(Ilustración: Manuel Gómez Burns)
(Ilustración: Manuel Gómez Burns)

La nube se disip en unas horas y la ciudad de Yungay, o lo que quedaba de ella una que otra ruina lejana y tres maltrechas palmeras en lo que fuera el centro de su Plaza de Armas, era una llanura de barro con bloques de hielos. Algunos hielos, al descongelar, se lavaban del barro hasta quedar relucientes y, vistos a lo lejos, parecan diamantes enormes. El agua del deshielo, durante los primeros das, impeda que el barro se secara. Yungay ya no tena ms esquinas, ni bodeguitas, ni postes de alumbrado donde meaban los perros. Tampoco tena ventanas en las que asomaban jovencitas enamoradas, ni colas en las panaderas a la espera del pan recin horneado. Los sobrevivientes, fuera de los nios y de otros pocos que se refugiaron en el cementerio, situado tambin a buena altura, sobre los restos de una fortaleza prenca, eran gente que estuvo de paseo y que, al regresar, constataba que lo haba perdido todo: familiares y amigos, animales y autos, as como casas, lugares de trabajo, lbumes de fotos, toda su historia, todo su pasado. Era gente que ya no tendra jams su vieja ropa, ni su cepillo de dientes, ni sus pocillos preferidos, ni sus ms amados recuerdos de otros tiempos; era gente que deba habitar en un mundo con los escenarios de la nostalgia cancelados []. En aquella tarde del terremoto, hacia el anochecer, l estuvo merodeando por los bordes de la gran masa de fango que cubra la ciudad, sin vislumbrar el lugar exacto donde haba estado su casa. Form uno de varios grupos de nios que salieron a explorar, en plan de auxiliar a sus familiares. (Su bsqueda fue en vano, por cierto, y acabaron llorando). Y form, adems, la marcha de otros nios, aborregados por el dolor y el desconcierto. Estos crean haberse portado bien, al cuidar de sus ropas, o al hacer sus deberes de la escuela, y no les resultaba sencillo entender las muertes y el ensaamiento de la desgracia. Siempre callado y atento, Leonardo saba que la desgracia tena sus sinrazones. As lo haba sermoneado desde un plpito el padrecito de la parroquia, vecina a su casa: Todo pueblo tiene su castigo. Ninguno se encuentra a salvo. Unos son arrasados por tifones y huracanes; otros son quemados vivos por la lava ardiente de los volcanes; otros son diezmados por la peste; y otros, como nosotros, como nos pas el ao 1962 en Ranrahirca, distrito de Yungay, somos demolidos por terremotos, o somos aplastados por las piedras y el barro de terribles aluviones. Saliendo de la parroquia, un compaero de su clase, con gesto compungido, se haba acercado a preguntarle: Si te hubieran dado a elegir en qu pas ibas a vivir, qu habras escogido? Pas con huracanes, o con terremotos y huaicos? Leonardo haba permanecido indeciso, incapaz de responder. De la exploracin de esa tarde, se dira, hallaron muchas tejas rotas, ramas, y el cadver maltrecho de una seora semidesnuda, cubierta de barro hasta los pelos, al igual que tres varones heridos. Nada ms, nadie ms. Los adultos atendieron precariamente a los heridos y enterraron a la muertita en el cementerio. Y cuando avanz la noche, se alarmaron con el retorno de las rplicas y subieron otra vez al cerro, y, desde esa atalaya, unos pocos continuaron desvelados, reanudando sus expectativas y echando vistazos hacia abajo, a la ciudad sepultada. Hasta que a la medianoche, mira all! descubrieron un haz de luz inmvil en la llanura. Dnde? pregunt uno de los nios mayores. All, bien al fondo. Qu ser? Anselmo, un nio de diez aos, despert de un brinco a las tres de la maana. Vio a Leonardo despierto y le dijo que su padre tena cuatro linternas en su casa y que esa luz poda ser una seal suya. Leonardo entendi su desesperacin; ni Anselmo, ni l mismo, ni los dems nios, se resignaban a desechar la posibilidad de que sus padres estuvieran vivos. Y por eso, cuando Anselmo se levant y le propuso bajar para ver si estaba en lo cierto, acept acompaarlo. Qu pasa? No puedes hablar? Abriendo la boca como un pez que se ahoga, Leonardo lo mir con expresin de angustia. Horas antes haba notado que no le salan sonidos de la garganta; ni siquiera resuellos o gemidos. Eres mudo? El nio de ocho aos asinti con la cabeza. No importa. Igual sirves de compaero. Vamos! Los dos nios bajaron el cerro y recorrieron como sonmbulos las orillas del huaico. Andaban despacio, titubeando, los ojos inquietos, brillosos en la oscuridad, yendo y viniendo de un lado a otro. El cielo era una hoguera de estrellas, pero la luna, que a intervalos se esconda entre las brumas de la madrugada, apenas filtraba sus destellos. Y de pronto, en la llanura de barro, la oscuridad se espes. Aquel fijo haz de luz que los haba animado a bajar ya no alumbraba ms. Qu ocurra? Fallaban las pilas? Vacilaron, pero no se desalentaron. Siguieron el camino, cautelosos, obstinados, escrutndolo todo a cada paso y distancindose entre ellos no ms detres metros. Ese fue el momento en que, baado por otro plido destello lunar, se les cruz un fantasma o algo flotante y veloz, como repleto de calor y vehemencia. Entonces oyeron un trote y un relincho. Se haban topado con la amazona del circo, cuyo caballo, guiado por su certero instinto, eluda el barro demasiado blando y se atreva a girar alrededor de la tan buscada luz inmvil. Tras contemplarla y cerciorarse de su larga cabellera, y tambin de reconocer sus botas altas, su pantaln de montar y su blusa blanca agitada por la brisa, los nios corrieron a su encuentro. Llegaron hasta ella, sofocados, no bien la amazona retorn a la orilla de tierra seca. Qu hacen aqu? preguntla joven. Buscbamos esa luz dijoAnselmo. Qu es? Una linterna? No el caballo corcoveaba y daba vueltas haciendo sonar sus cascos, repitiendo las mismas elegantes cabriolas que haba realizado en la pista del circo. Es el faro de un auto enterrado explic. Ah est, miren El auto casi no se llega a ver; solo asoma esa luz. Sorprendidos, pisando el barro, los nios fueron a curiosear. Era un auto, en efecto, y estaba sepultado de tal manera que solo asomaba lo que pareca ser el faro del lado izquierdo. No reconocieron la marca, pero s el color: rojo. Salgan del barro! dijo la amazona. Y vuelvan al cerro! Los temblores pueden seguir y no sabemos qu suceder. Vuelvan! y sin ms, le afloj las bridas a Canela y parti al galope, con su larga cabellera flameando al viento. Emprendieron el regreso, aunque en esa oportunidad sin pisar otra vez el barro, porque se dieron cuenta de que podan quedar atrapados. En el trayecto, Anselmo, que ya senta la noche silenciosa como un doble silencio, a causa de la mudez de su acompaante, se pregunt en voz alta por qu un conductor de auto habra decidido encender las luces durante el da, a las tres y media de la tarde. Dejando pasar unos segundos, l mismo decidi responderse: Quiz porque el huaico lo oscureci todo y necesitaba luz para escapar, no crees? Leonardo sopes la lgica de Anselmo y asinti nuevamente.

Ttulo:Sucedi entre dos prpados Autor:Fernando Ampuero Editorial:Planeta Pginas:120 Precio:S/.35.00

Vida obra Fernando Ampuero Naci en Lima, en 1949. Ha desarrollado una intensa actividad periodstica y literaria desde los aos setenta cuando public su coleccin de relatos Paren el mundo que ac me bajo. Ha transitado por el cuento, la novela, el teatro, el ensayo, la crnica y la poesa. Su novela Caramelo verde abri su triloga callejera sobre Lima que se completa con Puta linda y Hasta que me orinen los perros. Algunos de sus relatos se pueden leer en Malos modales y Bicho raro. ltimamente, ha publicado las novelas El peruano imperfecto y Loreto.

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