Lo ha dicho Ricardo Gareca con otras palabras, aunque sin restarles firmeza: “La instituciones y el país están por encima de cualquier personalidad”. Así de clarito, para que escuche Paolo Guerrero y todo el país. El objetivo principal es el Mundial, ergo, hay que ‘despaolizar’ la agenda.Cuando la selección pise el verde del Mordovia Arena, este 16 de junio, habrá que tener un desfibrilador al costado, mucha agua de azahar y varios pañuelos asabanados.
En ese instante, usted y yo, simples mortales, veremos en cámara rápida el gol de Cubillas a los escoceses, la inasible cintura del ‘Cholo’ ante los búlgaros, a Quiroga tapándole el penal a Jordan, a Manzo agachándose antes de un gol argentino, al ‘Chiquillo’ Duarte con la ceja rota ante los italianos. A Cueto derramando poesía con su zurda, al ‘Ciego’ proyectándose como una flecha, al ‘Patrón’ Velásquez tumbándose a un árbitro, al viejo Tim yéndose a la tumba sin saber por qué el ‘Poeta’ no dio un pase bueno en España 82.
También a 50 mil chilenos silbando a Reynoso, Soto y Balerio; a Chemo puteando a sus jugadores; a Vargas fabricando el penúltimo gol más gritado de nuestras vidas; a Popovic maldiciendo al Congreso; a Maturana paseando en el hipódromo; a Pizarro pidiendo su cambio ante Uruguay; al ‘Orejas’ enseñándonos el significado de la palabra ‘humildad’; a Gareca señalándose las sienes; y a Paolo, al gran Paolo, clavando la pelota en el arco de Ospina, mientras Peredo grita que la tocó, la tocó. Y sí, la tocó.
Si eso viviremos nosotros, ¿qué sentirán Ramos, Cueva y la ‘Foquita’? ¿Qué harán el ‘Mudo’, Gallese y Carrillo para que no les explote el corazón?
Más que pelear por ir al Mundial, la lucha de Guerrero es por su honor. Aunque se ha hablado hasta el cansancio del tema, el país no ha calibrado en su dimensión exacta lo que representa el dopaje en el deporte. Es una vergüenza mayúscula, una mancha que no se borra con palmaditas en el hombro ni palabras de alivio.
Hace bien Paolo en defenderse. Lo que ha hecho mal –y muy mal– junto con su entorno es involucrar con tanta ligereza en este torbellino de versiones, reclamos y acusaciones a personas e instituciones que, como él, tienen derecho a su buen nombre.
Y quizás atendiendo un consejo legal, no ha mostrado un centímetro de autocrítica. Arropado en el aura de infalibilidad que le da la gente, no ha reconocido el mínimo error.
Su derecho a limpiar su honor nadie lo niega. La verdad tiene que abrirse paso, y si hay responsables deben pagar, sean quienes sean. Pero en esa ruta no debemos perder de vista el principal objetivo.
“Las instituciones y el país están por encima de cualquier personalidad”, ha dicho Gareca. Con el Mundial encima, no podemos echar abajo este sueño tan hermoso que tanto nos ha costado construir.