Adoptar a un niño: un acto noble que las normas dificultan
Adoptar a un niño: un acto noble que las normas dificultan

Hoy celebramos el Día de la Madre. El día de todas esas mujeres que madrugan para poder mandar a sus hijos al colegio y así permitirles tener una vida mejor que la que ellas tuvieron. De todas aquellas que tienen que caminar por una trocha de cascajo para llevarles el agua en un balde y que hacen lo imposible con tal de que sus hijos tengan algo que comer.

Y, en especial, hoy celebramos a las por acoger a un niño, a pesar de sus antecedentes y la historia que hay detrás de cada uno de ellos.

La adopción es un acto de desprendimiento muy grande, porque llevarla a cabo significa para los padres dejar de lado los prejuicios sociales. El niño que viene al hogar termina siendo como un hijo propio y una madre acaba por amarlo como si hubiera estado en su vientre por nueve meses. Estos son los niños del corazón.

En el Perú, lamentablemente, hay más de 10.000 niños abandonados que no tienen la suerte de ser acogidos. Niños que están a merced de un Estado que, con su desidia, les niega la oportunidad de ser adoptados y protegidos por una familia dispuesta a darles todo su cariño y cuidado.

Esta desidia mantiene a los menores en algunos albergues que parecen sacados de una novela de Charles Dickens, o los expulsa a las calles donde están expuestos al pandillaje y el abuso sexual. Por citar un ejemplo, mientras que en el 2014 en Chile se adoptaron 590 niños, en el Perú solo se adoptaron 194.

En esta ocasión, no solo explicaremos cuáles son los beneficios de la adopción, sino que también meteremos el dedo en la llaga para ver si quizás alguien en el Estado reacciona y logra brindar a todos esos niños abandonados la oportunidad de crecer en una familia para, así, tener la posibilidad de desarrollarse.

LA DESESPERACIÓN

La cruda realidad de nuestro países es que muchas mujeres de escasos recursos se embarazan muy jóvenes y no tienen cómo mantener a sus hijos. Por ello, en muchas ocasiones consideran que la decisión más correcta es dejarlos en comisarías, postas médicas o iglesias.

Este desprendimiento es sumamente duro y debe ser entendido la mayoría de las veces como un verdadero acto de desesperación de una madre que, a fin de cuentas, busca que su hijo tenga una mejor calidad de vida que la que ella le puede dar. Nadie, por ello, está en posición de emitir un juicio de valor al respecto.

Las historias son infinitas, desgarradoras y dramáticas, y hacer una generalización sería irresponsable. Basta con enfrentarse a algunas de las historias documentadas de los niños que han sido adoptados para comprender (mas no justificar) la difícil situación que llevó a sus madres biológicas a abandonarlos. 

LAS ALTERNATIVAS

Así como hay mujeres que no pueden hacerse cargo de sus hijos, hay otras desesperadas por acoger a un niño. En el país existen miles de casos de parejas que no pueden tener hijos y se someten a exigentes tratamientos de fertilidad que, en muchos casos, no dan resultados y, por el contrario, causan daños psicológicos y físicos.

Es así que estas parejas evalúan la posibilidad de adoptar, y en muchas ocasiones las primeras opciones que consideran no son precisamente por la vía legal. A., una madre que adoptó un niño, nos confesó: “Voy a ser honesta. Sí, sí pensamos ir a una iglesia y conversar con una monjita para ver si nos podía dar un bebe, pero al final no nos atrevimos”.

Otra pareja, F., nos comentó que un día se enteraron de una niña que había sido abandonada en una caja de cartón en el parque Kennedy y llevada al Hospital del Niño. Ellos fueron a verla con la intención de adoptarla por la vía no legal, pero funcionarios del hospital no lo permitieron. Ahora bien, este apego a la ley no siempre sucede, pues como vimos en el caso de Meche (ver recuadro), hay muchos médicos y funcionarios que están dispuestos a entregar  ilegalmente a los niños. 

EL COMPROMISO

Hay, sin embargo, otras parejas que terminan contemplando la opción legal. Después de todo, reconocen que esta es la única manera de asegurarse que nadie les quitará luego a su hijo. La pareja F., por ejemplo, nos comentó: “La sola idea de que nos quiten a nuestra hija era algo que no podíamos tolerar. Pero fue esa primera niña la que nos llenó de esperanza y la que nos motivó a ir por la vía legal”.

Muchas personas acuden al Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) en busca de información y deciden iniciar el proceso de adopción. Todas las parejas entrevistadas para este informe nos confirmaron que al principio fueron un tanto escépticas en torno al proceso y, también, los talleres por los que se tiene que pasar de manera obligatoria para adoptar un niño, pero al final terminaron por comprender su utilidad. 

Dice H: “La verdad es que al principio éramos un poco reacios a la idea de ir a los talleres y pasar por todo el proceso. Pero estos fueron realmente buenos y nos prepararon muchísimo. Es más, nosotros fuimos una vez y nos salimos del proceso porque con los talleres nos dimos cuenta de que no estábamos preparados para adoptar. Luego de un tiempo regresamos y nos sirvieron mucho”.

Para A, la adopción no fue fácil. “Teníamos miedo [con mi esposo] y estábamos nerviosos. El día que recogimos a nuestro hijo, fue desgarrador ver cómo los demás niños y niñas nos pedían que los lleváramos con nosotros”.   

(IN)DEBIDO PROCESO

Cuando una persona o una pareja (que puede ser un matrimonio o una unión de hecho) ha culminado los talleres y ha pasado con éxito una evaluación psicológica y social, se emite un certificado de idoneidad (entre la capacitación y la evaluación normalmente pasan 8 meses). Pero es una vez que uno obtiene el certificado que empieza la larga espera.

Esta espera tiene su origen en el verdadero cuello de botella para la adopción en el Perú: la declaración de abandono de un niño. De acuerdo a ley, es el Poder Judicial el encargado de hacer esta declaración. Sin embargo, es la Dirección de Investigación Tutelar del Ministerio de la Mujer la que realiza la investigación de los antecedentes del niño, para saber si puede regresar a su hogar o si existen familiares que lo reclaman. 

Esta investigación, en la práctica, tarda un promedio de 5 años, según la directora general de Adopciones del Ministerio de la Mujer, Eda Aguilar. Para Aguilar, “es necesario hacer las evaluaciones necesarias, pero es inaceptable que el Estado se demore tanto en declarar a un niño en abandono. Esos niños deberían estar con una familia y no en los albergues”.  

Aguilar ha propuesto la celeridad excepcional, pero sostiene que entidades como Unicef y la Defensoría del Pueblo están en contra de este mecanismo. Según ella, estas entidades “prefieren que se hagan todas las investigaciones, pero tardan demasiado y terminan por perjudicar a los niños”. La funcionaria conoce de casos de niños que han demorado 9 años en declararlos en abandono. 

A esto se suma la figura de la “consentida”, que implica que, una vez que un menor ha sido declarado en abandono, se abre una ventana de 15 días en que un familiar puede impugnar. El problema: esos 15 días se hacen eternos, pues, como dice Aguilar, en la práctica los jueces pueden demorarse hasta un año en declarar cerrada la posibilidad de impugnación.

Por otro lado, según la ley, mientras el niño tenga un familiar que lo visite cada 6 meses, este no puede ser declarado en abandono, de modo que el proceso se dilata aun más. A recuerda: “La madre biológica de mi hijo iba a presentar un escrito cada seis meses. Entonces era imposible que lo adoptemos, porque, según ley, todavía existía un vínculo familiar. Pero su madre no lo veía, no hacía nada. Y así pasa con miles de niños en el país: al menor lo visita una tía, un abuelo, muy de vez en cuando, y por eso no se le puede dar en adopción”.  

Esta lentitud hace que solo alrededor de 10 niños sean judicialmente declarados en abandono cada mes, mientras que alrededor de 25 familias pueden adoptar todos los meses.  

Enrique Varsi, profesor de Derecho Civil de la Universidad de Lima, está de acuerdo con que la adopción se debería agilizar, “pero sin perder las averiguaciones y entrevistas”. Por su parte, Ángel Ayala, abogado y experto en organizaciones de bases, no niega que se tiene que estar seguro de la situación del niño, “pero tiene que haber procedimientos más simples, los niños no pueden estar 3 años en estos albergues”. 

CHARLES DICKENS EN EL PERÚ

El principal argumento para que el Estado tenga un rol tutelar es que existen riesgos de que los niños sean explotados. Sin embargo, lo que muchas personas no entienden es que la gran mayoría de adopciones son experiencias exitosas, porque los adoptantes realmente quieren ser padres. Estos no adoptan  un niño para abusar sexual o laboralmente de él, sino porque quieren ser buenos padres.

Es más, no existe evidencia que demuestre que la adopción genera abusos en los niños. Lo que sí existe, por otro lado, es evidencia que demuestra que es en los albergues y en las calles donde los niños son más propensos a sufrir abusos sexuales o ser explotados. Para Elizabeth Bertholet, profesora experta en temas de adopción de la Universidad de Harvard, cinco décadas de estudios alrededor del mundo demuestran que en los albergues se abusa de los niños de manera sistemática y que el desarrollo intelectual y emocional se ve afectado.  

Cada vez que A ve a un pequeño en las calles vendiendo dulces, no puede evitar pensar que su hijo, fácilmente, podría haber terminado así y quisiera adoptar más niños. Y así como ellos, hay miles de familias que podrían dar todo su afecto a menores que estarían mejor cuidados en una casa que bajo la tutela de este Estado, pero son solo pocos los que se preocupan realmente por nuestros niños.   


*En colaboración con Ariana Lira Delcore y Elody Malpartida

VIDA REAL

El caso  de Meche

Un día Meche se sintió mal. Tenía mareos y cualquier tipo de olor le generaba náuseas. Tenía 17 años y se acercó a la posta médica más cercana de donde vivía, en Villa María del Triunfo. La obstetra le dio la noticia de que estaba embarazada. Al mes siguiente, Meche volvió por su segundo chequeo. Anita, la obstetra que la había atendido la vez anterior, le preguntó si tenía pareja, si trabajaba, y cuánto ganaba. Meche le dijo que su pareja era un ayudante de construcción civil que ganaba alrededor de 700 soles al mes, pero que este se había desentendido del tema. “¿Cómo vas a hacer entonces, pues, linda?”. De todos modos, no tenía el dinero para mantener al bebe y era mejor que estuviera en buenas manos. Anita le dijo que le podía conseguir una familia que quisiera y pudiera mantener al niño. Meses después nació la hija de Meche. Le puso Rocío, pero solo la tuvo por unos minutos. El trato estaba hecho. Una pareja que no había podido tener hijos se llevó a la pequeña Rocío y la inscribió como suya.

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