El Ártico es, actualmente, el centro de atención de varias organizaciones medioambientales. Por un lado, la superficie de hielo se reduce paulatinamente debido al calentamiento global, alarmando a la comunidad científica por la crecida del nivel del mar. A esto se le suma la explotación de recursos naturales y la pesca industrial. Sin embargo, existe un peligro mucho mayor y que no es tomado en cuenta: la contaminación radiactiva.

Un reciente estudio llevado a cabo por la ONG ecologista Robins Des Bois detectó alrededor de 90 lugares del Ártico en donde los niveles de radiactividad son sumamente elevados. La presencia de sustancias que generan esta perturbación se originó durante la Guerra Fría, periodo en el cual la ex Unión Soviética construyó varios emplazamientos utilizados como reservas de combustible nuclear, o incluso para probar su arsenal atómico.

Durante la década de los años sesenta, Estados Unidos construyó dos reactores nucleares para abastecer de electricidad a Alaska. Uno de ellos sufrió varios accidentes que dañaron la salud de cientos de personas, quienes sufren las secuelas hasta hoy. El funcionamiento del segundo reactor implicó la acumulación de más de 200 toneladas de material químico en las capas de hielo. A su vez, Canadá es responsable de la presencia de 900 000 toneladas de desechos radiactivos, a raíz de la explotación de las minas de uranio en el norte del país durante treinta años.

Sin embargo la amenaza sigue presente a causa de la actividad industrial la región, que sigue recurriendo a insumos radiactivos en los procesos de producción. Los desechos nucleares siguen contaminando en el hielo y el mar ártico, y se expanden gracias a las corrientes marinas. A pesar que el G8 y otros países de Europa no se mostraron indiferentes al tema, tanto los esfuerzos como los fondos por solucionar el problema son insuficientes.