrando los ojos al incumplimiento de horarios y calidad de esfuerzo para que docentes, médicos y policías pudieran complementar sus reducidos sueldos con cachuelos, en efecto, una privatización e informalización de gran parte del Estado.

El camino para una mejor gerencia del trabajador estatal debe incluir un regreso a la formalización contractual, insistiendo en el tiempo completo, y un mayor énfasis en la profesionalización, aprendiendo de las modalidades que han permitido que diversas entidades estatales hayan logrado altos niveles de profesionalización y de mística, como son el BCRP, la Superintendencia de Bancos y el servicio diplomático.