Terminando el 2020, la SUNAT publicó el reglamento que le permite tener acceso a todos los movimientos y saldos de las grandes cuentas bancarias de personas naturales y jurídicas. Esto es solo un peldaño más en un proceso de transparencia tributaria que empezó no solo en Perú sino en todo el mundo hace unos quince años. Los que aún pensaban que existía o iba a mantenerse alguna forma de secreto bancario me hacen acordar a un reciente ex Premier que no estaba enterado de nada y vivía en el siglo veinte. El Fatca, el CRS, la amnistía tributaria, los estándares de la OECD, las prácticas antilavado de dinero, las políticas de ¨Conoce tu Cliente” y demás términos relacionados ya son parte de la cultura bancaria y están aquí para quedarse.
MIRA: ¿Por qué la Sunat tendrá acceso a información de cuentas bancarias con más de S/10.000?
Por favor, que nadie se arañe, menos en un país con más de dos tercios de economía informal donde unos cuatro de cinco peruano no paga impuesto a la renta. Un país donde la presión tributaria (ya antes de la pandemia) era de las menores de Latinoamérica, de la mano de países como Panamá, Paraguay o Guatemala.
Personalmente, creo que terminar de abrir la cancha a la SUNAT debería beneficiar a los que no tienen nada que esconder y ayudará a combatir la elusión y evasión tributaria de manera más efectiva. Además, estrictamente hablando, el secreto bancario era más una idea que una realidad pues ya este regulador podía ver nuestros movimientos vía el Impuesto a las Transacciones Financieras (ITF). A partir de este tributo, infería los grandes movimientos de las cuentas bancarias versus el impuesto a la renta pagado por las personas. Desafortunadamente, este indicador o algoritmo muchas veces fallaba y la SUNAT terminaba persiguiendo a quien no debía. Esperemos que ahora que tiene toda la información a la mano deje de tener “falsos positivos” y su labor de fiscalización sea más eficaz y eficiente.
Sin embargo, existen algunos peligros en el camino. Que el ente regulatorio y sus funcionarios tengan acceso a todas nuestras cuentas genera algunas contingencias no deseadas. En primer lugar, en un país donde la inseguridad ciudadana para ir de mal en peor, que la información bancaria esté en manos de más personas podría traer problemas de seguridad. Máxime cuando en Perú las bases de datos se venden a precios irrisorios en el centro de Lima. Segundo, la información de nuestras cuentas podría ser utilizada políticamente tanto en época de elecciones como por le gobierno de turno. Último, pero no menos importante, es el derecho a la privacidad de cada uno. A nadie nos gusta tener al Gran Hermano (el gobierno), como dice una antigua canción, mirando “cada respiro que damos”.
“Los que aún pensaban que existía o iba a mantenerse alguna forma de secreto bancario me hacen acordar a un reciente ex Premier que no estaba enterado de nada y vivía en el siglo veinte”.
Por lo anterior, la SUNAT asume una gran responsabilidad al tener acceso a toda esta información. Tener políticas internas, manual de accesos y procesos disciplinarios bien hechas para manejar toda esta nueva data va a ser clave para que el remedio no sea peor que la enfermedad. No vaya a ser que intercambiemos menos elusión/evasión tributaria por crímenes de mayor calibre como acoso financiero, chantaje, pago de cupos o secuestros.
Hace un par de décadas, las agencias bancarias de nuestra ceja de selva recibían narcodólares sin ningún control, los elegantes banqueros privados se llevaban efectivo y cheques de gerencia en su equipaje para ser depositados en Suiza, Panamá vivía de crear empresas cascarón para apoyar a políticos corruptos, narcotraficantes y hasta financiar terrorismo. Pero las cosas cambiaron para bien. El secreto bancario, un concepto malentendido y demasiado manoseado, ha sido reemplazado por los acuerdos internacionales de intercambio de información y la transparencia fiscal. Veámoslo por el lado bueno y confiemos que la SUNAT estará a la altura del reto. Estaremos vigilantes.
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