¿Qué es lo normal en la mesa limeña de agosto del 2021? A la incertidumbre del control de la pandemia se suma la poca claridad política. La población está golpeada y los comensales son menos que antes. Si uno sale a comer en Lima hoy, tiene la sensación de viajar en el tiempo hacia atrás unos veinte años. Poca gente en los mismos lugares. Las mismas caras de siempre redescubriéndose después del encierro.
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El turismo llega de a pocos –el Perú parece por momentos un gato que se despereza luego de un largo sueño–, y ocupa otra vez su 15% en los restaurantes consagrados. ¿Cuánto tardará en recuperar el 40% que ocupaba antes en las mesas globalmente famosas? Mientras especulamos sobre el tiempo alguien interrumpe. Mira ahí está Fulanito. Ese de allá, ¿no es Menganito? ¿No lo vimos el martes en aquel otro pop up?
Pop up. Aparición repentina. Sorpresa. Ocurrencia. Emergencia. Un fenómeno eventual que rompe lo cotidiano. Pero, ¿de qué está hecho lo cotidiano en los restaurantes de los tiempos que corren?
Mientras llegan los turistas con sus expectativas por experiencias nuevas (y los dólares para pagarlas), los restaurantes locales aprovechan para normalizar lo extraordinario. Una Lima renaciente bulle con eventos. En el último mes ha habido por lo menos siete de interés. Baan, de Francesca Ferreyros, celebró su primer año con una concurrida cena. Francesca se sumó a Jorge Muñoz para cocinar con Ricardo Martins, Rodrigo Alzamora y amigos suyos de otros campos en dos noches que reventaron por el aniversario número tres del restaurante Siete (tal fue el éxito que se hizo necesario abrir una tercera fecha).
Martins y Alzamora acompañaron a Lukas Sifuentes en una fiesta de comida callejera internacional en Félix, en un ciclo en el que también han participado o participarán Jerónimo de Aliaga, de Pan Sal Aire, y Rodrigo Ferrer, de Osaka. Ricardo Goachet, que antes del COVID-19 iba a abrir en San Isidro, ha venido montando mesas con frecuencia similar en el taller desde el que despacha Verbena y Cremico, sus marcas de delivery; mientras Lukas Sifuentes montó una velada inspirada en Brooklyn en Contra, un café que funciona dentro de un hotel boutique miraflorino. Esa misma noche hubo tres eventos, incluyendo uno de La Gastrónoma en Lila, el nuevo vecino de Dasso.
Pop up aquí y pop up allá. En un intento por seducir al esquivo ‘foodie’ nacional –Fulanito, Menganito, las mismas caras de siempre, unos pocos que salen mucho–, lo excepcional se ha hecho permanente. La foto del momento dura mucho: la escena gastronómica de Lima es la fugacidad constante.
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