Es curioso lo que pasa con las adaptaciones cinematográficas de obras literarias. Si la película es buena, pueden beneficiarse ambos productos; si la película no gusta, es probable que no haya curiosidad alguna por el libro que la inspiró. Pero, si se trata de un clásico de la literatura, la suerte de la película dependerá de la satisfacción o insatisfacción del público, que comparará la cinematografía con la imagen que el libro haya evocado previamente en su lectura.
El fracaso de algunas adaptaciones del siglo pasado hizo popular la máxima “el libro siempre es mejor que la película”. Sin embargo, esta afirmación puede ser un poco injusta, pues, desde sus inicios, el cine ha estado estrechamente ligado a la literatura. Sabemos que la primera proyección cinematográfica de los Lumière fue en 1895; pero lo que no es sabido es que en 1896 se realizó en Francia la primera adaptación cinematográfica de un relato. Se trató de El hada de los repollos, un cortometraje mudo francés basado en un cuento popular infantil. Fue también la primera película dirigida por una mujer, Alice Guy.
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Desde entonces las adaptaciones se multiplicaron. Prueba de esta relación ineludible es que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos incluyó la categoría Mejor Guion Adaptado desde la primera edición de los Premios Óscar, en 1929. La primera película en ganarla fue El séptimo cielo, película de Frank Borzage adaptada de la obra del mismo nombre escrita por Austin Strong.
Made in Perú
La primera adaptación de un relato peruano a la pantalla fue Harawi (1965), dirigida por César Villanueva, Eulogio Nishiyama y basada en un relato de José María Arguedas. Desde entonces las adaptaciones se han sucedido: Los perros hambrientos (1977), Abisa a los compañeros (1980), Maruja en el infierno (1983) La ciudad y los perros (1985), o Pantaleón y las visitadoras (1999), por nombrar algunas. A esta lista se sumó, este 2021, Un mundo para Julius, el clásico de Alfredo Bryce Echenique, dirigido y adaptado por Rossana Díaz Costa.
Es la primera vez que la cineasta se embarca en una empresa de tan alta envergadura, y ha significado para ella un trabajo de largo aliento, pues el guion llegó a tener hasta 13 versiones desde que empezó a trabajarlo, en 2015. “En cada versión vas alargando o acortando. Trabajé las tres primeras versiones con la novela al lado, y a partir de ahí decidí alejarme de la novela y trabajar solo con el guion”, cuenta.
El proceso fue minucioso. “Para adaptar una novela larga primero es necesario elegir el conflicto principal y un personaje principal. Yo elegí, evidentemente, a Julius, y que su conflicto principal sea la pérdida de su inocencia por las injusticias que ve en su casa. Hubo que acompañar a Julius en su camino y esto supuso desaparecer otras historias”, añade.
Por su lado, la escritora Giovanna Pollarolo, que ha convertido al menos media docena de trabajos literarios en exitosas películas peruanas, dice: “Lo más importante es establecer la premisa o idea que gobernará la adaptación: ¿Qué quiero contar? Una novela abre las posibilidades de muchas lecturas. La Madame Bovary de Minelli (1949) se diferencia de la de Chabrol (1990), por ejemplo, no solo porque fueron realizadas en tiempos diferentes, otras cinematografías, casting, etc, sino porque cada director ‘leyó’ la novela de Flaubert de diferente manera, priorizó un tema: la bondad de Charles, en un caso; la búsqueda de la libertad, en otro”.
Pollarolo considera que decir que el libro es mejor que la película es una vieja y ya superada idea elitista de la literatura como expresión artística superior al cine.
Bienvenidas sean todas las formas de contar historias.
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