
La inclusión financiera ha avanzado muchísimo en América Latina en los últimos años. Según un reciente artículo de “The Economist”, el ritmo en el que las personas están abriendo sus primeras cuentas de banco en la región duplica el promedio mundial. Así, si entre el 2014 y el 2021 la cantidad de personas con acceso a este tipo de servicios aumentó en 3% a nivel global, en Latinoamérica lo hizo en 6%.
Se trata de un patrón que el Índice de Inclusión Financiera de Credicorp (IIF), que monitorea este factor en ocho países, también ha registrado. Si en el 2021 solo 16% llegaba al nivel “Alcanzado” en la región y para el 2024 la cifra fue de doce puntos porcentuales más (28%).
Pero el progreso, aunque saludable e importante, también subraya las carencias. La revista británica, por ejemplo, resalta que 26% de la región aún no tiene cuentas bancarias, una cifra menor a la registrada en África subsahariana. Asimismo, el IIF califica con un nivel de inclusión “Bajo” a 31% de la población.
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A estas alturas, sobre todo, después de una pandemia que resaltó el valor de la participación en el sistema financiero en tiempos de crisis (para mantener la cadena de pagos, por ejemplo, a través de transferencias digitales y billeteras móviles), está claro que estar incluido financieramente va más allá de tener una cuenta bancaria. Tiene que ver con la estabilidad que da tener tus ahorros en un lugar más seguro que debajo del colchón o en el cajón de las medias. Tiene que ver con las oportunidades que vienen con tener acceso a financiamiento formal, en lugar de lidiar con usureros y extorsionadores. Tiene que ver con el acceso a servicios como los seguros y las pensiones y a productos de inversión que permiten hacer crecer los ahorros. Cuando mejora la inclusión, mejora el bienestar.
En ese sentido, con todo lo que sabemos es esencial que nos preocupemos por ampliar el alcance de la inclusión financiera en nuestro país. Y el comienzo de un nuevo año es una buena oportunidad para trazarse esa meta, en especial cuando estamos pasando por una etapa en la historia donde la tecnología puede ser muy útil para ese fin.
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La expansión del acceso a Internet es un comienzo clave, por la proliferación de alternativas de pago y de ahorro digitales. Hoy, un teléfono inteligente es la vía de entrada más sencilla al sistema y, por medio de aplicaciones como Yape, el usuario tiene las puertas abiertas a una larga lista de servicios como microcréditos y seguros. Asimismo, la optimización de las evaluaciones crediticias con herramientas de inteligencia artificial, alimentadas con cada vez mejores bases de datos, puede expandir y facilitar el acceso a financiamiento.
El sector privado tiene la capacidad de incidir muchísimo en la inclusión financiera. La innovación, de hecho, es la punta de lanza de este proceso. Pero debemos trabajar de la mano con el Estado, sobre todo para cerrar las brechas de infraestructura que obstaculizan el proceso. Algo para pensar en un año preelectoral.
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